13 de julio de 2010

Euforias


Cada uno se corre con lo que quiere, faltaría más. Hay quien encuentra sensaciones opiáceas en escuchar música tirado en el sofá y personas a los que les relaja sentarse delante de la tele a consumir heces “porque le entretiene”. Los hay a los que se le pone dura conduciendo un coche a 180 por hora, justo antes de dejar los sesos en la calzada, y a quien gusta de ataviarse con un capuchón en la cabeza o autoflagelarse en la semana santa. Conozco individuos a los que les apasiona el cine y otros a los que les gusta echarle salchichas a la paella, igual que a unos tenemos de referente femenino a Claudia Cardinale y otros a Belén Esteban.
Que el fútbol sirva de distracción, afición o entretenimiento pasajero está bien y es hasta razonable y comprensible, de la misma forma que puede servir de distracción hacer crucigramas, encajes de bolillos o ver pasar la migración de las golondrinas. También es beneficioso creer en el símbolo común de un país históricamente miserable y ahora lo representan una generación de jóvenes que han nacido en (relativa) libertad y en democracia, que en el fondo nos unen más cosas de las que nos separan , etc, etc…pero esas euforias desmedidas e inexplicables exaltaciones patrióticas, gentes al borde del infarto o del colapso, llegan a dar un pelín de vergüenza ajena, si no fuera porque me parece hasta bonito que exista pluralidad, que pueda haber multitudes despelotadas en su sueño de una noche de verano mientras otros sigan a sus cosas, indiferentes y ajenos a todo. Me gusta una sociedad de contrastes, que cada uno tenga las aficiones o fobias que le venga en gana, siempre que no sean a costa de fastidiar al prójimo.

Sin embargo mosquea un poco constatar que el tinglao pueda servir de cortina de humo, que venga muy bien a un puñado de interesados políticos inútiles; ver cómo la mayoría del personal prioriza de forma llamativa y busca excusas para proyectar sus problemas y su propia vida en éxitos ajenos y tener el deseo de poder vibrar identificándose con algo, y así sentirse un poquito mejor o formar parte de un común triunfador. Me pregunto cuáles serán las reacciones el día que les ocurra algo de verdad trascendental para su vida o su destino, también cuántas de esas personas radiantes de felicidad y ebrias de entusiasmo y fútbol estarán en el paro, lo tengan fastidiado para ajustar su economía y su entorno familiar, o su pareja les ponga unos cuernos como los de un ñu.
La llegada multitudinaria y el desfile de la selección por las calles de Madrid recordaba mucho aquel Charlton Heston regresando triunfante a Roma con Quinto Arrio en ‘Ben-Hur’, para ser recibidos por el emperador y agasajados por esa plebe radiante de pan y circo. Aquellos emperadores de entonces eran considerados un dios más de una sociedad politeísta, y tenían esfinges y retratos a cascoporro.
Me alegro, claro, pero no va más allá de una anécdota. Me vino bien para justificarme a mí mismo salir un domingo noche, entrando, lo reconozco, un poquito al juego; y hoy ser dos aquí escribiendo, mi resaca y yo. También constaté in situ esas reacciones y euforias de las que hablo y que dan pie a la reflexión.
Creo que tengo el deber de escribir lo evidente y que parece evitarse porque resulte cruel o es mejor vivir en la anestesia de los sueños mientras duren: Se volverá a la normalidad una vez pasado el temporal; es decir, no cambiará el lamentable estado de las cosas.