Hay veces que la justicia tarda y otras que no llega nunca, y no siempre las cuentas se ajustan como deberían. Costó 15 años localizar a Adolf Eichmann, y fue de casualidad. Estaba en Argentina, donde la leyenda asegura que también se escondía el otro Adolf, Hitler, y tras ser reconocido y avisado el Mossad, previo secuestro, fue llevado Israel donde acabó ahorcado. Sin muchos aspavientos, sin muchas protestas de organizaciones pro amnistía y cosas así. Todo estaba muy reciente y no estaba el patio como para andarle tocando los cojones a los judíos. No como ahora, que hasta una analfabeta funcional como Yolanda Díaz pide que sean barridos 'desde el río hasta el mar'.
Eichmann, uno de los artífices del Holocausto, tenía pinta de vendedor de seguros, nadie hubiera apostado a que era el monstruo que su biografía y numerosos testigos acreditaban.
Como soy persona poco tolerante pero dada a la fantasía y la ficción, siempre imaginé un comando que cazara antiguos carniceros de ETA y líderes en el retiro, de esos que ponen cristalerías debajo del domicilio de sus víctimas. Para algunas cosas, España tiene un sentido de la justicia mucho más incomprensible. A Mertxe Aizpurúa o Arnaldo Otegi el karma sí les regalo un rostro acorde a su maldad interior, y uno ve a la ahora diputada de Bildu y no se la puede imaginar de otra cosa que señalando a ETA objetivos desde el Gara, como efectivamente hacía. Siendo el dedo que indica el camino al verdugo.
No existe un movimiento de desnazificación del País Vasco, para acabar con sus delirios de raza superior, con las chorradas psicopáticas de la etnia, con la inquina a lo español que se enseña desde la más tierna infancia en las escuelas de odio.
El Gobierno pacta con la ETA política la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana, y Otegi quiere seguir sacando a los presos que tienen en las cárceles. Lo bueno de Arnaldo y su infinita maldad es que nunca le quiso dar un barniz de partido de Estado a su banda de pistoleros reconvertidos, y a diferencia de los diputados en Madrid, en el País Vasco jamás se comporta de manera distinta a lo que son. A lo que siempre fueron.
Los asesinos de Fernando Buesa y Luis Portero ni se arrepintieron, ni colaboraron con la Justicia ni pidieron perdón, pero están en la calle porque el Gobierno debe su permanencia a ese tipo de concesiones a los terroristas, entre el estupor de los familiares y de la parte de la sociedad que no está enferma. Si la gente se echa las manos a la cabeza por el grotesco error de PP y VOX, es porque saben que el PSOE ya sólo cuenta para incluirlo en las filas de los bilduetarras. Lo que para los otros dos partidos es un error garrafal (facilitar la salida de la cárcel de Txapote) para el PSOE es ya la normalidad.
Ahí es donde se sucede la tragedia del votante socialista y sus tristes circunstancias. En algún lugar en su interior, el pedrista sabe que todo esto es un despropósito, pero se autoengaña, se trata de convencer, repite los mantras de los medios de comunicación bien pagados, patalea contra lo que su mente en el fondo sabe y dice esa farsa de mal gusto de que todo es necesario para frenar a la ultraderecha. Afirma que Bildu no tiene nada que ver con ETA, que se trata de la coalición de progreso.
Otros no quieren hablar de política, temen enfrentarse a sus propios demonios internos, que la gente se dé cuenta del tipo de persona que son, la calaña a la que apoyan, y tratan de desligarse del naufragio moral de su partido.
El votante socialista puede ser su vecino, su amigo, su familiar. Personas en apariencia normales pero que justifican la puesta en la calle de asesinos no arrepentidos solo por la ambición de poder de un individuo. O no lo hacen, pero a es demasiado tarde para admitir que se avergüenzan de su voto. Mientras a su alrededor empiezan a sospechar que alguien que sigue posicionado de esa manera sólo puede ser un descerebrado o un ser abyecto.
Como Eichmann, vive una vida pendiente del exterior, mirando por encima del hombro, temiendo ser descubierto. Se les están agotando las excusas.
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