9 de junio de 2023

La excepcionalidad asturiana



Artículo publicado originalmente en La Nueva España

Cada vez que se celebran elecciones, la parte más infame de la izquierda desnortada, esa que se licua con el nacionalismo ultramontano, tribal y reaccionario, saca pecho ante el repliegue de las fuerzas constitucionalistas en el País Vasco y se ufanan, orgullosos, de que esa tierra de raza y sangre proverbial y ancestrales costumbres vive incontaminada del españolismo corrupto, casposo, trabucoide, con tendencias al baile pecaminoso. 

Contentos de que gracias al paraíso criminal que impuso semejante piara ya no hace falta matar porque los que han podido se han exiliado (hasta los muertos se han ido, pues el cuerpo de Miguel Ángel Blanco no puede reposar en su tierra debido a los simpáticos socios de Sánchez) y así, alterando el censo, se llevan siempre los sufragios los hijos más obedientes de Sabino Arana y aquella lúgubre sociedad teocrática y feudal, compartiendo éxito electoral con algunos díscolos que cimbrean entre el nacionalismo y el socialismo (unan esas dos palabras y observen el resultado) que eligieron ser abertzales antes que jeltzales, cambiando al dios carlista por el dios del marxismo.

Asturias ha sido tristemente notoria por ser una de las pocas comunidades donde la liquidación del sanchismo no se hizo efectiva ni el castigo al sociópata se reflejó en forma de vuelco, y Adrián Barbón, el bablista de las entidades, está contento con ser uno de los últimos barones del PSOE que queda en pie, totémico, y hasta se ha permitido rescatar a esa eminencia política y ejemplo de historial laboral que es Adriana Lastra, que junto con Barbón, representan el más claro arquetipo de cómo gracias a la democracia algunos individuos utilizan la incompetencia ajena en beneficio propio.

El presidente del Principado, con sus arreones asturianistas, vive anclado en la mitomanía, con fantasías identitarias en cuyas raíces astures parece esconder la concepción del mundo de nuestros antepasados. 
Al socialismo de la FSA, para mantener los sillones, le queda pactar con Podemos, que ya es la nada absoluta en el resto del país, un populismo sectario en retirada, un mal recuerdo de cuando España se balanceó sobre el abismo, aquellos trileros burlándose de la parte de la sociedad de intelecto más raquítico. 

Porque la izquierda siempre fue otra cosa, claro, al menos la originaria decimonónica que quiso romper cadenas y asomarse a la modernidad. La izquierda española de 1812 defendía la libertad frente a la tiranía y el absolutismo. Las Cortes de Cádiz significaron reformismo, progreso, ilustración, racionalismo, cultura; valores que enarbolaba sin complejos frente a los conservadores, y que adoptó también el término de liberal. 

Ahora piensen en lo que hoy tenemos: la izquierda orgullosamente analfabeta, intrusiva, con leyes disparatadas de efectos tragicómicos y el control del pensamiento único; una izquierda de rodillo sustentada por ciertas minorías radicales y activistas fastidiosamente bobos; haciendo el caldo gordo a los secesionismos catalanes y vascongados, enemigos de la nación política, y a cualquier movimiento racista e iliberal disfrazado de progre. Aliados en Iberoamérica de todos los sátrapas que sólo han producido dictadura, terror y ruina económica. 

Ésa es, por desgracia, la excepcionalidad asturiana. Lo que prevalece. La tierra amarrada a una subvención, que enseña a sus nietos la puerta de salida, pues nada queda tras la ruina económica y demográfica: un geriátrico a cielo abierto, con la industria desmontada y el socialismo pardal que carcome su ser, con la charlatanería habitual queriendo forzar la inmersión del bable para que unos pocos vivan bien a costa de vender sentimentalismo hipócrita, emociones con factura al contribuyente, además de, a costa de reivindicar una entelequia, desdeñar el manantial lingüístico fascinante que es el español.

¿Y qué es el liberalismo ahora? Los doceañistas fueron una ventana que se abrió sobre otro mundo, un mundo que en algún momento fue posible, pero se malogró. De esa izquierda no quedan ni las raspas. Y el mundo, la España que pudo ser, se fue al garete entre felones, guerras civiles, nacionalcatolicismo y partitocracia. 

Nos queda, otra vez puestos frente al juicio de la Historia, el coraje para defender la libertad individual como un elemental resquicio de decencia, el rigor intelectual para sostener esa libertad con solidez incluso ante una audiencia hostil, y la esperanza de poder desafiar y vencer a los últimos tiranos.