Artículo publicado originalmente en La Nueva España
Las acciones emprendidas
estas semanas atrás para vilipendiar a Joaquín Sabina o a Pablo
Motos tienen varios elementos en común. El cantautor tuvo la osada
ocurrencia de admitir que una lúcida y provecta edad acompañada de
oídos limpios y ojos despiertos le habían llevado a ser menos de
izquierdas, aunque fuera por un tardío encuentro con el sentido
común.
El presentador Motos quiso defenderse, situándose en el
contexto adecuado, de un anuncio inspirado en personajes más o menos
conocidos donde se hacía eco de su incipiente machismo y sus
reprobables actitudes, un 'spot' gubernamental pagado con nuestro
dinero (y también con el suyo) en esos disparates entre ideológicos
y obsesivamente dogmáticos del inefable ministerio de Igualdad.
La
maquinaria de la cancelación y la propaganda usa al célebre artista
y al conocido televisivo como un aviso a navegantes: si se te ocurre
responder, esto es lo que te va a pasar. Seas quien seas.
Intentan
que nadie más ose alzar la cabeza, a riesgo de que se la corten y
sea expuesta como escarmiento y con efecto disuasorio.
Porque
ahora la cacería ya no es sólo desde las redes en anónimos
perfiles que destilan a su vez cobardía y bilis tras un seudónimo y una foto de cualquier cosa, es -y aquí está la terrible novedad-
desde los medios afines al Gobierno (o directamente sufragados por
él) que a toque de corneta siguen todos a una la misma directriz.
Nuevos objetivos sobre los que verter todas las excrecencias del
oficio. Fuego a discreción.
Así, a uno y a otro se le
sacaban a la palestra sus empresas, su antiguos vicios, sus deslices
según la Policía de la Moral que acarrea la reprobación del
neopuritanismo capillita. Justo después de sus afirmaciones y sus
quejas. Lo que ya es casualidad.
Claro que también hay
otros, entusiastas activistas, que inician esos linchamientos por su
cuenta, por afán persecutorio, de señalamiento o de congraciarse
con el poder demostrando su inquina con el particular díscolo. O por
simple falta de escrúpulos: a su estulticia añaden el poco sentido
del ridículo de mostrarla a la menor ocasión.
Es la sociedad civil la
que debe avanzar, perdiendo el miedo, para aumentar esos pequeños
núcleos de resistencia al nacionalpopulismo; un engranaje que
ejerce de forma implacable su hegemonía social, cubierto de una
radicalismo pegajoso, contumaz, que arrastra desde los de las
parafilias ideológicas tribales más aberrantes hasta la izquierda
iliberal.
Sánchez, incapaz de desoír su naturaleza de mentiroso
compulsivo y epigenético, ya inmune a las hemerotecas que lo
retratan como un cínico pertinaz, se entrega sin pudor a la caza no
sólo del enemigo político, también del objetor. Mientras va
ganando control sobre las instituciones del Estado, encastillado su
poder.
Un poder que hasta ahora se ha demostrado incapaz de detenerse
ante nada.
Algunos creemos que, de alguna manera, Pablo Motos
se lo pudo haber buscado por esa actitud espúrea de jugar a la
equidistancia con los nuevos censores del totalitarismo, esperando
que nunca le tocara a él, riéndoles muchas veces las gracias,
curándose en salud; pero como el que cría una serpiente y piensa
que nunca le va a morder. O que el cuervo no le vaciará las cuencas.
Igual que Sabina, que supo siempre arrimarse a quien más le
interesaba en esa secta cerrada que es la autodenominada cultura
española, y posaba feliz con el dedito encima del ojo cuando lo que
tocaba era tocarse la ceja. Socialismo o te quedas sin comer.
De
esa manera, laminando a cualquiera que disienta mínimamente de la
línea marcada (aunque la marque alguien tan poco equilibrada como
Irene Montero) cada vez más se van poniendo de perfil por
pragmatismo o por cobardía, para no verse blanco de campañas de
desprestigio orquestadas por los mercenarios del poder.
Lo más
cómodo es sonreír, meterle caña al Gobierno cuando es del signo
equivocado, poner el cazo, aceptar los premios endogámicos de la
tribu de turno, buscarse la vida y afianzarla en las clínicas
privadas y luego ir muy ufano a cualquier manifestación política
donde se te pueda ver y fotografiar. En plan diva manchega. Tejiendo
buenas relaciones y contactos entre la mafia del progrerío. Que es
mejor ser inquisidor que usuario del cadalso. Y confiando en que
nunca la tomen contigo.