29 de julio de 2016

Ese gran director machista



Hoy me acordé, leyendo un artículo sobre una señora que no quería que le cedieran el paso, de algo que ocurrió hace cuatro años cuando yo estudiaba Guión en la Escuela de Cine de Madrid. Un par de chicas, compañeras de clase, habían ido, en un pase de esos que de vez en cuando se hacen por alguna sala de la ciudad (y que son una auténtica maravilla), a ver la película de Sam Peckinpah ‘Perros de Paja’. Sin ser mi preferida de uno de mis directores de cabecera, es una cinta de profunda carga psicológica sobre el uso legítimo de la violencia, y cómo un hombre de naturaleza pacífica y cerebro matemático es empujado a conocer sus límites, para defender su casa y su vida. Polémica e impactante, con una más que controvertida violación, hay muchas lecturas que pueden hacerse, teniendo en cuenta la obra de un cineasta que fue de todo menos convencional, y que tanto influiría en generaciones posteriores.
Una de las chicas, que volvió horrorizada del visionado, se limitó a dedicar lindezas al director durante la clase, machista lo primero (¡cómo no!), creo que acomplejado fue otra perla que soltó, además de descalificar totalmente la película, siempre analizada desde la única perspectiva del feminismo radical.

 Yo, que no soy de los que se quedan callados cuando atacan a alguno de mis múltiples amores cinéfilos, contesté, por supuesto, aunque por falta de tiempo y de paciencia no pude como debería, y me quedé con las ganas de explicarle a esa tipa simplona y maniquea que el cine, el bueno, no se trata sólo de luz y oscuridad, del anverso y del reverso, del blanco o del negro, sino de los matices que muestran los que saben filmar sobre las tinieblas y los grises, que uno rueda como vive y no siempre es como nos gustaría, y que el séptimo arte no sigue ninguna moda sobre el último grito reivindicativo de un montón de feminatas hipócritas, ni falta que le hace. Tampoco tiene el cine que adecuarse a las imposiciones de lo que a un grupillo de exaltadas le parezca políticamente correcto, ni se crean películas en base a las políticas de género, pues tratan de representar la crudeza, las situaciones menos favorables de la existencia y sus ambigüedades, por eso obliga a replantearse, en los límites difusos, las etiquetas de lo que es ‘víctima’ o ‘criminal; por eso Sam Peckinpah rodó una incontestable obra maestra, 'Grupo Salvaje', sobre forajidos acorralados fuera de su tiempo, atracadores y asesinos por los que acabas desarrollando empatía cuando se largan de este mundo por las bravas, para no dejar atrás a un amigo y por el concepto que tenían de sí mismos y de sus propios códigos de honor.
Y que Peckinpah firmó la desesperación de un hombre al perder a la mujer amada, su descenso a la locura y al inevitable final redentor de violencia y muerte en la sucia, excesiva y magistral ‘Quiero la cabeza de Alfredo García’. Y Cable Hogue trata con amor y ternura infinitos a la prostituta con la que vive, incluso comprende cuando ella se va en busca de maridos más adinerados. O que Charlton Heston se ve a sí mismo como un miserable cuando engaña a la única mujer que le quiso, en la recuperada ‘Mayor Dundee’.
Por eso, limitar a un director tan grande y tan complejo simplemente con la etiqueta de “machista” y otros vilipendios es no tener ni idea de su cine o de su talento, además de ver la vida sólo con las anteojeras puestas.
En lo que a mí respecta, seguiré disfrutando de las películas de Peckinpah, ‘Perros de Paja’ incluida, hasta que exhale mi último suspiro.