Artículo publicado originalmente en La Nueva España.
Suele
haber algo impúdico en la exhibición pública de la vida privada.
Un baile de apariencias de cara a la galería que inflama egos o
eleva autoestimas en horas bajas. Caso flagrante, esos menores
expuestos por sus irresponsables adultos de forma temeraria, como
monos de feria en el gran escaparate siniestro de las redes. O
metiéndose de lleno en los peligros del doble filo de la
ostentación, ante un público virtual que no está al margen a los
peligros del mundo real. Esa fina línea.
Incurriendo en el
estudiado despliegue de máscaras, sonrisas con demasiada pena en su
interior, el recreo de las apariencias en seres apesadumbrados que
entran al juego azaroso de moverse siempre al ritmo de las tendencias
del momento. Pero con un miedo atroz a lo que se encuentra más allá
de las pantallas, y a las certezas que susurran cuando los móviles
se silencian y el espejo sólo devuelve la cruda realidad de miserias
y carencias.
Algo parecido, en cuanto a crearse un universo de burbuja pero que marca las pautas, ocurre con un grupo de opinadores, periodistas, artistas...a los que uno observa en su falso desacato al sistema, cuando en realidad viven resignados o complacientes en la sumisión servil a las consignas ideológicas del Gobierno que les proporciona el sustento. Un gregarismo desinhibido que les permite mantener una fachada de buena reputación mientras sigan las directrices marcadas o las que su olfato les hace intuir. Continuando, como si no tuviéramos ya suficiente, con la asfixiante omnipresencia del discurso único. Tratando de llegar a lo que se conoce como gran público, evitan enemistarse con quien no les conviene, y para eso saben rendir las pleitesías adecuadas. No hay una pizca de honorabilidad en lo que hacen, ni en lo que promueven, porque no hay transgresión verdadera, juegan sobre seguro.
¿Podemos dar nombres? Claro que podemos. Un ráfaga de ejemplos para situar al lector: ese Buenafuente metiendo a Sánchez en su último show después de que la maquinaria de engrase socialista untara de millones su programa y su cadena, y por lo tanto, ferviente lavado de bajos clase primera al inquilino de la Moncloa; Broncano haciendo humor A FAVOR de Hacienda. “¡Coronavirus, oé!”. Jordi Évole siendo follonero en la oposición y luego correa de transmisión del Gobierno, abrazo con Otegi incluido (Arnaldo, Uno de los nuestros); en Asturias, Joaquín Pajarón, con progenitor gaditano, a favor de la cooficialidad del bable mientras trata de posicionarse en el exterior pero deseando el cerrilismo improductivo para el interior, es decir, nadar a favor de la corriente mientras apoyas implantar un suicidio económico y social en una región en ruinas de por sí, mediante la imposición de un dialecto inventado que ningún niño va a poder usar.
Ya
se van haciendo una idea. Son ésos, pero hay muchos más. Y ahí
están, todos ellos y ellas, únicamente humor o periodismo en pro de
la parte activa de un relato. Nunca se mojan, nunca se arriesgan,
siempre del lado de la palangana gubernamental, apuntalando los
resortes del poder socialista, jamás algo políticamente incorrecto
que les pueda crear problemas con los que mandan y deciden. Ande yo
caliente. El verdadero sistema los cuida y los protege, y así,
representan el triunfo de la mediocridad y de la connivencia con los
discursos hegemónicos, la rebeldía unidireccional, tramposa;
contestatarios de plató de La Sexta, dando equívoca imagen de
irreverentes mientras esperan la caricia en el lomo del de arriba,
falsos gurús juveniles, referentes de la nada con colores, el vacío
intelectual en un bonito envoltorio.
No hay nada heterodoxo en
seguir los postulados de la posmodernidad, muchos de ellos
irracionales, para seguir cimentando ideologías que tras la sonrisa
esconden la bota, y que apenas consienten nada que se salga de esos
cánones, eludiendo temas complejos con una desvergüenza
estremecedora, la sátira que camufla el conformismo, moviéndose
únicamente en las retóricas huecas del autodenominado progresismo.
Justifican al régimen para mantener sus privilegios, sabiendo que
hoy se vigila cada canción, cada discurso, cada pensamiento. A toda
esa patulea, aunque lleguen a tener dinero o reconocimiento, nunca se
les dará acceso al exclusivo panteón de los hombres libres. Tienen
que cumplir su pena de cobardía.