17 de noviembre de 2024

Gladiator II


Si uno revisa trabajos de Ridley Scott como Thelma & Louise o Black Hawk Derribado descubre que siempre tuvo buenas mañas para mantener el pulso narrativo, para contar con la cámara una historia que mantenga el interés del espectador y además se adecúe a los gustos y las recetas del gran público.

Pero acostumbra Ridley Scott a creerse más virtuoso de lo que demuestra, y el hombre que comenzó su carrera con tres obras maestras como Los Duelistas, Alien y Blade Runner ha sido víctima de sus propias pretensiones, y entre hacer un Metoo medieval en El último duelo de sonrojante turra ideológica y la incursión de historia-ficción en Napoleón, lleva sin firmar una película notable desde American Gangster, ya en el 2007.

La concepción de Gladiator II puede responder a la preocupante falta de ideas de la industria de los grandes estudios, siempre buscando segundas partes, precuelas, remakes o superhéroes que salven la taquilla y mantengan robustas las finanzas.
El Gladiator del año 2000 forma parte de la cultura popular, y su mezcla de violencia, historia (a su manera) e intrigas políticas demostró ser una fórmula llamada al éxito. 

La cinta ahora estrenada sigue la misma estructura que su original, a la que hace referencia continuamente para que nadie se pierda, como si más que una secuela, se tratara de un homenaje. También empieza con una vibrante batalla fuera de las arenas de gladiadores, y el protagonista es hecho prisionero tras ser asesinada su esposa. Y, en efecto, también se curte primero en plazas de provincias (con monos inverosímiles hasta arriba de esteroides) antes de pasar al coliseo romano, el Santiago Bernabéu de la época.

El guión está cogido por los pelos y emulando la película previa, con Pedro Pascal y Denzel Washington ganándose el jornal ante una desdibujada Connie Nielsen, pero lo que cuentan son las escenas de acción, visualmente espectaculares, con más sangre y más fauna, aunque sobrecargadas de efectos digitales.

El director se recrea en ser vislumbrante, echando toda la carne en el asador, pero lo que más adolece la película, más del continuado paso a paso de su receta triunfal en el texto o los anacronismos, más allá de esos dos emperadores infumables y caricaturizados, es la falta de carisma genuino de su protagonista, un Paul Mescal que se parece en atractivo carácter y magnetismo al Máximo Décimo Meridio de Russell Crowe como un huevo a una castaña. 

Hay más arena entre los dedos, más trigo, más paseos al más allá, más sueños oníricos. Pero mientras Gladiator dejó escenas y diálogos para la posterioridad y el imaginario colectivo, esta secuela es tan entretenida como olvidable. 

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