10 de julio de 2012

Réquiem por Ernest Borgnine, el malo de rostro amable




Estaba en el suelo, despellejando un palo con su cuchillo, mientras sus tres compañeros apuraban sus instintos con unas prostitutas dentro de un cobertizo de mala muerte. Los ve salir, a los tres. Se miran. Sonríe, con esa dentadura amplía. No se dicen ni una palabra y se levanta, diriguiéndose, como ellos, hacia el caballo donde tienen las armas. Las amartillan y se ponen a caminar hacia ese destino oscuro del que ya no pueden ni quieren escapar, en el final de su tiempo. Es una escena en el epílogo de Grupo salvaje, mítico western crepuscular en el que Ernst Borginge compartía cartel con William Holden y Warren Oates.

Podía ser brutal o peligroso, honrado y amable. O un mal bicho. Uno de los secundarios más versátiles del cine y de prolífica carrera, famoso por su pelea con Frank Sinatra en De aquí a la eternidad o su papel de matón en Conspiración del silencio, tambien lo fue por su entrañable personaje en Marty. Una película que le valió el Óscar, donde un humilde carnicero que aún vive con su madre trata de ganarse el amor de una mujer, basándose en sus buenos sentimientos. Era un cine sencillo y amable, protagonizado por una pareja de "feos", sin lujos, glamour o estrellas preciosas del celuloide.
Se le pudo ver en la magnífica Los vikingos junto con Kirk Douglas y Tony Curtis, bucando bronca en Johnny Guitar y formando parte de un amplio elenco de estrellas en la irregular El vuelo del Fénix.
Estuvo casado con Katy Jurado, con la que compartió reparto en Arizona, prisión federal, una de las más modestas cintas de Delmer Daves, y colaboró en todo aquel reparto coral de la famosa Doce del patíbulo. Desplegó todos sus recursos de tocapelotas en la entretenida La aventura del poseidón, y volvería a cruzarse (enfrentarse, esta vez) con Lee Marvin en El emperador del norte, Robert Aldrich de primera división.
Sam Peckinpah lo llamó de nuevo para uno de sus proyectos en la ya decadencia del director, Convoy, y después encadenaría apariciones breves en películas con secuelas para la televisión de Doce del patíbulo.
Ernest Borgnine era imposibe de no caer simpático, con su rostro de gente de la calle, con la normalidad como sello de la casa, secundarios de la misma raza que Karl Malden, que no eran estrellas pero sí queridos por el público, y miembros también de una legendaria generación de la que ya sólo queda Kirk Douglas.