4 de agosto de 2023

El ejemplo Kundera




Artículo publicado originalmente en La Nueva España 

Una de las primeras cosas que entendieron los intelectuales protagonistas de la Primavera de Praga fue la imposibilidad de alcanzar un comunismo de rostro humano, como creían factible hasta entonces los reformistas. El recientemente fallecido Milan Kundera, una de las plumas imprescindibles del siglo XX (suponiendo que exista un consenso en cuanto a “imprescindibles”) junto con un grupo de escritores checoslovacos, culminó hace 65 años ese viaje que va desde el marxismo iniciático, pasa por el desencanto con los ideales impuestos desde Moscú y termina en una abierta oposición a la larga noche socialista y sus 20 años anteriores, cuando abrazaron aquella ideología utópica y criminal antes del redentor despertar a la realidad; la rebelión de “una generación contra su propia juventud”, en palabras de Kundera.

Para esos checos y eslovacos del 68, el proceso fue muchas cosas al mismo tiempo: el fin de un ideal malogrado, las ilusiones fracasadas de unir comunismo y democracia, el duro albor de una madurez que coincide en el tiempo con un país en degradación implacable y la defensa de una soberanía nacional en un territorio controlado por una potencia imperial y extranjera. 

En ese Estado surgido tras la I Guerra Mundial, era la Cultura la que actuaba como factor integrador, y los más prestigiosos escritores, como Ludvík Vaculík o un joven Kundera, se veían como la conciencia de la nación. Hubo varios manifiestos con vocación contestataria, siendo los más destacados el “Manifiesto de las dos mil palabras” y “Mensaje de los ciudadanos”.

En la noche del 20 de agosto de 1968, tropas de la URSS, la RDA, Polonia, Hungría y Bulgaria cruzaron las fronteras del país para acallar esas voces que se alzaban. Después de unas semanas de resistencia popular y orgánica, Praga se rendía ante los tanques soviéticos tras una cifra de muertos que oscila entre los 80 y 137.

Con la invasión llegaron las tradicionales purgas a gran escala, incluyendo universidades y medios de comunicación. Algunos, como Kundera, marcharon al exilio. Allí, Milan escribiría “El libro de la risa y el olvido”, “La insoportable levedad del ser” y “La inmortalidad”, donde entre el romanticismo y su fascinante prosa se dejaba entrever bastante de esa nostalgia del exiliado.

Asumir que el comunismo nunca sería democrático ni un puntal de derechos humanos costó sangre, sudor y lágrimas de tinta herida, y todo proceso aperturista fue reprimido a golpe de cañón. En España, con la degradación de las instituciones y una pérdida cada vez más acuciante de libertades y de poder adquisitivo, los que se erigen como estandartes de una élite cultural firman también manifiestos...a favor del poder.

Ahora imaginen a nuestros autodenominados representantes del mundo de la cultura ofreciendo tal necesaria resistencia al socialismo omnímodo. O ver arriesgarse alguna vez a profesionales del medre y del peloteo, demagogos cantamañanas expertos en arrimarse siempre a mamá PSOE, criados babeando entusiastas e hincando bien los dientes en la teta del Estado.

El sanchismo nos está dejando un elenco trufado de arribistas aferrados a su cargo y también los necesarios corífeos que ejercen a la vez de divulgadores y de mercenarios: se llevaron la mano a la ceja con Zapatero y ahora succionan con fervor a políticos de la talla de Sánchez o Yolanda Díaz, sin molestarse en esconder su ruindad y su miseria moral, la mezquindad de la parcelita ideológica donde pacen y medran. Incapaces de un pensamiento original o de sentido de la independencia, estos cucañistas se entregan a una propaganda altisonante y demenciada. “Antifascistas”, “frenar a la ultraderecha” y lemas así de una épica impostada, vademécum para sectarios y analfabetos.

También se muestran para ejercer presión y arrinconar al discrepante, y al resto mantenerlos en un cómplice silencio, a los que muchos del mundillo se acogen por convicción, por miedo o por oportunismo. Furcias mediáticas y gentucilla cobarde marcan el engranaje “cultural”, apocados que jamás verterán una declaración u opinión que exceda los límites del consenso progre. Pusilánimes atenazados por el poder censor del socialismo hegemónico.

En los abajofirmantes siempre están las mismas caras y los mismos nombres, salvo ligeras variaciones para incluir a los modernetes progres de vanguardia. Lo bueno de la estupidez es que no da lugar a equívocos, se presenta clara y concisa: una expresión de orden absoluto en un mundo caótico. Nada como el manifiesto organiza y clasifica mejor a los farsantes y a los memos.

En situaciones como la que atraviesa España, que su gobernabilidad pasa por el apoyo de los que quieren destruirla, siempre hay quien se opone con tenacidad y se enfrenta al oprobio y al ostracismo, y luego están el resto, ya saben quiénes son, marionetas de partido, sustento de tiranos, botes a favor de la corriente, navegando sin descanso hacia la próxima subvención.