24 de mayo de 2023

Liberal yo, tú no

 


Aunque lo hiciera a gritos y de la forma chabacana que es habitual en un personaje tan bajuno, no ha pasado desapercibida la defensa inequívoca que Irene Montero enarboló de algunos de los pilares básicos de la democracia liberal: esfuerzo para dejar una herencia legítima, acumulación de capital, libertad individual (“la casa que me dio la gana”) y propiedad privada.

Es verdad que para sus seguidores, reducidos ya al más absoluto envilecimiento intelectual, Montero y sus “compas” de farsa recetan exactamente lo contrario. El comunismo como fortalecimiento de las élites del politburó siempre ha prosperado gracias a la miseria de los otros, a los que hace dependientes de un Estado que controla todos los ámbitos de su existencia, desde la economía hasta la sexualidad, y que ejerce una férrea censura sobre el discrepante y sobre las libertades.

Muchos creímos que ese trampantojo ideológico no pasaría de la retórica populista, pero la aprobación de las últimas leyes nos da una idea de que la diarrea legislativa es tan escatológica como real, y la Ley Trans es todo lo que no querría usted para sus hijos, de la misma manera que la Ley de Vivienda es todo lo que el marquesado de Galapagar no querría para su chalet. 

Montero se torna airada si alguna señora pone en duda sus capacidades y méritos para tan repentino enriquecimiento y su boyante tren de vida, y en este caso la ministra tiene razón: nuestro enclenque sistema es tan generoso que permite que alguien como ella se haga rica en el ejercicio de la política, aunque su pareja tenga ciertas actividades ligeramente sospechosas, y ella misma pertenezca al Grupo de Puebla, reunión de todos los gánsgteres de izquierda de la Hispanoamérica bananera.

El Ministerio de Igualdad es un chiringuito reducido a una mafia choricera y delincuentoide, que nos ha regalado la asombrosa (y seguramente irrepetible) imagen de Ángela Rodríguez 'Pam' como Secretaria de Estado, Ione Belarra como ministra e Isa Serra como...como algo, pero adherida a los presupuestos. Sin duda, todas ellas, aunque conciben la política como una guía espiritual dirigida a menores de edad, defenderán que con el dinero de sus abultados emolumentos puedan comprarse lo que les da la gana, incluso irse de viaje de fiesta de pijama a Nueva York, México o Argentina con su dinero y con el nuestro.

Asesores, gabinetes, inmuebles, campañas de publicidad, palanganeros, viajes, mordidas...toda la maquinaria al servicio de que treinteañeras ociosas sin cultura y sin experiencia laboral puedan comprarse las propiedades que les salgan del higo, heredar y ahorrar lo suficiente para no preocuparse nunca más de los precios de la cesta de la compra y esas cositas prosaicas que agobian al infortunado ciudadano medio.

No conozco a muchos defensores ya de todo lo que representan Irene Montero y la ideología de género, y los que quedan son pobres diablos sectarios con menos luces que el traje de un cura, que se aferran a los restos de ese producto de laboratorio chavista porque no hay nada que dé más vértigo que la pérdida de una fe, las ilusiones traicionadas.

Y antes de que pasen las elecciones y el votante vuelva al aprisco, la extrema izquierda podemita y yolandista nos ha regalado también una escalofriante arenga en defensa de los miembros más viles del nacionalismo ultramontano vasco, con sus odios labriegos, sus creencias místicas sobre los pueblos y las razas en el sentido euskaldún, o sea, bárbaro, criminal y tonto; cuyos gudaris, cuando van en manada, se agreden como mandriles, prendidos aún de los mitos etnolingüísticos de origen germano.

Montero no sabe nada de la violencia que persiste en el País Vasco y el odio al discrepante, pese a que ya no resuenen las bombas ni el cobarde tiro en la nuca, porque es una ignorante en todos los ámbitos, en todas las materias y a todas horas, pero le han dicho que Bildu es de izquierdas y que Mertxe Aizpurúa es algo así como la Cocoliso vascongada, y que es bueno defender a los etarras en las listas, tanto cuando entran como cuando salen.
Ella defiende lo que haga falta, criatura, mientras nadie le toque la herencia de padre ni el buen sueldo que ha conseguido su maromo.