Artículo publicado originalmente en La Nueva España.
Lo que mejor soporta el paso del tiempo es la mentira. Te aferras a ella y no se deteriora. Muchos matrimonios pueden aguantar varias décadas viviendo sobre una ficción o un contrato tácito, y algo así es la relación de Pedro Sánchez con el poder, pues todo está construido en base a las mentiras a las que pudo sobrevivir y donde se hace fuerte. Puede decir una cosa y la contraria porque los votantes, carentes por completo de dignidad, han renunciado a respetarse a sí mismos, y así, desde el insomnio que le provocaría pactar con la extrema izquierda podemita hasta las reiteradas negativas a hacerlo con la ETA política, pasando por la amnistía e indultos al golpismo catalán, hasta haber sido abanderado contra la corrupción siendo el partido más corrupto de la historia.
Su penúltima fechoría la llevó a cabo cuando retuvo durante días la ayuda a Valencia para desgastar a su rival político, mientras decenas morían. Siendo algo terrible, no puede extrañar la forma de actuar del que desoyó hasta once alertas de Seguridad Ciudadana entre enero y marzo de 2020, y todas las señales evidentes de emergencia sanitaria, para poder celebrar su infausta manifestación del 8-M, que a tantos condenó, al no permitir cancelar tampoco el resto de eventos.
Juan Soto Ivars suele recordar que en un primer momento votó a Sánchez, y Un Tío Blanco Hetero (que es uno de los mejores youtubers, en opinión de alguien que no sigue youtubers) a Podemos, como tantos otros jóvenes desnortados.
Hay algo de penitencia y de redención en esas confesiones de "fíjate, hasta yo caí en ese error, culpable por mi buena fe y mis pulcras intenciones, me creí al socialismo verdadero, que sigue siendo la mejor alternativa si se hace bien". Y hacen ahora una doliente reflexión sobre su pasado al otro lado del muro, siendo combativos antisanchistas.
Los que, por nuestra parte, nunca nos creímos ni a Sánchez ni a Podemos y no tuvimos ni la tentación de formar parte de su nicho electoral, o supimos que los chicos de Contrapoder se dedicaban a chanchullos muy sórdidos y nunca supimos apreciar de Pablo Iglesias sus encantos objetivos, no tenemos reconocimiento alguno, porque ya traíamos la mala idea desde el principio. Si siempre has sido facha, no puedes hacer ese tránsito de la ingenua inocencia traicionada al "no es esto, no es esto" y cobrar para contarlo.
Y tiene sentido, en cierto punto. Los que vuelven del infierno de las adicciones tienen más reconocimiento, apoyo y cariño que los que nunca han necesitado desintoxicarse. Salir de la izquierda y del populismo tiene algo de catarsis, de haber vagado por el corazón de las tinieblas para finalmente poder ver la luz. Los embelesos caraqueños de Íñigo Errejón eran droga dura, como la brillantez intelectual y la cautivadora oratoria de una Irene Montero o Yolanda Díaz, qué duda cabe. Hubo una época en la que señalar las carencias de una choni con ínfulas o la gran mentira del feminismo te podía llevar directo a la picota.
Pero ahora, renegar del PSOE y de sus aliados plurinacionales está de moda, y tiene bastante buena prensa, aunque tampoco requiere mucho mérito porque hasta el más tonto del pueblo ya se pudo percatar de las tendencias autócratas de Pedro Sánchez.
Y pese al congreso de Sevilla, que fue Jonestown por un día, y el disciplinado cierre de filas, todo tiene aroma a crepúsculo del régimen, los estertores de algo que no será bonito ni será modélico. Así que dense por avisados los últimos despistados: éste es el momento de saltar del barco.
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