22 de junio de 2017

Imposible razonar



El nacionalismo es un sentimiento primario. Como la religión. Como el amor. Como el humor. No te tienen que explicar los chistes porque entonces ya no tendrían gracia. Y cada uno es muy personal con su humor, no hay deber ni necesidad de justificar aquello que le hace reír de la misma manera que no tiene que justificar de quien se enamora. Ni se busca. Ocurre o no. Pasa o no pasa.
Claro que hay explicaciones sociales, históricas, educativas, políticas…pero buscar respuestas racionales a aquello que proviene de lo afectivo es un error habitual. Es un vuelco al corazón cuando te identificas con la tierra y la bandera, y es cierto que esa exaltación puede ser convenientemente templada con los viajes, con el tiempo, con la cultura, pero, ¿por qué se asume que esos remedios están al alcance de todo el mundo?, ¿por qué dar por hecho que el cómputo general de las personas tienen los medios o las ganas de viajar y leer y tratar de hacer buena la cita de Baroja?
Yo no podría ganar un maratón olímpico aunque me entrenara las próximas seis vidas, y para algunos, leer algo más grande y complejo que un libro de ‘El barco de vapor’ serie blanca, es como correr una prueba ateniense.

Las personas que creen en Dios no esperan ni quieren diatribas racionalistas o filosóficas porque no desean que su creencia sea puesta en entredicho; ni tampoco es coherente apelar a lo científico cuando se trata de algo íntimo, pasional, más sensitivo que tangible. Querer andar tocando por esas zonas puede conllevar reacciones airadas, intolerantes o agresivas.
De la misma manera que el enamorado rechaza que el sujeto de su amor sea el receptor de críticas, pues no admite que alguien ponga en tela de juicio las virtudes éticas y estéticas de su amada o amado.
Y el fanático futbolístico, el devoto de unos colores, el hincha de gritos muy altos e intelecto muy bajo, nunca reconocerá que su equipo perdió, tal vez, porque son una banda de tuercebotas: siempre se desvía la culpa al árbitro (y a su progenitora), a las conspiraciones o a la mala fortuna. Esto también sirve para justificar y pedir firmas en caso de estrellas estrelladas en pufos con el fisco (es decir, con la sociedad).

Hay que quitarse de alegatos didácticos y pedagogía profesional. El nacionalista común no va a ser confrontado desde la razón histórica, desde la legalidad jurídica, desde la defensa y el derecho de la ciudadanía. Sobra verborrea y amparos constitucionales, ningún artículo refrendado en el 78 puede sobreponerse a los designios sentimentales del que tiene una causa, aunque sea involutiva. Para la mayoría de individuos que viven bajo el amparo simbólico de una patria falaz, la idea misma de ésta da sentido a todas sus reivindicaciones, cuando no a su vida, y cualquier exposición en su contra, por muy fundamentada que sea, tiene agresivo carácter de veto.
Contra todo ello, no hay diálogo sensato posible. Pero cuando los enamorados son usados como mano de obra por los que manipulan esos sentimientos para quebrantar la ley, la ley tiene que actuar aunque se hieran orgullos y sinrazones.