20 de octubre de 2009

Uno rojo, división de choque



He revisado hace poco, está vez en su versión extendida, ‘Uno rojo, división de choque’ (1980), que tenía olvidada en el cajón del recuerdo (gran error) y pude comprobar que la primera impresión de esa primera vez hace años mejora con el tiempo.
Volviendo a visionar la filmografía de Samuel Fuller, irregular, vividor y fascinante director con estilo propio, con películas muy buenas como Corredor sin retorno, Manos peligrosas o Una luz en el hampa, me topé con ‘Uno rojo, división de choque’, y recordé con satisfacción una obra fundamental del cine bélico, volví a vibrar con el envejecido Lee Marvin y a admirar el talento de Fuller para imprimir esa capacidad narrativa a su cine.
Aunque empezara a hacer sus pinitos en los años 50, apareciendo en filmes tan extraordinarios como Los sobornados o Seven Men From Now, Lee Marvin debe su fama, principalmente, a su papel de Liberty Valance y el resto de películas de los años 60 como La taberna del irlandés, Los profesionales, Doce del patíbulo, La leyenda de la ciudad sin nombre y A quemarropa. Y aquí, dos décadas después, seguía en plena forma uno de los tipos más duros y carismáticos de la pantalla, y representa a un sargento al mando de unos soldados de infantería de asalto conocida como The Big Red One.
La cinta es tan fascinante que no tengo en cuenta los errores, sólo me interesa ese grupo enfrentado a la guerra y sus situaciones. Separada por distintos capítulos entre 1942 y 1945, ‘Uno rojo’ es nada menos que una clase de historia sobre el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, desde el norte de África a Sicilia, desde el Día D a Bélgica, de Checoslovaquia hasta llegar a Alemania. Es la película donde uno descubre que los soldados utilizaban preservativos en los cañones de los fusiles para evitar que les entrara agua.
Con secuencias memorables como el alemán que va a orinar a escasos metros del escondite del grupo, ese pueblo italiano donde no queda un solo hombre, las flores en el casco de Marvin o la explicación que en uno y otro bando dan los que están al mando de la diferencia entre asesinar y matar. Y momentos brillantes como la emboscada de los nazis que se hacen pasar por muertos, y la compañía de Uno rojo, con Lee Marvin de comadrona, ayudando a dar a luz a una mujer en el interior de un tanque, sujetándole las piernas con tiras de municiones, utilizando condones en los dedos a modo de guantes de enfermería y el envoltorio de un queso como mascarilla. Genial la parte de la espía americana que se hace pasar por loca en un psiquiátrico tomado por el enemigo para eliminar alemanes, y grotesco el tiroteo con los enfermos mentales indiferentes. O La mujer belga que descubre a un nazi infiltrado por su forma de comer.
Samuel Fuller muestra el contraste entre la vida que empieza y todas las que terminan, las fiestas que se corren los soldados entre descansos de la batalla.
La épica termina con el regreso de los fantasmas del pasado para el sargento, y con una frase para el recuerdo, dicha por Marvin que refleja su personaje: “vas a vivir hijo de puta, aunque tenga que volarte la tapa de los sesos”.
Y esa voz en off que recuerda que sobrevivir es la única gloria que se puede alcanzar en una guerra.