El desprecio por lo propio
es, en ocasiones, el cimiento para construir todo un discurso. Los traviesos
chicos de IU Madrid, en el enésimo intento de llamar la atención mientras su
barco va irremediablemente a pique, y tal vez porque la polémica pasajera es ya
uno de los pocos recursos con los que cuentan (la eficacia política brilla por
su ausencia), felicitaron la Navidad vía Twitter con una foto de un árbol
incendiándose. Aunque casi refleja más la piromanía kamikaze del que se inmola
que el placer iconoclasta con el aroma del chaval que siente el subidón de
adrenalina cuando metía la mano en el cepillo de la misa, o el adolescente que
adorna su lóbulo con un arete justo porque le han dicho en su casa que no lo
puede hacer.
La política-infantilismo trató de llegar a las “masas populares” primero haciendo campaña en platós de debates chuscos para captar a una audiencia complaciente que consume basura en forma de productos televisivos, después con políticos (o políticas) apareciendo en el Sálvame para airear los secretos de su entrepierna, hasta desembocar en los tuits chorra para tratar de alcanzar esa máxima de que lo importante es que se hable de uno, aunque sea para mal.
Algunos de los que no somos creyentes limitamos nuestras visitas a las iglesias a una curiosidad artística y arquitectónica, compatible con las ideas racionalistas y la ausencia de fervor religioso, de la misma manera que no es necesario creer en Zeus para disfrutar de una visita al Partenón o en el dios Ra para maravillarse ante las pirámides egipcias. Otros, los menos capacitados para el civismo, afirman que la iglesia que más ilumina es la que arde y estarían encantados de carbonizar la catedral de Oviedo, por ejemplo, hasta los cimientos. Ésa es la diferencia entre un racionalista y un energúmeno.
Uno de los errores clave, a mi manera de verlo, es que la endofobia suele tener muy baja aceptación. En la torpeza de los responsables de redes de los comunistas madrileños se incluye no darse cuenta que la mayoría de los españoles, creyentes o no, tienen adaptado el ritual de agruparse en reuniones sociales y familiares por estas fechas, y que adquiere un simbolismo y una tradición que va más allá de la religión o del claro componente cristiano de la natividad. Querer actuar de incendiario de una imagen como la del inocuo árbol les sitúa de forma asombrosa al margen de una mayoría social que ha adoptado esa escenografía navideña como algo normal y sin una fuerte carga devota.
Lo más desconcertante es que los mismos que desean adornos navideños en llamas se derriten en mensajes de apoyo y sensibilidad musulmana cuando las sagradas (para ellos) fechas del Ramadán. Aquí es cuando la falsa equidistancia con todas las religiones se desmorona, y causan un tremendo daño a los que deseamos que las religiones no tengan peso alguno en la vida pública ni en las agendas políticas, de la misma manera que el histerismo ultrafeminista de censura y subvención y compañeros y compañeras hace un incalculable perjuicio a la verdadera lucha de las mujeres por la igualdad.
Hay contradicciones muy difíciles de digerir, sólo con no ser un sectario o un tonto de babero. En los edulcorados mensajes que algunos miembros de IU lanzaba por el Ramadán, declaraban hacerlo “desde el espíritu laico”, lo que ya es rizar el rizo de la vergüenza ajena, pero a la vez también resultó esclarecedor, pues han enseñado una dura pero estupenda lección, que el ser laico no está reñido con ser gilipollas.
La política-infantilismo trató de llegar a las “masas populares” primero haciendo campaña en platós de debates chuscos para captar a una audiencia complaciente que consume basura en forma de productos televisivos, después con políticos (o políticas) apareciendo en el Sálvame para airear los secretos de su entrepierna, hasta desembocar en los tuits chorra para tratar de alcanzar esa máxima de que lo importante es que se hable de uno, aunque sea para mal.
Algunos de los que no somos creyentes limitamos nuestras visitas a las iglesias a una curiosidad artística y arquitectónica, compatible con las ideas racionalistas y la ausencia de fervor religioso, de la misma manera que no es necesario creer en Zeus para disfrutar de una visita al Partenón o en el dios Ra para maravillarse ante las pirámides egipcias. Otros, los menos capacitados para el civismo, afirman que la iglesia que más ilumina es la que arde y estarían encantados de carbonizar la catedral de Oviedo, por ejemplo, hasta los cimientos. Ésa es la diferencia entre un racionalista y un energúmeno.
Uno de los errores clave, a mi manera de verlo, es que la endofobia suele tener muy baja aceptación. En la torpeza de los responsables de redes de los comunistas madrileños se incluye no darse cuenta que la mayoría de los españoles, creyentes o no, tienen adaptado el ritual de agruparse en reuniones sociales y familiares por estas fechas, y que adquiere un simbolismo y una tradición que va más allá de la religión o del claro componente cristiano de la natividad. Querer actuar de incendiario de una imagen como la del inocuo árbol les sitúa de forma asombrosa al margen de una mayoría social que ha adoptado esa escenografía navideña como algo normal y sin una fuerte carga devota.
Lo más desconcertante es que los mismos que desean adornos navideños en llamas se derriten en mensajes de apoyo y sensibilidad musulmana cuando las sagradas (para ellos) fechas del Ramadán. Aquí es cuando la falsa equidistancia con todas las religiones se desmorona, y causan un tremendo daño a los que deseamos que las religiones no tengan peso alguno en la vida pública ni en las agendas políticas, de la misma manera que el histerismo ultrafeminista de censura y subvención y compañeros y compañeras hace un incalculable perjuicio a la verdadera lucha de las mujeres por la igualdad.
Hay contradicciones muy difíciles de digerir, sólo con no ser un sectario o un tonto de babero. En los edulcorados mensajes que algunos miembros de IU lanzaba por el Ramadán, declaraban hacerlo “desde el espíritu laico”, lo que ya es rizar el rizo de la vergüenza ajena, pero a la vez también resultó esclarecedor, pues han enseñado una dura pero estupenda lección, que el ser laico no está reñido con ser gilipollas.