29 de octubre de 2025

Empacho de mala historia


Artículo publicado originalmente en La Gaceta

Fue Cicerón el que dijo, advirtiendo sobre el peso de la historia, que "la ignorancia de lo que sucedió antes de que naciésemos nos convierte en niños eternos". En una sociedad apegada al presente más efímero y donde el gran cambio es la cotización al alza de la estupidez, es normal verse rodeado de cada vez más infancias perpetuas.

Las acémilas bípedas que lanzaron pintura contra el cuadro Primer Homenaje a Cristobal Colón, del Museo Naval de Madrid (uno de mis preferidos, en cuanto a museos navales, incluso en cuanto a museos a secas) no tienen una ignorancia de la historia al uso, sino un empacho de mala historia. En vez de una visión académica, historiográfica, ecuánime y lúcida, se han atiborrado de historia en su vertiente propagandística, ideológica, mitinera, visiblemente trastornada.
Ese acto vandálico funciona como un espejo turbio del presente, de nuestras grietas más visibles, de juventud que se presentaba como la generación más preparada para culminar en una especie de talibanes con dilataciones y bono de metro.

Soy aficionado a la irreverencia y me llaman mucho la atención estas actitudes y sus nulas consecuencias, lo que sin duda anima a otros igual de zumbados que ellas a atentar de nuevo contra el patrimonio cultural. Luego posan orgullosos, diciendo que lo volverán a hacer, dejando que se fotografíen y conozcan sus caretos, como algo superior a cualquier clase de pudor o reparo sobre la propia ignorancia.

Creo que estas muchachas de Futuro Vegetal (ojalá) tienen disonancia porque ven a Colón como una incoherencia cronológica. Eso las confunde. Lo acusan de genocida, pero es un término que se estableció formalmente tras los juicios de Núremberg y que lo ha puesto de moda la guerra en Gaza, como palabra fetiche entre los faltos. Quieren que hechos del siglo XV se ajusten como sea a sus neuras del XXI, y claro, eso entra muy con calzador.

Tal vez proyecten sobre el marino genovés la ausencia de figura paterna, los fracasos sentimentales y sus expectativas del poliamor, la angustia de la juventud, la precariedad laboral, la ansiedad climática, el sufrimiento animal de las gallinas violadas, o vayan a saber qué. Se quejaron de que pasaron hambre en comisaría (les ofrecieron carne y pescado) y son estas las partisanas que quieren combatir a la ultraderecha y frenar genocidios, con esa actitud pusilánime, donde no aguantarían una noche en el frente con una lata de anchoas.

Para seguir con el gamberrismo más turbulento, la Universidad ha pasado de ser un lugar donde rebatir a quien no piensa como tú a reventar al que opina diferente. Fíjense en la UAB. Hay quien considera Cataluña el mayor manicomio a cielo abierto, donde se piden selfies a Otegi y jóvenes constitucionalistas de S'ha acabat representan el fascismo más intenso, y tienen que ser repelidos de forma violenta. Razonar nunca ha entrado en la ecuación, para quienes han sido educados en el fanatismo y el odio. En Cataluña han cogido las peores artes borrokas de las vascongadas. Es como, si además de los delirios supremacistas, copiaran todos los tics totalitarios y se los incorporaran al acervo genético.

En la España ominosa donde un entonces futuro vicepresidente se emocionaba al ver apalear policías (aunque luego rogara por la presencia de la siempre cumplidora y resignada Guardia Civil para la protección de los muros del marquesado) la izquierda lleva muchos años resolviendo sus dilemas intelectuales a golpe de coz. 

La ingeniería social centrada en los más jóvenes, la división identitaria y el agitprop garbancero de pancarta de sindicato de estudiantes ha creado papilla cerebral donde se les amontona paladas de estiércol que claro, después ese mejunje encefálico se lanza contra un cuadro en un museo, o se ataca a alguien que va a una Universidad a dar una charla. Con los que mandan, a resguardo y en sus despachitos, sonriendo complacientes, dejando que sus muchachos más díscolos hagan el trabajo sucio.

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