29 de enero de 2025

Sobre colonias e imbéciles floridos


Contemplo asombrado en RTVE (dos cosas que suelen ir juntas, el asombro y la tele pública) a Rodrigo Cuevas, etiquetado como artista multidisciplinar (pero no precisamente Da Vinci) cuyas virtudes y talentos me son ajenos, pero que es conocido por la adaptación de canciones del folclore asturiano, su indumentaria carnavalesca y su militancia en la ultraizquierda. 

En este programa, Cuevas reflexiona (es un decir) sobre los problemas del mundo rural, la feroz desigualdad entre Comunidades donde algunas son premiadas en detrimento de otras (no se refiere a Cataluña) y expone, totalmente serio, que España no sólo tuvo colonias en el exterior (lo que ya es una muy personal visión del imperio de ultramar), si no que "también es un estado colonial con el interior". Ahora. En el interior. O sea, pueblos ajenos a lo español y sus esencias, sometidos por la barbarie de la Constitución del 78, que dio al tuntún nacionalidades históricas, pero algunas son más históricas que otras. Y más nacionales.

Y eso, en vez de causar el desconcierto y la desconfianza en el simpático comisario Fortes (el proveedor de alfalfa sistémica) es recibido como algo a tener en cuenta, con la sobriedad y el interés de quien está diciendo algo sensato o inteligente, conmovedor discurso a favor de los pueblos subyugados. La validez que le da Fortes es descaradamente heroica por parte del presentador, amén de un evidente despropósito

Porque claro, ya empieza a chirriar que en la tele de todos (ja, ja) y con dinero del contribuyente, se dé espacio y voz a auténticos zotes que gorgotean hechos mezclados con fantasías, mitos, disparates e invenciones que añaden a su ruralismo de oropel. Mismo dinero del ciudadano del que pasta sin rubor todo el artisteo vacuno que se arrima mansamente a partidos nacionalpopulistas (no son ni han sido nunca socialdemócratas).

El nacionalismo asturiano tiene su escaso pero belicoso potencial en el uso político que se hace de la identidad cultural, parapeto de tanto caradura, y azuza sin complejos populismos regresivos. Seguramente los asturtzales están convencidos de que de la lucha de estrella roja sobre bandera azul nacerá ese país descolonizado, sin españoles explotadores, donde se impondrá la república, el bable y el socialismo.

Sueñan los tipos como Cuevas con una Asturias aislada a salvo del moderno industrialismo destructor, viviendo una existencia bucólica y rural, calzado con madreñas. Pues vale. Pues muy bien. Pero siempre da algo de pudor contemplar cómo alguien se refocila en la ignorancia, como un puerco en una charca.

Por lo visto, las sandeces de párvulo que transmite el voluntarioso Cuevas son bastante celebradas entre los adeptos, o al menos lo suficiente para que se le tenga en cuenta, lo que demuestra que la popularidad no es siempre un buen indicio para decidir la justicia de una causa.

La cuestión de fondo, la que más chirría, es la relatividad de todo esto, el posmodernismo líquido donde nos quieren hacer creer que es lo mismo Juana que su hermana, Cuevas que Bueno.
En definitiva, que todas las opiniones tienen el mismo valor, que cualquiera puede ser llevado a un plató para que diga lo que tengan que decir; como si fuera igual lo que barrunta ese mentecato a las premisas de quienes han dedicado su vida a la defensa, el estudio y la difusión de la lengua española. Por ejemplo. O a la Historia con mayúsculas, y no a las futilidades perrofláuticas de quien ha aprendido historia leyendo eslóganes en pegatinas. 

Así es normal que se confunda el legítimo amor al terruño con el retroceso hacia el provincialismo más primario, enunciando una forma retórica de posesión que lleva a las personas a perder la lucidez, pues son ideologías dañinas, apelan al sentimiento tribal y se tornan rápidamente en puro oscurantismo, en dogma identitario que se vuelve un acto de fe.
Como el que hay que obrar para escuchar a ciertos floridos analfabetos sin perder la compostura.


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