Artículo publicado originalmente en La Nueva España
Hay
ciertos acontecimientos, por pequeños que sean, que te hacen colocar
en perspectiva determinadas realidades, forzándote a reflexionar
sobre la naturaleza de algunas cosas que estaban ahí, pero nunca las
había puesto negro sobre blanco, analizándolas con todo el énfasis
necesario.
El pasado 18 de julio, El Club de los Viernes concedió
a Isabel Díaz Ayuso el IV Premio Escuela de Salamanca, entregado a
la mandataria de la Comunidad de Madrid por el arriba firmante.
A
raíz del acto en la Real Casa de Correos, un combativo periódico
digital de izquierdas usó el pintoresco subtitular: “El Club de
los Viernes y la presidenta madrileña reivindican como liberal una
escuela de pensamiento medieval que defiende el absolutismo y la
intervención de los monarcas”.
Moviéndome
al principio entre la hilaridad y la indignación, compartí con
compañeros ese valioso hallazgo, fascinado por semejante manera de
retorcer la naturaleza de un evento, hasta asemejarse la noticia más
a una parodia de la que se podría, sin duda, hacer descoyuntada
burla.
Ocurre cuando confluyen los factores necesarios. La maldad
y la mala fe son aliadas habituales de la voluntariosa estupidez
trufada de ignorancia. No se nos escapa que al escoger esas palabras
y no otras, y esa asociación de ideas, el periodista (o lo que sea)
que redactó trataba de forma poco sutil de envolver al premio, al
Club y a la propia Díaz Ayuso en lo que él considera las neblinas
tenebrosas del oscurantismo medieval. Y de sintonía y afinidad con
los monarcas absolutos, que no es poca broma, la verdad. “El Estado
soy yo”, y lo que te rondaré. Esos zumbados de los viernes,
jugando a ser Luis XIV.
La Escuela de Salamanca, joya española
del renacimiento europeo y del Siglo de Oro patrio, como precursora
del liberalismo económico, que influyó en escuelas hoy totémicas
como la de Austria y puso los pilares del pensamiento ilustrado, no
necesita defenderse, obviamente, de juntaletras manipuladores y
torpes, concienciados con teclado que se engalanan de activistas
sociales a poco que te descuides.
Ellos tienen su nicho de lectores,
y para ese caladero publican y perpetran esas noticias que son
levemente inspiradas en hechos reales.
Lo más destacable en el
submundo del periodismo de cochambre es la existencia de una
llamativa parte de usuarios que, como una cámara de eco, sólo se
relacionan con los medios en función de que éstos les devuelvan
masticados sus pensamientos, alicaten sus prejuicios y reafirmen sus
dogmas. Fáciles de complacer, son ciudadanos que necesitan una dosis
diaria de propaganda en red.
Los titulares tienen que ser llamativos
e impactantes, pues muchos de ellos, poco acostumbrados al hábito de
la lectura, no suelen ir más allá de las primeras líneas, mientras
juguetean con el móvil. Son sujetos con los que cuesta encontrar una
forma de debatir de un modo razonablemente constructivo. Los medios
populistas se aferran de manera tenaz a esa parte de usuarios para
los que hilvanar dos o tres conceptos con sentido implica un
descomunal esfuerzo; un gasto de energía que su intelecto no
excesivamente vigoroso a duras penas se puede permitir.
Otro mal
que aflige a los medios polarizados es la guerra sucia de todo vale,
el amarillismo, el maldito 'clickbait', el sensacionalismo
manufacturado de asuntos que importan un pimiento, la pornografía de
los sentimientos y las molestas noticias emergentes o de relleno que
cada vez cogen más peso: con las últimas andanzas de tal o cual
pedorra de un programa bazofia de la televisión, la nueva pareja
joven del vividor de turno, los asuntos “virales” de las redes,
quién le trabaja los bajos a esa presentadora en decadencia, etc.
Con una calidad más ínfima tanto en la titulación de noticias como
en la redacción de las mismas, se sustituye el razonamiento de
antaño por las vísceras actuales, y el buen periodismo permanece,
claro que sí; pero en un reducto cada vez más limitado, visto desde
fuera casi como un simpático esnobismo de fetichistas del papel y
raras avis lectoras.
Un pensamiento libre es un proceso
complejo y azaroso. Requiere determinación, voluntad y algo de
disciplina. Salirse de algunos paradigmas culturales establecidos.
También ir poniendo en duda cada certeza que has adquirido en el
camino. Volver la vista atrás y comprobar que tus pensamientos ahora
son otros, porque tú también eres otro. Forma parte del crecimiento
personal de todo individuo, y si piensas lo mismo con 15 años que
con 35, en realidad nunca has pensado nada, ni antes ni ahora, o nada
que merezca la pena.
Hacer pasar por nostálgicos del absolutismo
al Club de los Viernes, que añoran el Antiguo Régimen y otras
maldades es lo de menos. Lo que conlleva es la degradación ética,
moral e intelectual de la información convertida en guerra de
guerrillas con tal de desgastar al rival político o ideológico. Y
luego tener que escribir para desmentir obviedades, convencido de que
el periodismo riguroso y de calidad sigue siendo uno de los últimos
baluartes que hacen más libres a las personas.