29 de octubre de 2025

No se habla del tema


Artículo publicado originalmente en La Gaceta

Ahora que se acerca la Navidad (es decir, estamos a las puertas de noviembre, cuando ya empieza todo el artificial show en las grandes ciudades; cada vez antes, cada vez más estridente) volverán los chascarrillos habituales sobre las hipotéticas conversaciones políticas en la mesa de los fastos. Porque la prima es perroflauta y el abuelo estuvo con 17 años en el frente de Brunete, o porque el cuñado, que nunca trae nada cuando juega de visitante, tiene ideas comunistas y encima felicita el solsticio de invierno, el muy bobo.

Pero la cuestión, más allá de nuestra entrañable España de cainismo y villancico, de mazapán y puñalada trapera, de discutir hasta por la composición de la tortilla de patata, es que en cada vez más ámbitos es recomendable, como forma de educación pero también como medida preventiva, que no se toque "el tema". El tema, amigos, es tabú, es un susurro en un convento, es una confesión a escondidas en las alcobas, es aquello que no se dice pero se siente. 

Y eso que durante las pasadas vacaciones estivales la canción del verano fuera aquella en la que se ponía en duda la virtud de la madre de nuestro presidente, en una estrofra refranística sin muchas vueltas, contundente y pegadiza, de una estructura poético-musical de corte folclórico. Dicen que estamos polarizados, así que, siendo el hombre un animal comunitario, con tendencia a juntarse con otros semejantes, lo mejor es pisar con tiento. Los individuos más ecuánimes y sosegados evitan una situación comprometida, normalmente porque ya hablan donde tienen que hablar.

En grupos de amigos, de trabajo (no tienen que ser lo mismo, afortunadamente), de gimnasio, asociaciones de padres y madres (AMPA se llama ahora, como mi prima) o en una reunión social donde te puedes sentir un poco desubicado, como Woody Allen en sus películas perdido en un mundo demasiado inestable y caótico, ya se evita (salvo en círculos de mucha confianza y donde todos se escoren del mismo lado) sacar a relucir nuestra convulsa situación política. 

Porque realmente nunca sabes el sentir del otro, el que te acaba de quitar el canapé o comparte cerveza y barra; y en cualquier lado puede haber un sanchista agazapado, pues parece improbable que se hayan esfumado de golpe los 11 millones de votantes. Y sabemos lo desagradable que se pude tornar una conversación en una reunión que se anticipaba pacífica, si nuestro interlocutor es de mecha corta, ideas al pelo y no más de dos dedos en el frontal.

Los sanchistas no son cosa a tomar a broma. Inaccesibles al razonamiento, viven en una especie de mentira obcecada y rectilínea. Sus mundos están labrados a base de muchas horas de distopía orwelliana engullidas visionando el ente público y los más plurales medio de comunicación privados, pero adscritas al oficialismo, que es el que les soba el lomo. La pluralidad consiste en que unos son de izquierdas y otros de ultraizquierda.

En esos mundos sanchistas no hay una banda dedicada sin complejos a extorsionar, sobornar, malversar, enchufar, mentir y robar. Todo es una felonía urdida por la extrema derecha, una entidad más allá de las instituciones y de la ley que tiene como objetivo amargar la vida a los honrados socialista, sean políticos profesionales o votantes vocacionales. La extrema derecha sería como el malo en las películas de James Bond, y Pedro El Guapo, pues eso, 007, licencia para matar. Para reventar fachas, como decía el otro zascandil.

Hay quien tiene un olfato envidiable para detectar progres, merma, sindicalistas, veganos, sanchistas y biodiversidad de ese tipo, y se coge una distancia prudencial y hablan del tiempo, como en un ascensor. Pero si uno apenas puede reconocer ciertos patrones o no tiene esa afilada intuición, igual cree que está dialogando con una persona normal y resulta que el fulano piensa que Bildu es un partido igual de homologable (incluso más) a Vox, por decir una barbaridad. O que los de la flotilla mediterránea rumbo a Gaza estaban enrolados para detener un genocidio.

Como las personas no hablan para argumentar y tratar de convencer, si no que simplemente se hace como que se escucha al otro mientras se espera a que termine para poder soltar tú tu contragolpe, es mejor discernir sobre la gastronomía, los hijos, las mujeres y hombres, amantes (si los hubiera) o la cría del berberecho salvaje.

Porque al español, en el fondo, no le gusta meterse en berenjenales, y cuando ve una bronca de bar se suele hacer a un lado y darse el piro, salvo los muy morbosos que quieran ver volando las hostias, lo normal es que no te guste ser testigo de situaciones tensas y molestas, de gente pegándose por embriaguez, por fútbol, porque son de Futuro Vegetal, antitaurinos, o porque has rozado a mi novia al pasar.

Lo mejor, en casos en que se identifique a un sanchista sobrevenido, es no abrir la boca para confrontar ni contrariar, ni siquiera con comentarios irónicos o crueles. Él va a seguir pensando lo mismo, no va a cambiar nada por un intercambio de pareceres, así que lo mejor es poner tu mejor cara, sonreír, y por dentro pensar: "Madre mía, no te hacía yo tan imbécil".


Empacho de mala historia


Artículo publicado originalmente en La Gaceta

Fue Cicerón el que dijo, advirtiendo sobre el peso de la historia, que "la ignorancia de lo que sucedió antes de que naciésemos nos convierte en niños eternos". En una sociedad apegada al presente más efímero y donde el gran cambio es la cotización al alza de la estupidez, es normal verse rodeado de cada vez más infancias perpetuas.

Las acémilas bípedas que lanzaron pintura contra el cuadro Primer Homenaje a Cristobal Colón, del Museo Naval de Madrid (uno de mis preferidos, en cuanto a museos navales, incluso en cuanto a museos a secas) no tienen una ignorancia de la historia al uso, sino un empacho de mala historia. En vez de una visión académica, historiográfica, ecuánime y lúcida, se han atiborrado de historia en su vertiente propagandística, ideológica, mitinera, visiblemente trastornada.
Ese acto vandálico funciona como un espejo turbio del presente, de nuestras grietas más visibles, de juventud que se presentaba como la generación más preparada para culminar en una especie de talibanes con dilataciones y bono de metro.

Soy aficionado a la irreverencia y me llaman mucho la atención estas actitudes y sus nulas consecuencias, lo que sin duda anima a otros igual de zumbados que ellas a atentar de nuevo contra el patrimonio cultural. Luego posan orgullosos, diciendo que lo volverán a hacer, dejando que se fotografíen y conozcan sus caretos, como algo superior a cualquier clase de pudor o reparo sobre la propia ignorancia.

Creo que estas muchachas de Futuro Vegetal (ojalá) tienen disonancia porque ven a Colón como una incoherencia cronológica. Eso las confunde. Lo acusan de genocida, pero es un término que se estableció formalmente tras los juicios de Núremberg y que lo ha puesto de moda la guerra en Gaza, como palabra fetiche entre los faltos. Quieren que hechos del siglo XV se ajusten como sea a sus neuras del XXI, y claro, eso entra muy con calzador.

Tal vez proyecten sobre el marino genovés la ausencia de figura paterna, los fracasos sentimentales y sus expectativas del poliamor, la angustia de la juventud, la precariedad laboral, la ansiedad climática, el sufrimiento animal de las gallinas violadas, o vayan a saber qué. Se quejaron de que pasaron hambre en comisaría (les ofrecieron carne y pescado) y son estas las partisanas que quieren combatir a la ultraderecha y frenar genocidios, con esa actitud pusilánime, donde no aguantarían una noche en el frente con una lata de anchoas.

Para seguir con el gamberrismo más turbulento, la Universidad ha pasado de ser un lugar donde rebatir a quien no piensa como tú a reventar al que opina diferente. Fíjense en la UAB. Hay quien considera Cataluña el mayor manicomio a cielo abierto, donde se piden selfies a Otegi y jóvenes constitucionalistas de S'ha acabat representan el fascismo más intenso, y tienen que ser repelidos de forma violenta. Razonar nunca ha entrado en la ecuación, para quienes han sido educados en el fanatismo y el odio. En Cataluña han cogido las peores artes borrokas de las vascongadas. Es como, si además de los delirios supremacistas, copiaran todos los tics totalitarios y se los incorporaran al acervo genético.

En la España ominosa donde un entonces futuro vicepresidente se emocionaba al ver apalear policías (aunque luego rogara por la presencia de la siempre cumplidora y resignada Guardia Civil para la protección de los muros del marquesado) la izquierda lleva muchos años resolviendo sus dilemas intelectuales a golpe de coz. 

La ingeniería social centrada en los más jóvenes, la división identitaria y el agitprop garbancero de pancarta de sindicato de estudiantes ha creado papilla cerebral donde se les amontona paladas de estiércol que claro, después ese mejunje encefálico se lanza contra un cuadro en un museo, o se ataca a alguien que va a una Universidad a dar una charla. Con los que mandan, a resguardo y en sus despachitos, sonriendo complacientes, dejando que sus muchachos más díscolos hagan el trabajo sucio.

14 de octubre de 2025

Contra las mujeres



Artículo publicado originalmente en La Gaceta

Una de las muchas causas que abandera la colación del verdadero progreso es la del feminismo. El suyo. Sobre el término, sus connotaciones, la industria empresarial alrededor y la mercantilización de las tragedias se ha escrito mucho y casi siempre muy bien, así que no creo que pueda rascar nada nuevo a ese respecto; aunque los disparates en este país siempre se renuevan para arremeter con inusitada fuerza. Te asomas a las noticias como el que se asoma al abismo.

Sí que parece evidente que todo el entramado gubernamental y sus apéndices mediáticos está diseñado para ir en contra de las mujeres. De forma frontal, descarada, con saña. Las quieren dogmatizadas, beligerantes en las causas institucionales, fáciles de pastorear. Nacieron políticamente para obedecer, callar y ser constantemente víctimas.

Y en ese aire de nihilismo moral, a la mujer no se le puede explicar las consecuencias que acarrea un aborto, aunque hasta las cajas de aspirinas vienen con un prospecto alertando de los posibles efectos adversos. Tienen que poner un aviso en las series y películas en las plataformas de streaming si va a salir lenguaje malsonante, desnudos, violencia física y verbal, drogas y otras abominaciones contra las que lucha el clero woke; pero no puedes recibir información sobre lo que puede suceder en tu cuerpo y en tu mente tras un aborto. Eres mujer, y por lo tanto, papá Estado socialista sabe lo que es mejor para ti. En este caso, lo que no tienes que saber.

La ciencia es algo misterioso, hoy en día no se puede afirmar nada con absoluta certeza, ya que vivimos en tiempos de tamaño relativismo, que puedes decir, verbigracia, "el sol sale por el este", y alguien se acercará y te replicará: "bueno, ésa es tu opinión". Por eso tampoco son capaces de decir lo que es una mujer. Algo, alguien, todo, nada, a saber. Un ente. Una afirmación. Un constructo social. Mujer es quien dice serlo. Como si yo digo que soy Angie Dickinson.

La izquierda turuleta le quiere hacer creer a las mujeres que lo moderno y lo cool, lo de verdad progresista, es ponerse la pestífera kufiya y salir a pegar berridos a favor de ese enclave palestino, vociferando consignas antisemitas. Esa alianza delirante de feminismo radical e islam radical, donde la punta de lanza hoy es Hamas, ofrece una desintegración total de la mujer como objeto de derecho, teniendo en cuenta que bajo las más estrictas leyes de la sharía la mujer tienes menos consideración que una cabra. 

Hay un horror arcaico en el integrismo religioso con esa mentalidad sanguinaria que segó la vida de los inocentes del 7 de octubre, las normas civilizatorias por las que nos regimos no sirven de nada bajo el reinado del terror, pero se está muy a gusto manifestándose por la Puerta del Sol, antes de irse a cenar con los coleguis.

Dejan a las mujeres maltratadas a merced de sus agresores con esas pulseritas inservibles, cacharros inútiles cuya negligencia, al parecer, fue por los prejuicios de Irene Montero sobre la empresa israelí. Le pareció poca irresponsabilidad haber legislado a favor de violadores en la calle, mezclando inutilidad con esa desesperante falta de sesera; entre aspavientos, ceño fruncido y fauces abiertas. La suprema arrogancia que exhibe el personaje hace que la inferioridad lamentable de su intelecto resulte todavía más ridícula. Un juguete roto de la política de zanja, buscando causas a las que servir, de Igualdad a Europa, de los machirulos a Gaza, y de ahí a donde sea mientras dé de sí, y luego ya quede lista para ser arrojada a la basura de las cosas que ya han cumplido con sus fines.

Y no hace falta entrar en guerra de datos y batallas de estadísticas (sobre todo porque discutir números es como negar que el agua del cielo cae de arriba hacia abajo o que dos y dos son cuatro) porque la mayor prueba empírica de que las calles son más inseguras es salir a la calle. Lo saben las mujeres, lo saben sus amigas, los saben sus padres, lo saben sus hermanos y lo saben sus maridos o novios.
Hay más miedo a pasear sola por ciertas zona (ya casi todas) con luz y de noche, los espray de pimienta están a la orden del día y las matriculadas en clases de defensa personal y artes marciales no paran de crecer. Eso no es ningún bulo de la ultraderecha ni corresponde a una teoría de la conspiración.

Por eso resulta muy reconfortante cuando hablas con una mujer independiente, culta, inteligente, con una vigorosa fuerza interior y esa serena lucidez de quien sabe lo que quiere; lucidez construida a base de libros leídos, vida vivida con los ojos sorprendidos de mirar y la mente autónoma. Con una aversión instintiva hacia todos los intentos de colectivismo. Ninguna retoza en ese muladar ideológico que tratan de imponer desde el oficialismo. Y saben que, hoy en día, es ese poder el más peligroso para ellas, porque va contra todo lo que las hace libres.

6 de octubre de 2025

Triste decadencia de un Mesías

 


Artículo publicado originalmente en La Gaceta.

Sospecho que para cualquier persona con dos dedos de frente (incluso basta con tener uno y medio) el descalabro político y el prolongado descenso del partido Podemos supone una gozosa satisfacción, como el breve consuelo de saber que desde el primer momento siempre tuvo uno la razón; porque los vimos venir y conocíamos a los personajes antes de ser fenómenos mediáticos impulsados por las televisiones, que hicieron de cómplices necesarios, acercando al gran público a aquellos fantoches de asamblea.

Inevitable, por tanto, la sonrisa de desagravio para los que en los albores del invento, hace ya más de diez años, tuvimos que soportar el desaire de todos los memos (vale, algunos sólo eran ignorantes de buena fe) que veían en el jacarandoso populista a su coletudo Mesías.

Y se ponían vehementes, con esa peculiar intransigencia que tienen los progres, porque para ellos Podemos era la encarnación de todas las bondades, no sólo políticas, sino también morales. Dioses sin mácula. Iban a ser, decían, un ejemplo de democracia interna, de tres salarios mínimos, de altura ética y orgullo de barrio y panaderos, y de un montón de soflamas y gilipolleces varias. Alpiste para rumiantes. 

Y a los que conocíamos el percal, y a la vez observábamos a una parte de la sociedad siguiendo con devoción aquellos que para ellos era nuevo y fresco, y decíamos, como Ortega, "¡no es esto, no es esto!", nos tachaban, quizás les suene, de desgraciados y fachas. De querer preservar esa cosita insidiosa llamada casta, negándonos a darle una oportunidad a la frescura, a la renovación representativa que venía a rebufo del 15-M.

Decir algo en contra de Podemos era, en algunos cìrculos, motivo de inmediata cancelación, antes de que se impusiera esa irritante moda, porque la moda real entre la izquierda siempre fue la intolerancia y el silenciamiento de las opiniones discordantes. Todo progre que se precie lleve dentro a un pequeño totalitario.

Así que tenemos el ganado derecho al regocijo, el deleite al ver para lo que han quedado, su patética irrelevancia, los trucos de trilero del cernícalo que sigue ejerciendo en la sombra de líder y portavoz (sin tener ya cargo orgánico) para que los adeptos costeen las ruinosas aventuras privadas de hostelero cutre. 

Aparece Pablo Iglesias por el canal que se ha montado, jugando a los medios de comunicación que promulguen la fe del hombre nuevo (siempre quiso los telediarios) para luego pasar el cepillo a la parroquia y mudarse a un bareto más grande, aunque no sabemos si más aseado. 

Da lástima verlo así, jugando a la revolución con más años que un bosque, las orejas con pendientes de mamarracho trasnochado, el esmirriado cuerpo de tiñalpa, sacándole los cuartos a los pobres infelices que aún le siguen ciegamente, fanatizados de ideología y estupidez. 

Me consta que algunos camisas moradas de primera hora se desencantaron cuando el líder se compró el chalet con alberca y estancia de invitados, como si no hubiesen podido sospechar ni por asomo que un comunista buscara hacerse millonario (por eso al populismo hay que llegar ya leído), y otros los fueron dejando por el camino; no sabemos si cuando la parienta empezó a tener la mirada de las mil yardas y a soltar violadores, o cuando se dedicaron a purgarse entre ellos, en esas desavenencias cainitas ancestrales de qué hay de lo mío y quítame de ahí ese puesto. 

La paradoja morada es que el fracaso de Podemos es el triunfo de los Iglesias-Montero, viviendo el sueño burgués español, con casa con muros y lujosa tranquilidad (es lo que más se busca) y niños en colegio privado. 

De los fundadores no queda ni el conserje, y la realidad, que siempre pasa la factura, ha ido llegando con la cuenta para aquellos impetuosos jóvenes conquistadores de cielos.

Al niño Errejón se le subieron a la molondra los calores venezolanos y andaba con el núcleo irradiador todo el día incandescente, y dicen que ahora clama por las bondades del Estado de derecho (a buenas horas, compañero) tales como la presunción de inocencia, esa que avergüenza a las dos Montero; y Juan Carlos Monedero un poco parecido: era de dominio público que iba a la universidad más interesado en el suculento material humano que en el material teórico. El bailongo comunista tenía orinocos derramándose por sus ojos cuando Chávez entregó la cuchara, pero parece que eran cataratas de otra cosa lo que prefería derramar, en Venezuela y en España.

Como no hay nadie más a quien pasar el testigo, al frente de los restos del asalto celestial se encuentran Ione Belarra y la pobrecita Irene, y entre las dos acogen un batiburrillo de ideas delirantes, en lucha fratricida contra su escisión de Sumar y ese asombro de la dialéctica, aunque con tendencia a lo ininteligible, que es Yolanda Díaz. Se odian entre ellas con una inquina feroz, en una guerra de antipatías femeninas tan antigua como el mundo. 

Se disuelve el mito edificado sobre una conciencia social y política inexistente. Los antiguos rebaños son apenas un puñado de zorolos organizados en hordas, y aquella capacidad para colapsar Sol en un mitin (VuElve) ya apenas da para que, apurando el fondo del barril, donen lo suficiente para llevar los tercios de cerveza y las banderas tricolor a otro local desde donde seguir combatiendo, caja registradora mediante, al omnipresente fascismo.

Antes de que esto acabe

 


Artículo publicado originalmente en La Gaceta

Los más optimistas ven cercano el fin del sanchismo, que constituye una legislatura que ya declina y es también el epílogo de un enorme desatino, con el autócrata cada vez más avejentado, prietas las mandíbulas y acorralado su entorno judicialmente; con pocas escapatorias salvo a uno de esos exóticos países a los que tanto vuela el Falcon, quemando queroseno de forma despiadada, sin política sostenible, ni verde ni azul, y con Greta navegando a vela por el Mediterráneo.

Corroído por la corrupción, apartado de cualquier cumbre internacional relevante, sin poder pisar las calles de España, bunkerizado en Moncloa en su delirio cesarista y parapetado tras un monumental ejército mediático progubernamental que le es fiel casi de forma norcoreana, mientras siga llegando el estipendio. Cuando el Estado premia a quien pelotea al jefe del Gobierno, el jefe, el Gobierno y el Estado se hacen indistinguibles.

Con Sánchez se terminará una etapa infame, la más nefasta de nuestra crónica reciente; pero antes de que esto acabe hay que tener en cuenta algunas cosas, para entender lo que tenemos e ir anticipando lo que presumo vendrá.

Se irá Sánchez, pero queda todo el cultivo de crispación, enraizada en lo más profundo del cainismo de la extrema izquierda y regado con torrentes de bilis, en huestes galvanizadas tras el muro, luchando contra fascismos imaginarios y poseídos de un carácter irracional.

Lo hemos visto en la Vuelta a España y las algaradas callejeras, turbas usadas como fuerzas de choque. Masa movida como peones en el tablero de una partida mayor y sus grotescos intereses.

Esa gentuza exaltada no va a desaparecer sin más cuando se vaya Pedro al vertedero de la Historia. Al contrario, son hordas estandarizadas que no creen en la libertad, sólo en la imposición de sus ideas, y están dispuestos a imponerla mediante la violencia en sus múltiples formas.
Un cambio de Gobierno les daría la excusa perfecta para arreciar esa violencia. Regresarán las reivindicaciones sindicales acompañadas de disturbios, con los más cafres tomando las calles, azuzados a conveniencia por los políticos nunca se juega el pellejo en primera línea, emocionados mientras patean policías. Todo eso ya pasó y volverá con inusitada fuerza, con una parte de la sociedad más dogmática y represiva, feroz en su intransigencia.

Antes de que esto acabe, hay que entender que la Comunidad Autónoma Vasca seguirá siendo un lugar de salvaje tribalismo, donde la desnazificación se presume compleja y larga, ya que los más ancianos y tradicionales votantes del PNV son sustituidos por los jóvenes que optan por Bildu. Radicalizados, completamente ajenos a la criminal historia reciente, con el escaso cerebro convenientemente lavado en esas escuelas de odio que son las ikastolas.

Antes de que esto acabe, tenemos que recordar que cuando las urnas concluyeron las casi cuatro décadas de caciquismo socialista en la Andalucía cortijera, ese personajillo ridículo, pero notable vividor gracias a la estulticia de su rebaño que es Pablo Iglesias, declaró aquella cómica "alerta antifascista", asustado porque la gente había votado mal y las alfombras se iban a empezar a levantar, mandando a parar tanto chiringuito y tanto impune choriceo. Choriceo con el dinero de los parados, entre otras fechorías.

Antes de que esto acabe, habrá que mantener presente que, salvo caída de Maduro previa intervención militar, seguirá operando el Cártel de los Soles con mediación de Zapatero, cómplice en el mayor fraude electoral de la región y de un cúmulo de asesinatos y torturas que se detallan en violaciones, descargas eléctricas, asfixias, extracción de uñas y palizas con bates de béisbol. Eso es el chavismo y mucho más es el narcosocialismo que nos salpica. Seguirá este asunto pendiente, como las cada vez más estrechas relaciones de ese siniestro lobbista con China.

Antes de que esto acabe, habrá que concienciarse para redoblar los esfuerzos por mantener encendida la llama de la civilización. Ésta sólo existe si se mantiene en pie en todas partes, y lo cierto es que hay lugares que ya no son España, ni tampoco Europa, y una quinta columna que por intereses oscuros o alianzas imposibles es capaz de compadrear con la barbarie.

Antes de que esto acabe, hay que pensar qué hacemos desde la sociedad civil con los que han ocultado de forma sistemática, forzando a mirar para otro lado, violaciones en manada y crímenes horrendos porque no eran acordes a una agenda política, teniendo el aparato del Estado moviendo todos sus engranajes en una misma dirección.

Se irá Sánchez pero quedará suspendida en el aire, como pólvora sobre brisa débil, una alianza de la izquierda con el Islam, aderezada de consignas antisemitas y una histérica ola de celo puritano, una ola llamada movimiento woke, que aunque ya retrocede, se resiste a perder su fuerza coactiva.

Antes de que todo acabe, es apremiante replantearse volver a las mejores tradiciones de la retórica y la persuasión, la pedagogía como labor didáctica, la palabra y la oratoria como necesaria herramienta pública. Influir y convencer, coger sin rubor un micrófono y confrontar pensamientos, como hacía el malogrado Charlie Kirk. No ceder nunca más a la izquierda los espacios de opinión, el monopolio de los medios, el campo de batalla de las ideas y su pretendida, fingida y fraudulenta superioridad moral.


La bandera, la flotilla y la bondad


Artículo publicado originalmente en La Gaceta

Fue en este extinto agosto, en las fiestas de Las Piraguas, Descenso Internacional del Sella, donde Adrián Barbón, singular mandatario del Principado de Asturias, en el puente presidencial de todo el jolgorio, campechano como siempre fue, agarró por el mástil (por dónde si no) una bandera palestina que vio por ahí (están por todos lados, desde los perfiles en X hasta en las carreteras de La Vuelta España, por eso de las modas, los tontos y las lindes) y la alzó rabiando de orgullo, como Mel Gibson enarbolaba la Betsy Ross con desaforado patriotismo bélico en aquella película bastante mediocre, pero donde se dedicaba a su afición favorita en la pantalla, que es escabechar ingleses. 

De esa guisa posó Barbón, el muhayadín de Laviana, con su irrenunciable vocación al ridículo, seguro de pasar a la historia (efímera, a fin de cuentas) y dar que hablar en redes sociales (eso sí, pues le dio bombo él a la foto) aunque sea un político demasiado absurdo para tomárselo en serio. Como es ajeno a la decencia elemental, creía estar haciendo un acto humanitario y reivindicativo, mientras a los asturianos, cada vez menos y más arruinados, les quiere imponer el bable por un delirio identitario y por el vil metal, claro.
Lo más divertido es percatarse que el tiempo que alguien como Barbón duraría vivo entre los yihadistas de la Franja de Gaza se podría medir en segundos.

Lo más triste es que cuando sale a esas reuniones de socialistas por España, Barbón no puede desprenderse de esa imagen de provinciano ignorante, detrás siempre del trasero de Pedro Sánchez, por si pudiera recoger alguna migaja.

Lo primero que uno se pregunta cuando ve a alguien apoyar sin fisuras, sin matices, sin dilemas éticos y con verdadera devoción la llamada "causa palestina" es si tendrá la capacidad intelectual trastornada. Yo siempre tiendo a pensar bien de las personas, y por eso prefiero creer antes que es bobo a malo. 

Sólo desde la maldad se puede simpatizar con una espantosa teocracia medieval, reaccionaria y fanática hasta el mismo paroxismo de la violencia. De la islamofilia tengo la impresión de que se trata de una enfermedad, una enfermedad moral. Una atrofia moral que contamina el alma. La lucha de las diferentes facciones terroristas por exterminar a los judíos es la historia de un horror tras otro, una atrocidad tras otra, sin descanso.  

En occidente y de mano de la extrema izquierda en su totalidad, el mal disimulado odio a Israel está aderezado por el envenenamiento informativo que sufrimos, donde por sistema se divulgan las cifras que filtra Hamas, ofreciendo a la población esos datos como si llegara de una fuente fiable, lo que ya es mucho ofrecer. 

Eso hace aún más admirable la voluntad de supervivencia de Israel, luchando contra su propia aniquilación en medio de un desierto, con un tesón que sólo puede surgir del sufrimiento, como sangre extraída de una piedra.

Algunos de los amigos de Hamas le echan bastante morro y gustan de hacer el paripé y montar el numerito, como esa flotilla que saben nunca llegará a destino (afortunadamente para ellos, pues evitan caer en manos de los terroristas, lo que sería cruelmente jocoso) pero hacen muchas declaraciones grandilocuentes, soflamas más o menos histéricas, y palabras como derechos humanos, humanidad, etc, etc salen a su boca como torrentes, inflamados de orgullo y superación, vamos a romper el cerco, hay que detener el genocidio, y que sea una Gaza feminista y resiliente; y claro, resulta que en esa flota del terror lo mismo te encuentras a Ada Colau que a la ya no tan niña Greta, que se ha pasado del negocio climático al negocio del activismo de la causa palestina, todo con tal de no ir al colegio.
Y la peña los despide en el puerto y entre multitudes, como si partieran para la batalla de Lepanto o a circunnavegar el globo por primera vez, a lo Juan Sebastián Elcano.

Supongo que el activismo, además de para autoconvencerte de que eres buena persona y no un hijo de perra filoterrorista con balcones a la calle, sirve para canalizar una frustración. A falta de retos reales en tu vida y causas por las que luchar, y teniendo en cuenta que lo más probable es que en tu casa sepan que eres tonto de remate, te vuelcas en el tema palestino, que siempre queda bien con todo y gasta buena prensa; porque de otro conflictos bélicos como que andas más escaso de conocimientos (tampoco es que tengas puta idea de lo que hace Israel), Ucrania está muy gastado y lo de la matanza de cristianos en Nigeria te suena a bulo de la ultraderecha.

Y claro, ahora no falta una sola actriz de chichinabo o influencer de medio pelo que sienta la imperiosa necesidad de pronunciarse, porque la virtud progre además hay que demostrarla o al menos parecerla, como la mujer del César, y todo el mundo debe saber que lo de Gaza te afecta en lo más hondo, que no quieres ser cancelado y que tú y La Franja siempre habéis sido uña y carne. 

Si los terroristas usan a los civiles, muchos de ellos niños, como escudos humanos donde dirigir las bombas, estos de la bondad universal y el corazón que no les cabe en el pecho usan la sangre de esos niños para lavar su imagen y limpiar sus conciencias. Un reel de Instagram a tiempo es una victoria.

Una maldición bíblica


Artículo publicado originalmente en La Gaceta

A Pedro Sánchez se le descompone el rostro, como si se hubiera roto el verosímil pacto que hizo con el diablo del verdadero progreso para mantenerse en el poder, como si esa cara pulida en el granito de su psicopatía de mentiroso compulsivo, de la desvergüenza que le permite sortear cualquier atisbo de decencia, estuviera empezando a notar los estragos de tanta maldad. Algo oscuro se cierne sobre él, y preocupa el físico menguante del número 1, del puto amo, famoso hasta ahora por su fría ambición y una ausencia total de emociones veraces, de algo real que no pareciera la actuación tras una máscara de un consumado actor.

 Analizando las causas de la imagen mellada y casi enjuta del inquilino de la Moncloa, que hasta de vacaciones parece maquillado por un tanatoesteta, se puede barajar que empezara el deterioro cuando, sonriente, se estrechó en saludo fraternal con esa Mertxe Aizpurua cuya misma mano señalaba objetivos a asesinar por los terroristas del nacionalismo zumbado y tribal.

Tampoco tiene que ser bueno para la salud hacer contorsionismo argumentativo con la Amnistía, para fomentar la desigualdad entre españoles y la usurpación de derechos fundamentales de los ciudadanos que tienes que gobernar, y para seguir gobernando aceptes la rebaja de los delitos de malversación y la entrega de las decisiones del país a delincuentes supremacistas.

O tal vez se inició un contagio y comenzó a descomponerse su salud a comienzos de la pandemia, aunque ahí hubo otros peores. Más ignominia arrastra el sufridor de a pie que decía "no se podía saber" frente a la amenaza del coronavirus que el Gobierno sí sabía, y que despreció para llegar al 8-M con Italia ya cerrada. Todas esas muertes...muertes de miles de ciudadanos mientras los más bobos de cada barrio salían a aplaudir a las ocho y le reían las gracias al siniestro Fernando Simón; tantos ataúdes apilados mientras los de la Rosa Nostra aprovechaban para robar en su infame trama de mascarillas y guerras políticas con los confinamientos, decididos por un comité de expertos inexistente: eran los propios mafiosos.

También existe la opción de que el presidente esté lívido por haber vendido esa chatarra violeta de la ideología de género, una de las mayores operaciones de expolio de dinero público de la historia, millones y millones dilapidados en propaganda y en ingeniería social, para acabar con una vicepresidenta del Gobierno diciendo que le da vergüenza la presunción de inocencia, y con leyes chapuceras realizadas por imbéciles fanáticas y malvadas, que provocaron la salida a la calle de cientos de violadores.

O puede que a Pedro le esté dejando el careto macilento su decisión de dejar tirados a los afectados por las riadas en Valencia, sin ayuda durante días, españoles enfangados de barro y muerte mientras nadie los socorría por maldito cálculo político. Porque el horror y la desesperación de los valencianos podría ser usada contra el rival de esa Comunidad, que es de otro partido.

Pienso si también le afecta el hecho de que con récords históricos de recaudación fiscal la degradación del país se sienta en todas y cada una de sus costuras, la calidad de vida haya empeorado notablemente y sólo se enriquecen los políticos cleptómanos, los enchufados en chiringuitos gubernamentales y los inspectores de Hacienda.

He descartado ésta y las demás opciones, pues en todo lo nombrado actuó movido por el único afán del poder y su continuidad, y seguirá adelante contra todo y contra todos y mientras pueda, aunque su mujer acumule media decena de imputaciones por otros tantos delitos, su hermano se haya largado a Japón con cuentas aún pendientes con la Justicia y puede que otro informe de la UCO le esté esperando a la vuelta de Lanzarote.

A Sánchez lo que le demacra es que, en una personalidad egomaníaca preocupado por cómo la posteridad le recordará, empieza a tener la 2 certeza de que no podrá volver a pisar la calle con normalidad; le atenaza de miedo la idea de irse de la Moncloa esposado o por la puerta de atrás, y el legado será el desprecio de la ciudadanía y la negación y amnesia colectiva entre los miembros del partido que tiranizó, pues en un futuro no muy lejano, hasta sus más fervientes acólitos más de tres veces negarán a Pedro.