Artículo publicado originalmente en La Gaceta
Nunca pude sentir excesivo entusiasmo por las revoluciones de megáfono y tambor, de esas que te plantan un huerto ecológico en la Puerta del Sol, icónica plaza capitalina que el fascismo ha privado de arboleda.
Claro que a toro pasado el conjunto se analiza mejor, con la perspectiva que a uno le dan el tiempo y las razones.
Supongo que estos días es habitual, entre numerosas personas que desde el primer momento se opusieron al indecente gobierno de Sánchez y sus secuaces podemitas, sentir ese ligero cosquilleo de placer cuando se tiene la certeza de que "yo tenía razón". Al final la tenía. O siempre la tuve. Qué más da. Hay que disfrutar de esas íntimas satisfacciones acogedoras, sobre todo después de tiempo a la intemperie, aguantando chaparrones y adjetivos indecibles de los habituales tontos del culo, que ni el tiempo ni las razones les han hecho entrar en razón.
Volvamos a Sol. Kilómetro cero. Pues sí. Casi todo lo malo se empezó a cocer ahí. Tras unos días de un juvenil empuje de improvisación, la plaza se llenó de una pestilente reivindicación de la vagancia, la gorronería y la mendicidad. Y aquello también suponía una ingente cantidad de personas a pastorear, pues todo movimiento popular necesita sus guías con ánimo de lucro.
Era donde los cachondos de Podemos organizaban sus saraos, con la turra asamblearia cuando repetían todo el rato "la gente" (ellos) y "la casta" (los demás), ante una audiencia más corta que la banqueta de ordeñar. Allí, entre pancartas y tiendas Quechua, trazaron todas las líneas a seguir y las gran ingeniería social que marcaría casi 15 años demenciales: el feminismo de cuota para dar salida remunerada a psicopatologías personales y el lenguaje inclusivo de zopencos y zopencas. El blanqueo de la piara criminal de ETA y su brazo político. La idea de que traer el chavismo a España era buena idea.
Obviamente, también sirvió como plataforma para dar publicidad a los vigores masculinos de la "política con cojones" (sic). El calentuco de las gafas, el alfa de la coleta y el perverso con pinta de comisario político de la NKVD, buscando groupies bajo los adoquines sin arena de playa. Iban a conquistar el cielo por asalto, aunque para tan alto y azaroso destino pensaban más en vuelos en primera clase y restaurantes de cinco tenedores que no pudieran permitirse las masas lumperizadas.
Como ratas hedonistas corriendo detrás de un billete o de una falda, vividores del lujo y el placer; el más espabilado de todos se despidió del panadero y del barrio y se largó al chalet en las afueras buscando la tranquilidad de espíritu y el reposo físico que anhela todo cristiano.
De aquella época, como una cloaca cuando desborda, salieron los más extravagantes sujetos que padecimos en la política. Recordarán ustedes a Pisarello (ahí sigue), el tucumano que zarandeaba con saña una bandera española para que sus colores no mancillaran el balcón del ayuntamiento de Barcelona. O Inmaculada Colau, que convirtió la ciudad condal en un albañal infecto (donde la gran atracción turística es que te pueden apuñalar en nombre del progreso multicultural), y luego se fue de crucero por el Mediterráneo, aquella flotilla de tan divertidos recuerdos.
Ahora la comparsa de Sánchez a su izquierda es Yolanda Díaz, ese prodigio de la oratoria; ella y los de la PSOE hacen disparatados mítines ante un fervoroso público de setenta años de media, completamente desarraigados de la realidad.
Yolanda Díaz es, como el hombre que la designó sucesora, una rendida admiradora de Hugo Chávez (“el más digno libertador”, decía sobre el sátrapa venezolano) y ahora le ha dado un toque como de peronismo arcoíris, que siempre es más siniestro, porque te vende ideologías criminales con una perpetua sonrisa entre bobadas monolíticas. La miseria y la involución de los derechos, pero con ternura y tinte en el pelo.
Se aferra al gobierno de coalición progresista (jaja) porque cuando el sanchismo se derrumbe no va a tener revolución rosa a la que aferrarse, y no la votan ni en su pueblo (esto no es una forma de hablar). Lo mismo ocurre con toda la quincalla antiespañola, desde Junts a Bildu. Saben que cuando la cúpula del PSOE en pleno esté empurada, perderán mucha fuerza a la hora de seguir influyendo en el devenir de la nación que odian.
Mi reconocimiento a los periodistas, jueces y miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad que están haciendo esto posible. Decían los viejos mafiosos de Nueva York que Los Soprano, sus vecinos de Nueva Jersey, sólo eran una banda con pretensiones. Lo que Sánchez montó con Koldo, Ábalos y otros fantásticos chicos sólo era una cuadrilla de malhechores venida a más. El yerno de un proxeneta y el portero de un prostíbulo deseando dejar atrás el olor a moqueta barata. Querían tocar poder para seguir robando a gran escala y lo tocaron. Pero nos hundieron a todos, mientras la parte más maleable de la sociedad y los esbirros mediáticos decían que estaba mal señalar a la banda, que se respetase un poco al Uno y a su entorno, para no seguir crispando.
Ésa era la famosa polarización. Unos saqueaban el país y otros se quejaban de que lo saqueaban. Empate.
Pedro Sánchez soñaba con perpetuarse en el poder. Vean ahora su cara desencajada mientras todos los peones van cayendo, mientras la UCO y la UDEF alcanzan sus penúltimos objetivos policiales, irrumpiendo en las sedes de la organización.
Observen la sonrisa heladora del pérfido Zapatero cuando le preguntan por su inminente orden de detención por ser esbirro del narcoterrorismo madurista. Hay sueños que se tornan en pesadilla.