3 de junio de 2025

¿Jóvenes pero sobradamente estúpidos?



Artículo publicado originalmente en La Nueva España 

Leo en un reportaje periodístico que nos estamos volviendo cada vez más idiotas. No es una frase hecha o un pataleo contestatario contra el evidente estado de las cosas por quien lanza un vistazo alrededor y ve que el mundo está concebido a la medida del imbécil, no: esta aseveración, el hecho de que cada vez somos más tontos, proviene de estudios que advierten del imparable auge de la estupidez debido a que nuestro cerebro está encogiendo y el cociente intelectual cae. 

Los resultados señalan que ahora se lee menos y pasamos más tiempo enganchados a dispositivos electrónicos, aunque creo que no eran necesarias tan sesudas investigaciones para llegar a esa conclusión. Basta con darse una vuelta por la calle de cualquier ciudad cualquier día de la semana, para contemplar el continuo reguero de urbanitas asilvestrados con la cara pegada perpetuamente a una pantalla de móvil. Si uno no se aparta a tiempo, a veces chocan contra ti, pues van de frente y agachada la testuz, como un morlaco contra el burladero.

Unos chatean de forma compulsiva, otros buscan el efímero pero incesante chute de dopamina en la validación de desconocidos, exponiendo su vida más o menos ficticia y edulcorada en redes sociales; otros consultan las noticias en su cámara de eco mientras el algoritmo filtra y suministra todo lo que valide su sesgo de confirmación. La famosa sociedad líquida de Bauman está llevada en estos tiempos hasta el paroxismo. 

Si nos atenemos a otros datos, el 68% de los jóvenes entre 15 y 29 años cree en la existencia del karma, el 28% en artes mágicas como la brujería o el chamanismo, el 26% cree en la predicción del futuro mediante el tarot o astrología y el 24% en energías curativas como el reiki o la cristaloterapia, que no sé lo que es. 

Se pensaba que era posible el triunfo de la secularización y resulta que estos cabestros han sustituido la religión católica por el paganismo posmoderno. Los datos no dicen el porcentaje de los que creen en políticos populistas o en la viabilidad del socialismo, pero ahí están los votos y un sectarismo que es cada vez menos abierto de mente y más dogmático, arrastrado por el poder corruptor del odio.

Es cierto que cada cual es libre de buscar refugio psicológico ante las adversidades del mundo como le venga en gana o mejor pueda, sea el zodiaco, la lectura de manos o la entronización de políticos, pero si antes el acceso a la educación de las clases medias permitía cierta apertura cultural (avance que dio a luz la intelectualidad liberal y a las élites ilustradas), ahora pecamos por exceso, y la sobreestimulación de recursos a nuestro alcance parece lograr el efecto contrario.
Hay una contagiosa forma de pereza intelectual, tacañismo cognitivo, y es más difícil tener la paciencia y la cautela a la hora de pensar críticamente, y eso hace que el individuo se apunte entusiasta a creencias simplistas que no resisten el análisis.

De la música que se escucha ahora no tengo mucho que decir, porque cuando entro en las listas de los artistas (por llamarlos de alguna manera) más escuchados en plataformas, no conozco a ninguno, y sospecho que la culpa es mía, debido a mi anacronismo intransigente y a mi prematura senectud. 

Algunas cuestiones de la deriva hacia la imbecilidad colectiva e individual de nuestra triste historia reciente: durante el apagón del 28 de abril, hubo muchas personas que, modernos pero bobos sin remedio, perdidos en su propia frivolidad y por lo tanto sin recursos ni herramientas para ser autosuficientes durante unas horas, como no sabían qué hacer, y a falta de algo mejor, salieron a la calle a cantar, a beber y a grabarlo con el móvil para cuando volvieran los datos. 

Porque España es así de dicharachera y lo mismo te montan una simpatiquísima coreografía los atrapados en un tren sin energía, de esos de Óscar Puente, que se graban bailongos durante la pandemia los comprometidos y terriblemente torturantes enfermeros de TikTok, despertando algunos instintos asesinos entre los sufridores usuarios de la sanidad pública. 

Y pública es también la televisión, esa RTVE degradada hasta límites del bochorno, donde, rascando el fondo del barril para incorporar al resto de la guardia pretoriana del oficialismo (y ser las correas de transmisión de la abyecta propaganda gubernamental), se ha sumado el traslado de los monstruitos de la telemierda a la 1. 

Porque Pedro Sánchez, primera fila de una organización dedicada sin complejos a extorsionar, sobornar, malversar, enchufar, mentir y robar, en el fondo sabe que esos estudios sobre la idiotización del mundo son veraces, y lo aprovecha a su favor.