12 de agosto de 2022

Periodismo de ciénaga

 



Artículo publicado originalmente en La Nueva España

Hay ciertos acontecimientos, por pequeños que sean, que te hacen colocar en perspectiva determinadas realidades, forzándote a reflexionar sobre la naturaleza de algunas cosas que estaban ahí, pero nunca las había puesto negro sobre blanco, analizándolas con todo el énfasis necesario.
El pasado 18 de julio, El Club de los Viernes concedió a Isabel Díaz Ayuso el IV Premio Escuela de Salamanca, entregado a la mandataria de la Comunidad de Madrid por el arriba firmante.
A raíz del acto en la Real Casa de Correos, un combativo periódico digital de izquierdas usó el pintoresco subtitular: “El Club de los Viernes y la presidenta madrileña reivindican como liberal una escuela de pensamiento medieval que defiende el absolutismo y la intervención de los monarcas”.

Moviéndome al principio entre la hilaridad y la indignación, compartí con compañeros ese valioso hallazgo, fascinado por semejante manera de retorcer la naturaleza de un evento, hasta asemejarse la noticia más a una parodia de la que se podría, sin duda, hacer descoyuntada burla.
Ocurre cuando confluyen los factores necesarios. La maldad y la mala fe son aliadas habituales de la voluntariosa estupidez trufada de ignorancia. No se nos escapa que al escoger esas palabras y no otras, y esa asociación de ideas, el periodista (o lo que sea) que redactó trataba de forma poco sutil de envolver al premio, al Club y a la propia Díaz Ayuso en lo que él considera las neblinas tenebrosas del oscurantismo medieval. Y de sintonía y afinidad con los monarcas absolutos, que no es poca broma, la verdad. “El Estado soy yo”, y lo que te rondaré. Esos zumbados de los viernes, jugando a ser Luis XIV.

La Escuela de Salamanca, joya española del renacimiento europeo y del Siglo de Oro patrio, como precursora del liberalismo económico, que influyó en escuelas hoy totémicas como la de Austria y puso los pilares del pensamiento ilustrado, no necesita defenderse, obviamente, de juntaletras manipuladores y torpes, concienciados con teclado que se engalanan de activistas sociales a poco que te descuides.
Ellos tienen su nicho de lectores, y para ese caladero publican y perpetran esas noticias que son levemente inspiradas en hechos reales.

Lo más destacable en el submundo del periodismo de cochambre es la existencia de una llamativa parte de usuarios que, como una cámara de eco, sólo se relacionan con los medios en función de que éstos les devuelvan masticados sus pensamientos, alicaten sus prejuicios y reafirmen sus dogmas. Fáciles de complacer, son ciudadanos que necesitan una dosis diaria de propaganda en red.
Los titulares tienen que ser llamativos e impactantes, pues muchos de ellos, poco acostumbrados al hábito de la lectura, no suelen ir más allá de las primeras líneas, mientras juguetean con el móvil. Son sujetos con los que cuesta encontrar una forma de debatir de un modo razonablemente constructivo. Los medios populistas se aferran de manera tenaz a esa parte de usuarios para los que hilvanar dos o tres conceptos con sentido implica un descomunal esfuerzo; un gasto de energía que su intelecto no excesivamente vigoroso a duras penas se puede permitir.

Otro mal que aflige a los medios polarizados es la guerra sucia de todo vale, el amarillismo, el maldito 'clickbait', el sensacionalismo manufacturado de asuntos que importan un pimiento, la pornografía de los sentimientos y las molestas noticias emergentes o de relleno que cada vez cogen más peso: con las últimas andanzas de tal o cual pedorra de un programa bazofia de la televisión, la nueva pareja joven del vividor de turno, los asuntos “virales” de las redes, quién le trabaja los bajos a esa presentadora en decadencia, etc. Con una calidad más ínfima tanto en la titulación de noticias como en la redacción de las mismas, se sustituye el razonamiento de antaño por las vísceras actuales, y el buen periodismo permanece, claro que sí; pero en un reducto cada vez más limitado, visto desde fuera casi como un simpático esnobismo de fetichistas del papel y raras avis lectoras.

Un pensamiento libre es un proceso complejo y azaroso. Requiere determinación, voluntad y algo de disciplina. Salirse de algunos paradigmas culturales establecidos. También ir poniendo en duda cada certeza que has adquirido en el camino. Volver la vista atrás y comprobar que tus pensamientos ahora son otros, porque tú también eres otro. Forma parte del crecimiento personal de todo individuo, y si piensas lo mismo con 15 años que con 35, en realidad nunca has pensado nada, ni antes ni ahora, o nada que merezca la pena.

Hacer pasar por nostálgicos del absolutismo al Club de los Viernes, que añoran el Antiguo Régimen y otras maldades es lo de menos. Lo que conlleva es la degradación ética, moral e intelectual de la información convertida en guerra de guerrillas con tal de desgastar al rival político o ideológico. Y luego tener que escribir para desmentir obviedades, convencido de que el periodismo riguroso y de calidad sigue siendo uno de los últimos baluartes que hacen más libres a las personas.