Artículo publicado originalmente en La Nueva España
Ya antes de que el déspota
de Galapagar lanzara su cínica alerta antifascista, todos los
movimientos del populismo bolivariano y sus potentes corrientes
mediáticas habían abocado a esa dicotomía: o el podemismo o la
ultraderecha.
De esta manera, y usando
de forma eficiente los medios de comunicación y las redes sociales
con huestes a su servicio, ponían contra la espada y la pared a los
indecisos, a los tibios, a los más pacatos. Las masas podían ser
usadas a voluntad.
Es una forma de perverso
chantaje social que busca polarizar a la ciudadanía y crear esa
falsa sensación de que sólo existe un oscuro muro ideológico fuera
de las bondades del partido morado y sus lacayos socialistas: esas
densas tinieblas de la extrema derecha.
Una táctica vieja, pero
infalible. Agitación y propaganda de probada eficacia.
Si denuncias todas las
presuntas corruptelas de Iglesias y sus secuaces desde la formación
misma del partido, es porque estás alineado con las cloacas del
estado. Es imposible que el partido del proletariado, que el faro del
pueblo, que el guía de los de abajo, haya cometido ningún tipo de
irregularidad en su desinteresado afán por mejorar la vida de la
gente.
Manifestarse en contra de
los excesos mesiánicos del líder de los desheredaros te sitúa en
siniestro concubinato con el fascio.
Si crees que la gestión de la pandemia ha sido (y está siendo) catastrófica y negligente, llevada a cabo por una partida de inútiles sectarios (hasta en los medios extranjeros quedan perplejos por semejante devastación) es porque eres un peligroso camisa negra que anhela el advenimiento de un caudillo redivivo.
Si te parece que la ideología de género es un disparate para movilizar a las mujeres más intelectualmente desfavorecidas con consignas y soflamas y aprovecharse de sus carencias emocionales o su misandria para hacer lucro, es porque te sientes bien como un puerco machista. No hay opción. Tienes que ver con buenos ojos que la iletrada y fanática Montero haya llevado a miles de personas al matadero vírico del 8M de forma consciente, sólo porque tenía que coincidir con la aprobación de su ley de Libertad Sexual, ahora echada para atrás por los socialistas sensatos que quedan.
Si rehuyes de cualquier
nacionalismo de corte tribal y ramalazos xenófobos; y los
privilegios forales, las carlistadas y las teorías étnicas que han
destrozado vidas te resultan incompatibles con la igualdad entre
territorios y ciudadanos, es porque en verdad eres un rancio
españolista que desea imponer la cruz y la espada mientras suspiras
por las pasadas glorias imperiales.
En el imaginario colectivo
del mundo progre, Arnaldo Otegi es un hombre de paz y las víctimas
del terrorismo un engorro revanchista.
Así, muchas personas que
no quieren verse envueltas en polémicas de ningún tipo, callan
aunque no otorguen, prefieren ponerse de perfil, mimetizarse con el
paisaje, ante el riesgo de ser tachados de fachas, de machistas, de
nazis. De cualquier barbaridad que se les ocurra. Cada vez que uno elude dar
la réplica a un cafre socialcomunista, van ganando palmo a palmo la
ley del silencio para que ninguna persona ose alzar la voz contra sus
desmanes liberticidas, pues sabe que será untada con la mácula del
adjetivo.
Con esta fórmula van
cerrando filas y creando un relato, obsesionados por el poder y
dispuestos a machacar a cualquier disidente dentro o fuera de su
organización, persiguiendo y señalando periodistas, jueces y otros
políticos.
Lo que pasa que estos
señores están profundamente equivocados. Se crecieron demasiado
mientras infravaloraban la capacidad de los libres para ofrecer
resistencia al totalitario.
Puede que algunos estén acongojados
por el rodillo morado, su ingeniera social y la férrea imposición
del marxismo cultural.
Pero no todos callamos ni nos resignamos. Y
siempre nos van a tener enfrente.