31 de mayo de 2019

La caída de los símbolos




La imagen de Notre Dame en llamas impacta por lo que en esa catedral existe de icono. De símbolo. Algunos criticaron la muestras de dolor ante algo tan depredador como el fuego ensañándose con la bóveda. Es humanamente razonable que uno sienta el desastre instalado en el corazón cuando se destruye algo hermoso que pertenece a todos, más allá de demagogias delirantes de los mequetrefes de siempre que pueden decir que Notre Dame sí y los famélicos niños hambrientos de tal país no. La caída de las Torres Gemelas o la destrucción de los tesoros de la Ciudad Vieja de Palmira ejercieron esa misma sensación. 
Importa el emblema, todo lo que observamos que se evapora con la pérdida de algo que sabemos o intuimos irreparable. Que definía lo que en algún momento fuimos, de la misma manera que Velázquez plasmó en La rendición de Breda un pedazo de nuestra historia, como Goya nos supo pintar el cainismo cuando los españoles nos enganchamos a garrotazos. Y nadie quiere ver arder el Prado.
La pérdida de vidas humanas tienen un valor sentimental según cada cual y cómo le toque, pero los iconos tienen ese aura de lo colectivo y lo que creíamos eterno, de lo que es robado o arrancado a la humanidad.

El Congreso de los Diputados, como sede de la soberanía nacional, es de esos lugares del patrimonio ibérico que sentimos como icónicos, por la carga tácita de que nos representa a todos, y así lo reconocemos como tal, incluso entre los desdeñosos incurables que pocas veces sentimos la llamada a la responsabilidad de esa cosita tan supuestamente indispensable de votar. Por eso el oprobio del espectáculo ofrecido en su inauguración, con gente que ha dado un golpe de Estado ciscándose en la Constitución al hacer la payasada del juramento como le viniera en gana, fue un doloroso impacto para todo ciudadano que valore, aunque sea de forma mínima, su democracia y el Estado de derecho. 
El Congreso no es cualquier lugar. Ni es un edificio más. No es un festival narcotizante donde puedas ir con la camiseta que luzca el mensaje que más te apetezca, ni el bar de abajo al que acudes a leer el periódico con lo primero que pillas en casa entre tu ropa más informal. Hay algo de profanación en ver a los diputados pataleando o comportándose como primates maleducados. Tratar de quitarle ese sentido de respetabilidad es algo que se hace a conciencia, por los que abjuran nuestro modelo parlamentario y las propias bases de la convivencia, mediante la degradación de las instituciones.

Duele, claro que duele ver el Congreso transformado en un cenagal insoportable poblado de una turbamulta muchas veces indocumentada, y entregado a la zafiedad más pueril y bajuna, mientras convierten el lugar donde parlamentaron figuras como Manuel Azaña, Mateo Sagasta, Antonio Cánovas del Castillo, Emilio Castelar, Echegaray o José Canalejas en un patio de colegio tomado por vocingleros y mediocres. Los leones que custodian el edificio lloran en silencio mientras emiten su mudo rugido de rabia.

29 de mayo de 2019

Otros tiempos



Artículo publicado originalmente en 'La Tribuna del País Vasco'

Hubo un tiempo en que las campanas no doblaban por aquellos a los que el nacionalismo asesinaba, y la tétrica mafia clerical ofrecía la ominosa puerta trasera de sus iglesias para la salida discreta de un féretro que incomodaba demasiado en la virulenta tierra de la ley del silencio.
El tiempo en el que aún se sabía que ETA nació en un seminario. Y que el veneno que cebaba las pistolas estaba compuesto de pólvora y también de un odio racial y una xenofobia homicida cuya idea primigenia habían desarrollado a finales del XIX los hermanos Arana.

Y bajo ese fuego de analfabetos con detonadores se lucraban los recolectores de nueces cuya mentalidad carlista llevaba aparejada la mirada identitaria, cerril, de corte tribal y étnico y un sentido de los fueros y los ultramontanos privilegios territoriales que se sumergía directamente hasta la Edad Media.
 En ese tiempo, como digo, nadie dudaba del carácter totalitario de aquellos patriotas con txapela, y entre sus víctimas sumaron comunistas notorios y figuras del antifranquismo, como José Luis López de Lacalle, ministros socialistas como el entrañable Ernest Llunch y otros voluntariosos activistas por la libertad: Buesa, Enrique Casas, Pagaza, Carrasco, Múgica o Priede, entre la larga lista de socialistas asesinados, dan una idea del dolor causado también entre las filas de la izquierda. Pues no sólo de guardias civiles y de militares se alimentaba la bestia.

El nacionalismo sólo puede entenderse como un mal endémico, una enfermedad colectiva de creencia sanguínea, que ensalza las virtudes de los pueblos elegidos, por encima de las de los individuos, y anima a actuar en manada no racional con el carburante común que ofrece el odio, cuya naturaleza separa a las personas por zonas de exclusión.

Del laboratorio/lodazal político de la Complutense capitalina nació la primera generación de los que se autodefinían como progresistas y a la vez eran abiertamente abertzales, una deformidad ideológica que convertía a jóvenes mesetarios sin malicia pero sin cultura en engendros intelectuales. Con el ejemplo a seguir de un profesor universitario, después convertido en el líder mesiánico de un brebaje populista tan dañino como efímero, que se paseaba por los templos proetarras alabando la visión estratégica de los terroristas para identificar el mal a erradicar del “régimen del 78”. 
Si antes el apoyo a la idea nociva de Euskal Herria se limitaba a los límites geográficos de las Vascongadas, la aparición de aquella pancarta en apoyo a Iñaki de Juana Chaos en un pasillo universitario madrileño nos enseñó de sopetón que cierta izquierda había mutado a una vertiente reaccionaria, encariñándose de los últimos gudaris.
Y de ahí se llegó a lo que nos encontramos ahora, palurdos de todo el territorio jugando a revolucionarios de prosapia euskalduna que blanquean a Bildu; veinteañeros sin lecturas, sin información y sin memoria, hablando de los “chavales de Alsasua”.

Análisis de las elecciones autonómicas y municipales


14 de mayo de 2019

La cínica izquierda cool

Recopilación de declaraciones el pasado 10 de mayo en el programa 'La Redacción Abierta' de Intereconomía. "¿Qué gestos de buena voluntad son necesarios con alguien que quiere romper el Estado de Derecho?" "La ciudadanía te la otorga la Constitución, no el lugar de nacimiento, ni de dónde sean oriundos tus abuelos". "Chicos, el nacionalismo no es progresista". "Errejón es un chavista con piel de socialdemócrata". "Si los totalitarios marcan tu casa es una buena señal, es que algo hiciste bien", sobre el adiós de Arrimadas al Parlamento catalán.




9 de mayo de 2019

La xenofobia forma parte de la normalidad institucional catalana

"La directora general de la Generalitat tiene una escobilla por cerebro", dice Roberto Granda, periodista y miembro de la Junta Directiva de El Club de los Viernes, a raíz de la propaganda política en el campo de concentración de Mauthausen. También afirma Granda que el diálogo sólo es posible entre dos interlocutores que reconocen como iguales, y esto no es posible cuando uno de ellos niega hasta los derechos humanos del otro.



El bable es un negocio muy lucrativo, pero para los de siempre.

Son los movimientos cívicos y las plataformas las que deben enfrentarse a los disparates demenciales y los pseudonacionalismos, en palabras de Roberto Granda, periodista, miembro de la Junta Directiva de El Club de los Viernes y portavoz de la Plataforma Contra la Cooficialidad del bable; plataforma que ha elaborado un informe para mostrar el dinero que se llevan las entidades asociadas a la llingua asturiana.