9 de diciembre de 2022

Manual de señalamiento



Artículo publicado originalmente en La Nueva España

Las acciones emprendidas estas semanas atrás para vilipendiar a Joaquín Sabina o a Pablo Motos tienen varios elementos en común. El cantautor tuvo la osada ocurrencia de admitir que una lúcida y provecta edad acompañada de oídos limpios y ojos despiertos le habían llevado a ser menos de izquierdas, aunque fuera por un tardío encuentro con el sentido común.
El presentador Motos quiso defenderse, situándose en el contexto adecuado, de un anuncio inspirado en personajes más o menos conocidos donde se hacía eco de su incipiente machismo y sus reprobables actitudes, un 'spot' gubernamental pagado con nuestro dinero (y también con el suyo) en esos disparates entre ideológicos y obsesivamente dogmáticos del inefable ministerio de Igualdad.

La maquinaria de la cancelación y la propaganda usa al célebre artista y al conocido televisivo como un aviso a navegantes: si se te ocurre responder, esto es lo que te va a pasar. Seas quien seas.
Intentan que nadie más ose alzar la cabeza, a riesgo de que se la corten y sea expuesta como escarmiento y con efecto disuasorio.

Porque ahora la cacería ya no es sólo desde las redes en anónimos perfiles que destilan a su vez cobardía y bilis tras un seudónimo y una foto de cualquier cosa, es -y aquí está la terrible novedad- desde los medios afines al Gobierno (o directamente sufragados por él) que a toque de corneta siguen todos a una la misma directriz. Nuevos objetivos sobre los que verter todas las excrecencias del oficio. Fuego a discreción.
Así, a uno y a otro se le sacaban a la palestra sus empresas, su antiguos vicios, sus deslices según la Policía de la Moral que acarrea la reprobación del neopuritanismo capillita. Justo después de sus afirmaciones y sus quejas. Lo que ya es casualidad.

Claro que también hay otros, entusiastas activistas, que inician esos linchamientos por su cuenta, por afán persecutorio, de señalamiento o de congraciarse con el poder demostrando su inquina con el particular díscolo. O por simple falta de escrúpulos: a su estulticia añaden el poco sentido del ridículo de mostrarla a la menor ocasión.
Es la sociedad civil la que debe avanzar, perdiendo el miedo, para aumentar esos pequeños núcleos de resistencia al nacionalpopulismo; un engranaje que ejerce de forma implacable su hegemonía social, cubierto de una radicalismo pegajoso, contumaz, que arrastra desde los de las parafilias ideológicas tribales más aberrantes hasta la izquierda iliberal.

Sánchez, incapaz de desoír su naturaleza de mentiroso compulsivo y epigenético, ya inmune a las hemerotecas que lo retratan como un cínico pertinaz, se entrega sin pudor a la caza no sólo del enemigo político, también del objetor. Mientras va ganando control sobre las instituciones del Estado, encastillado su poder.
Un poder que hasta ahora se ha demostrado incapaz de detenerse ante nada.

Algunos creemos que, de alguna manera, Pablo Motos se lo pudo haber buscado por esa actitud espúrea de jugar a la equidistancia con los nuevos censores del totalitarismo, esperando que nunca le tocara a él, riéndoles muchas veces las gracias, curándose en salud; pero como el que cría una serpiente y piensa que nunca le va a morder. O que el cuervo no le vaciará las cuencas. Igual que Sabina, que supo siempre arrimarse a quien más le interesaba en esa secta cerrada que es la autodenominada cultura española, y posaba feliz con el dedito encima del ojo cuando lo que tocaba era tocarse la ceja. Socialismo o te quedas sin comer.



De esa manera, laminando a cualquiera que disienta mínimamente de la línea marcada (aunque la marque alguien tan poco equilibrada como Irene Montero) cada vez más se van poniendo de perfil por pragmatismo o por cobardía, para no verse blanco de campañas de desprestigio orquestadas por los mercenarios del poder.

Lo más cómodo es sonreír, meterle caña al Gobierno cuando es del signo equivocado, poner el cazo, aceptar los premios endogámicos de la tribu de turno, buscarse la vida y afianzarla en las clínicas privadas y luego ir muy ufano a cualquier manifestación política donde se te pueda ver y fotografiar. En plan diva manchega. Tejiendo buenas relaciones y contactos entre la mafia del progrerío. Que es mejor ser inquisidor que usuario del cadalso. Y confiando en que nunca la tomen contigo.