23 de agosto de 2024

Anodinos y malvados (II)


Artículo publicado originalmente en La Nueva España

Con el transcurrir de los años, y siendo algo perspicaz y observador, uno aprende a detectar a tiempo la maldad, por camuflada que se encuentre. Los malos, a su vez, suelen tener buen encaje entre aquellos que avanzan hacia una incipiente estupidez. Tienden a casar bien. Así, en una simbiosis que ha gestado algunos momentos de trágica historia en nuestro país, lo cierto es que ambas cosas, estupidez y maldad, se necesitan mutuamente.

A Salvador Illa, también conocido como el enterrador, le pilló la pandemia cuando estaba ocupando el Ministerio de Sanidad como forma de promocionarse y darse a conocer, que es una función que también tienen los ministerios. Fue una mera fatalidad, no debería estar ahí, pero estaba en Sanidad lo mismo que podía haber estado en Industria, en Educación, Turismo o en cualquier otro, teniendo en cuenta que, licenciado en Filosofía, sabe lo mismo de sanidad que Sócrates sabía de aeromodelismo.

En su amargo e ignominioso paso por el cargo, desatendió reiteradas alertas de la OMS, porque él respondía a un objetivo político distinto, y puso a todo el aparato estatal y a los limpiabotas con altavoz en medios a transmitir el mensaje de que lo que ya venía era algo menos preocupante que una gripe común, aunque las muertes se acumulasen en Italia. Pero todos estuvieron obcecados en ocultar la verdad entre grandes mentiras. Yo me acuerdo de ellos bastante a menudo. De nuestros muertos, y de los suyos.

Salía junto a Fernando Simón, en esas ruedas de prensa que eran cumbres del despropósito, y el tétrico Simón lanzaba risillas que apenas intentaban disimular su iniquidad. Fernando Simón tuvo buena acogida entre los zumbados, y una extraña legión de seguidores entre los que se celebraban sus ocurrencias de la misma manera que meses antes celebraban el 8M. Con entusiasmo suicida.

En las acciones de esta pareja había algo premeditado, alevoso, y eso hace que sus fechorías sean mucho más difíciles de perdonar. Para rematar, Illa utilizó el minsiterio para comprar mascarillas a la trama corrupta de Koldo. Haciendo negocio con el dolor. El PSOE es una exploración ininterrumpida de las profundidades de la crueldad.

Ahora, para poder presidir la Generalidad, Salvador cede y asume el discurso plurinacional de ERC (y de Sumar), aceptando una soberanía fiscal (solidaridad, igualdad y otras consignas, dicen luego los izquierdistas chorlitos, los muy cachondos) además de blindar el modelo monolingüe, arreciando la persecución del español, haciendo suyo el discurso de la amnistía y feliz al elogiar que Puigdemont no fuera detenido en su show berlangiano.

Entonces, tenemos a un gestor negligente durante la pandemia y a un nacionalista en ciernes que ampara a golpistas y discursos de odio contra más de la mitad de los catalanes, visto como un hombre sensato, práctico y eficiente por parte de esa izquierda desnortada, cuya brújula moral hace tiempo que ha perdido toda capacidad de ubicuidad, por muchos aspavientos que hagan contra la fantasmal ultraderecha, que en España tiene sus principales núcleos calientes precisamente en la Cataluña supremacista y trincona (muy oprimidos) y en el País Vasco de raíces aranistas y aldeana mentalidad tribal y xenófoba.

Conviene recordar a Àngels Barceló diciendo que le parecía “muy interesante” Óscar Matute, capitoste de Bildu. Ayuda, supongo, que Matute no tiene la cara haciendo espejo del alma de Otegi, Mertxe Azpirua, Iñaki de Juana Chaos o El Carnicero de Mondragón, que en sus rostros llevan la penitencia. Canitas de madurito seductor, areta canalla en la oreja, voz engolada de discurso conciliador.
Normal que Barceló sienta intentas palpitaciones.

Hace años, si alguien mostraba rendida simpatía por alguien de la banda de Arnaldo era considerado, naturalmente, del entorno abertzale y proetarra. Aquel artefacto ideológico y criminal era repudiado en consenso por toda la sociedad denominada decente, dentro de la democracia liberal, hasta que llegó Zapatero con sus cosas.

Ahora la vanguardia del moderneo y lo
cool entre los comunicadores de más audiencia (“los paniguados con púlpito mediático adscritos al negocio ideológico de la izquierda”, los llama Juan Manuel de Prada) es contemplar a gente que lleva a terroristas con delitos de sangre en sus listas electorales y que se les caiga la baba, compaginado con estar al servicio de un líder presidencial que sólo desea satisfacer sus repulsivos intereses particulares.

10 de agosto de 2024

Anodinos y malvados


 

Artículo publicado originalmente en La Nueva España

Antes del 9 de diciembre de 1938, cuando fue nombrado comisario del pueblo para Asuntos Internos, Lavrenti Beria era un fulano desconocido en Occidente, y tampoco es que tuviera muchos motivos para llamar la atención: aspecto de gris funcionario o empleado de una funeraria, de esos tipos compactos y metódicos de la Unión Soviética, alguien que no imaginarías de otra cosa que no fuera picapleitos o notario, con todo el respeto a estas dos dedicadas profesiones.

Pero Beria fue un gélido asesino a gran escala, brazo ejecutor de Stalin, jefe del NKVD durante 13 años, organizador de la mayoría de los arrestos y ejecuciones masivas en aquella época de terror. Una malévola anomalía evolutiva. Como suele pasar, los rusos malos de verdad no tenían la cara de villanos que en las películas tienen los rusos malos.

Bolaños también tiene aspecto de oficinista o comercial a puerta fría, y sin embargo, su trabajo es salir a mentir a diario sin un ápice de rubor, para evitar que el sanchismo se derrumbe. Además, como fontanero en las tripas del poder, se ha erguido en el portavoz del equipo jurídico de una particular. Bolaños sale a explicar la persecución que sufre una ciudadana llamada Begoña Gómez, sin cargo institucional alguno, pero con la feliz coincidencia de que es esposa del Presidente del Gobierno, aunque eso no tuvo nada que ver a la hora de llevar a cabo sus presuntas actividades, de las que se niega a dar explicaciones, abrumada como está, la pobre, por el acoso de la ultraderecha.

Impera todo un conglomerado mediático cuyas caras (algunas hasta atractivas) más visibles de los adictos al régimen, tienen la desagradable tarea, entre otras, de analizar la profusión de los saludos al Líder, alertar de los gestos sombríos y taciturnos en el encuentro con el prócer de la España plurinacional y el ancho de sus sonrisas, si las hubiera.

También marcan la agenda oficialista de lo que se debe pensar y creer, y señalan a los díscolos, periodistas o particulares que ejercen su intolerable oposición a la estimable coalición de progreso, donde el progresista es Arnaldo Otegi y sus víctimas los reaccionarios. Donde los límites de lo que es o no democrático están trazados por ellos mismos, sin salirse un milímetro del perímetro de la Moncloa.

Últimamente se ofuscan intentando poner coto a un juez que no atiende a razones, y uno sospecha que tanto a civiles anónimos como notorios contestatarios, estos profesionales a sueldo tendrían escasos escrúpulos, si las circunstancias fueran las propicias (años 30, verbigracia) en marcar y cebar con tanto disidente las fosas comunes, traqueteo sobre las tapias de los cementerios y firmar condenas que conllevaran salir de noche en la parte de atrás de una furgoneta rumbo a alguna localidad al nordeste de Madrid.

El siniestro Zapatero quiso ser Bambi pero en una versión luciferina y Juan Carlos Monedero hubiera sido feliz en el puesto comisario político al mando de una cheka en el estertor republicano, recibiendo órdenes de Alexander Orlov. No hay nada destacable en ellos, ni en nada son brillantes ni talentosos, jamás se harían notar, de no ser por su perversidad y retorcida maldad.

En algún momento se quisieron alzar en Venezuela como portavoces de los débiles y desfavorecidos, pero ya no tratan de justificar su vomitivo trinque apelando a la defensa del humanismo, de los de abajo contra los de arriba, esas cosas tan bochornosas a las que se remiten siempre los secuaces de tiranos; como nadie les presume ya buenas intenciones, y son incapaces de refrenar su abyección, les basta con tildar de fascistas a todos los que no estén dentro del tinglado, los que quieren poner fin a su vil negocio de narcoterrorismo y muerte.

Su botín está arrebatado a los que más sufren, y se lucran con el dolor de todo un país que se desangra, entre el exilio, la miseria y la represión, y cuyo estado de las cosas debe seguir siendo igual de lamentable en pos de sus florecientes negocios. Nada que ver con los inteligentes y carismáticos villanos del cine y la TV, son tipos mediocres, grises, inequívocamente aborrecibles. Pero su final debería ser por justicia trágico.