Si hay que confesar rarezas, diré
que nunca me ha gustado la televisión. Lejos de parecer un esnob o
un pedante, antes de saber qué significaba eso, mis primeros
recuerdos están asociados indefectiblemente a tener un libro entre
las manos. Pasar largas tardes devorando historias, infantiles
primero, precoces por adultas después, y convertir el de leer en un
acto tan natural como respirar o comer.
También encontraba un privado
placer en irme al cine, solo la mayoría de las veces, cuando las
pequeñas ciudades de provincia aún albergaban salas en su casco
urbano (cuántas cosas perdidas, cuánta belleza se ha sacrificado en el altar de la modernidad) mientras mi paciente madre aguardaba
afuera para recogerme al final de la película. Benditos recuerdos de
infancia, tan edulcorados en nuestro imaginario, mitificando lo que
algún día fue hermoso. Aunque creo que lo que criamos en esos años nos acompañará toda la vida, si uno consigue no desviarse demasiado de lo que realmente es. De lo que siempre ha sido.
Guardo agradecida memoria de las sesiones de cine en casa (me tocó
el desaparecido VHS, aquellos ladrillos rebobinables) donde empezaba a familiarizarme con el mejor
arte que ha parido el siglo XX, fuera en westerns o en películas de
aventuras. John Wayne disparando a lo largo de mi comedor.
Creo que llegué a grabar alguna película encima del
vídeo de mi Comunión. No me arrepiento.
Y alucino con que
tanta gente de mi generación se comunique o centre sus conversaciones
en base a lo que ve en la televisión. Que la tenga como banda sonora
de su vida, de fondo de manera permanente, dando la matraca para
cubrir silencios, carencias o ante la ausencia de otras aficiones.
Alguna vez que me he topado, en contra de mi voluntad, con alguno de
esos canales de la ponzoña catódica, pude constatar que todo es basura
calculada, dramatismo vendible, marujeo abrasivo, bajeza cochambrosa; con platós llenos de cretinos, analfabetos vocingleros y
oportunistas.
Supongo que los espabilados dueños del tinglado se
escudan en que sólo dan al público lo que piden, y cada público
suele tener lo que se merece. Es cuestión de audiencia. Y al
parecer, les está yendo bien desde hace años.
Las moscas llevan
toda la vida comiendo lo mismo.