Artículo publicado originalmente en La Gaceta
Los más optimistas ven cercano el fin del sanchismo, que constituye una legislatura que ya declina y es también el epílogo de un enorme desatino, con el autócrata cada vez más avejentado, prietas las mandíbulas y acorralado su entorno judicialmente; con pocas escapatorias salvo a uno de esos exóticos países a los que tanto vuela el Falcon, quemando queroseno de forma despiadada, sin política sostenible, ni verde ni azul, y con Greta navegando a vela por el Mediterráneo.
Corroído por la corrupción, apartado de cualquier cumbre internacional relevante, sin poder pisar las calles de España, bunkerizado en Moncloa en su delirio cesarista y parapetado tras un monumental ejército mediático progubernamental que le es fiel casi de forma norcoreana, mientras siga llegando el estipendio. Cuando el Estado premia a quien pelotea al jefe del Gobierno, el jefe, el Gobierno y el Estado se hacen indistinguibles.
Con Sánchez se terminará una etapa infame, la más nefasta de nuestra crónica reciente; pero antes de que esto acabe hay que tener en cuenta algunas cosas, para entender lo que tenemos e ir anticipando lo que presumo vendrá.
Se irá Sánchez, pero queda todo el cultivo de crispación, enraizada en lo más profundo del cainismo de la extrema izquierda y regado con torrentes de bilis, en huestes galvanizadas tras el muro, luchando contra fascismos imaginarios y poseídos de un carácter irracional.
Lo hemos visto en la Vuelta a España y las algaradas callejeras, turbas usadas como fuerzas de choque. Masa movida como peones en el tablero de una partida mayor y sus grotescos intereses.
Esa gentuza exaltada no va a desaparecer sin más cuando se vaya Pedro al vertedero de la Historia. Al contrario, son hordas estandarizadas que no creen en la libertad, sólo en la imposición de sus ideas, y están dispuestos a imponerla mediante la violencia en sus múltiples formas.
Un cambio de Gobierno les daría la excusa perfecta para arreciar esa violencia. Regresarán las reivindicaciones sindicales acompañadas de disturbios, con los más cafres tomando las calles, azuzados a conveniencia por los políticos nunca se juega el pellejo en primera línea, emocionados mientras patean policías. Todo eso ya pasó y volverá con inusitada fuerza, con una parte de la sociedad más dogmática y represiva, feroz en su intransigencia.
Antes de que esto acabe, hay que entender que la Comunidad Autónoma Vasca seguirá siendo un lugar de salvaje tribalismo, donde la desnazificación se presume compleja y larga, ya que los más ancianos y tradicionales votantes del PNV son sustituidos por los jóvenes que optan por Bildu. Radicalizados, completamente ajenos a la criminal historia reciente, con el escaso cerebro convenientemente lavado en esas escuelas de odio que son las ikastolas.
Antes de que esto acabe, tenemos que recordar que cuando las urnas concluyeron las casi cuatro décadas de caciquismo socialista en la Andalucía cortijera, ese personajillo ridículo, pero notable vividor gracias a la estulticia de su rebaño que es Pablo Iglesias, declaró aquella cómica "alerta antifascista", asustado porque la gente había votado mal y las alfombras se iban a empezar a levantar, mandando a parar tanto chiringuito y tanto impune choriceo. Choriceo con el dinero de los parados, entre otras fechorías.
Antes de que esto acabe, habrá que mantener presente que, salvo caída de Maduro previa intervención militar, seguirá operando el Cártel de los Soles con mediación de Zapatero, cómplice en el mayor fraude electoral de la región y de un cúmulo de asesinatos y torturas que se detallan en violaciones, descargas eléctricas, asfixias, extracción de uñas y palizas con bates de béisbol. Eso es el chavismo y mucho más es el narcosocialismo que nos salpica. Seguirá este asunto pendiente, como las cada vez más estrechas relaciones de ese siniestro lobbista con China.
Antes de que esto acabe, habrá que concienciarse para redoblar los esfuerzos por mantener encendida la llama de la civilización. Ésta sólo existe si se mantiene en pie en todas partes, y lo cierto es que hay lugares que ya no son España, ni tampoco Europa, y una quinta columna que por intereses oscuros o alianzas imposibles es capaz de compadrear con la barbarie.
Antes de que esto acabe, hay que pensar qué hacemos desde la sociedad civil con los que han ocultado de forma sistemática, forzando a mirar para otro lado, violaciones en manada y crímenes horrendos porque no eran acordes a una agenda política, teniendo el aparato del Estado moviendo todos sus engranajes en una misma dirección.
Se irá Sánchez pero quedará suspendida en el aire, como pólvora sobre brisa débil, una alianza de la izquierda con el Islam, aderezada de consignas antisemitas y una histérica ola de celo puritano, una ola llamada movimiento woke, que aunque ya retrocede, se resiste a perder su fuerza coactiva.
Antes de que todo acabe, es apremiante replantearse volver a las mejores tradiciones de la retórica y la persuasión, la pedagogía como labor didáctica, la palabra y la oratoria como necesaria herramienta pública. Influir y convencer, coger sin rubor un micrófono y confrontar pensamientos, como hacía el malogrado Charlie Kirk. No ceder nunca más a la izquierda los espacios de opinión, el monopolio de los medios, el campo de batalla de las ideas y su pretendida, fingida y fraudulenta superioridad moral.
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