22 de mayo de 2021

Pero, ¿esto qué es?

 


Si hay que confesar rarezas, diré que nunca me ha gustado la televisión. Lejos de parecer un esnob o un pedante, antes de saber qué significaba eso, mis primeros recuerdos están asociados indefectiblemente a tener un libro entre las manos. Pasar largas tardes devorando historias, infantiles primero, precoces por adultas después, y convertir el de leer en un acto tan natural como respirar o comer.
También encontraba un privado placer en irme al cine, solo la mayoría de las veces, cuando las pequeñas ciudades de provincia aún albergaban salas en su casco urbano (cuántas cosas perdidas, cuánta belleza se ha sacrificado en el altar de la modernidad) mientras mi paciente madre aguardaba afuera para recogerme al final de la película. Benditos recuerdos de infancia, tan edulcorados en nuestro imaginario, mitificando lo que algún día fue hermoso. Aunque creo que lo que criamos en esos años nos acompañará toda la vida, si uno consigue no desviarse demasiado de lo que realmente es. De lo que siempre ha sido.

Guardo agradecida memoria de las sesiones de cine en casa (me tocó el desaparecido VHS, aquellos ladrillos rebobinables) donde empezaba a familiarizarme con el mejor arte que ha parido el siglo XX, fuera en westerns o en películas de aventuras. John Wayne disparando a lo largo de mi comedor.
Creo que llegué a grabar alguna película encima del vídeo de mi Comunión. No me arrepiento.

Y alucino con que tanta gente de mi generación se comunique o centre sus conversaciones en base a lo que ve en la televisión. Que la tenga como banda sonora de su vida, de fondo de manera permanente, dando la matraca para cubrir silencios, carencias o ante la ausencia de otras aficiones. Alguna vez que me he topado, en contra de mi voluntad, con alguno de esos canales de la ponzoña catódica, pude constatar que todo es basura calculada, dramatismo vendible, marujeo abrasivo, bajeza cochambrosa; con platós llenos de cretinos, analfabetos vocingleros y oportunistas.

Supongo que los espabilados dueños del tinglado se escudan en que sólo dan al público lo que piden, y cada público suele tener lo que se merece. Es cuestión de audiencia. Y al parecer, les está yendo bien desde hace años.
Las moscas llevan toda la vida comiendo lo mismo.

19 de mayo de 2021

El invierno de nuestro desencanto

 Artículo publicado originalmente en La Nueva España




Son imágenes históricas las de la plaza llena de gente, Sol como baluarte, la variedad de pancartas en aquella primavera que parecía narrada por Jean-Paul Sartre. Y de pronto nos sentimos más viejos y más cansados, como si hubiera pasado un siglo de aquel movimiento de indignación colectiva, con las nieves del tiempo cubriendo los restos de tantos ilusiones y tantas derrotas.

Alguno vimos los albores de lo iniciado por 'Democracia Real Ya' con expectación y esperanza juvenil, otros, con más legañas de perro viejo en la mirada, como una explosión de irracionalidad masiva. Y la rapidez con que lo espontáneo y novedoso se transformó en esperpéntico dio la razón a los segundos.

Ha pasado una década de ese 15-M gatopardesco que cambió todo para que todo siguiera igual; diez años de utopía frustrada, aunque los impulsores reales de aquello hablen desencantados y los que pescaron en el propicio caladero de futuros votos hayan entrado felizmente en el club de los más ricos.
Como el ex vicepresidente Iglesias, que pocos años después del 15-M y a rebufo de él, animado por la reciente fama que la había dado el estrellato catódico gracias a bobalicones líderes de opinión que alimentaron su cenit, se lanzó a la conquista de los cielos fundando un partido hecho a su medida y rodeado de algunos de sus más fieles colaboradores, camaradas en las algaradas universitarias y en las exóticas aventuras latinoamericanas.

La inercia del 15-M fue aprovechada por esos avispados y grotescos vendedores de humo y elevadas ambiciones, que supieron colar su garrafón ideológico a esa parte de la sociedad falta de lecturas y más proclive a dejarse embaucar por los cantos de sirena populistas.
Aunque el 15-M era un babel multicultural con centro neurálgico en Sol, los líderes que se subieron en marcha retozaban en las letrinas étnicas de las herriko tabernas y pronto se unieron al golpismo del supremacismo catalán. Saltando de la batucadas inclusivas a las pocilgas del racismo. Del perroflautismo a Torra.

Y liderando Iglesias el partido con puño de hierro y nostalgia de piolet, se fraguó el viraje de la revolución de las sonrisas a ese moralismo coercitivo con el que amedrentan a todo el que no piense como ellos.
Así se cuenta la malversación de una esperanza renovadora que fue canalizándose en la afición por pisar moqueta y la obsesión pecuniaria. Aquellos sueños callejeros devenidos en quimeras antidemocráticas sirvieron para saciar las ansias de poder de quien fue purgando de forma metódica a todos sus antiguos compañeros de fechorías.



Con melancolía soviética y copiando el hacer de las peores maneras bolivarianas, arreció el hostigamiento a la prensa y la intención de anudar la mordaza a la libertad de expresión. En una podredumbre insoportable de las instituciones y la convivencia, todo aquello que algún día pudo tener valor o sentido se ha ido marchitando en la perversa trampa donde encallan todas las revoluciones.

Implantando, para desesperación de la mujer medianamente educada, la causa del feminismo explotada sin pudor por folclóricas analfabetas, ágrafas virulentas y cafres trepas ciscándose en el Estado de derecho mientras tratan de implantar en el sistema penal la presunción de culpabilidad.

Abrió Podemos sucursales en todas las provincias, manifestándose enseguida como un reservorio social de las peores pulsiones totalitarias.
Por supuesto, como en toda cosa política, también quisieron formar parte de la naciente criatura no pocos arrogantes descerebrados, trepas vocacionales, cantamañanas, sacamantecas y delincuentes comunes.
Una izquierda caraqueña formada por garrulos violentos que ven fascismo en todas partes menos en el totalitarismo catalán con el que compadrean serviles.
Los legatarios del 15-M han dejado una pareja obscenamente enriquecida, la degradación institucional y la crispación y el envilecimiento de España como marca de la casa. Y de la impostada estética de la revolución sólo queda la orfebrería capilar. Además de haber participado en un gobierno con una gestión criminal de la pandemia y una fiscalidad para las clases medias que apenas puede esconder su voracidad confiscatoria.

Hablaban de diferentes mareas, y lo que queda de aquella resaca acuática, una vez apaciguadas las olas, son tipos aferrados a lo crematístico de la política o de lo audiovisual para salvar sus piscinas.