23 de abril de 2016

El orgullo de George





“¡Liberty Valance tomándose libertades con la libertad de prensa!”, exclamaba, entre incrédulo y cínico, un beodo Edmond O’Brien ante la injerencia sin escrúpulos en su oficio de ese rufián y malcarado hijo de puta que interpretaba el siempre magnético Lee Marvin, en esa obra maestra de innegable lirismo sobre los sentimientos enfrentados, sobre las decisiones a tomar entre lo que se desea y lo que se necesita, que sólo habría podido filmar John Ford.
Aquella película icónica se ambientaba en el crepúsculo del viejo oeste, donde los revólveres estaban a punto de cambiar por los libros de leyes, y la civilización irrumpía en forma de ferrocarril en los otrora parajes adonde se llegaba en diligencia y estaban atravesados por los cactus en flor. Después, durante el nefasto siglo XX, los periodistas fueron constantemente asesinados, secuestrados, encarcelados, usados como arma de guerra y puestos contra lápidas de cementerio en una centuria marcada por las masacres, la asfixia de las libertades y el auge de los totalitarismos.

Cuando Pablo Iglesias reventó una conferencia de Rosa Díez en la Universidad Complutense, acompañado por su camarilla de pequeños saltimbanquis y todo tipo de mequetrefes de baja estofa, estaba tomándose libertades contra la libertad de expresión. El otro día, de nuevo en la Complutense, en la presentación de un libro sobre los populismos y arropado en el evento por esa cohorte de palmeros que siempre están en semejantes lances (da igual el libro, el acto o el político, sólo cambian las caretas), se tomó serias libertades contra la prensa, sin duda.
Orwell dijo que el periodismo consiste en publicar las noticias que alguien no quiere que publiques. Algo que debe causar urticaria a los poderosos de todo signo. Imagino que al déspota aprendiz de Stalin con coleta le sienta como un tiro que determinados medios aireen su afición de cobrar de todas las tiranías que le ofrezcan financiar su socialdemócrata y renovadora aventura política. No tengo ninguna duda de que, si de él dependiera y tuviera el poder para ello, esos comunicadores serían convenientemente silenciados, purgados o apartados de sus labores, tal y como hace dentro de su propio partido con sus miembros más díscolos; cesados u obligados a dimitir. Someter voluntades y caña al que no trague.
Se vanagloriaba el prócer del pueblo de ver miedo en las caras de los periodistas. Imagino que el mismo miedo que se podría entrever en los ojos de tantos defensores de la libertad publicada cuando eran conducidos a los campos de la muerte, detenidos en sórdidas mazmorras por hablar de algo que ponía nervioso al clero, trasladados al inhóspito frío de Siberia o a punto de pasar el filo del hacha de la censura en los oscuros años del franquismo.
A mí, en lo personal, no me provoca ningún miedo un escuchimizado con ínfulas de condotiero, ni los monigotes que salen siempre detrás de él en las ruedas de prensa; lo que me asusta realmente es esa masa dividida en dos partes, los lameculos oficiales, siempre dispuestos a congraciarse con el poder emergente en busca de reconocimiento o rédito, y el grueso de los segudiores y potenciales votantes que por ignorancia, desinformación, pasotismo o hastío con el resto de partidos, siguen a rajatabla las prédicas del nuevo ídolo. Conformando así las bases para que broten nuevos síntomas de intransigencia con los valores más innegociables y haciéndole el caldo gordo a los que ansían acaparar cotas de mando.

Su medida estrella consiste en estatalizar los medios de comunicación, es decir, eliminar la competencia privada y que todas las vías de información estén controladas por el Gobierno en cuestión, que, por supuesto, en su desmedida ambición de poder, espera esté presidido por él mismo en no demasiado espacio de tiempo.
El totalitarismo ideológico pasa por cercenar los caudales en los que se sustenta la democracia, y la prensa ha protagonizado siempre un papel fundamental en ese escenario de libertades y de la búsqueda de la verdad (¡Qué gran alegría fue el merecidísimo Oscar como Mejor Película a la esclarecedora y seca ‘Spotlight’!) donde se lleva tan mal con el dogma.
Que la prensa ha representado siempre los intereses de sus poderosos dueños es algo de perogrullo. Su perspicacia consiste en lidiar entre la calidad de la información y los beneficios de empresa. La alternativa, un quinto poder en manos de la fuerza gubernamental, es ostentosamente peor y mucho más represiva, donde el grupo al mando del país tendría el control para ocultar, enterrar, calumniar o segregar información, a gusto de la autoridad. Una descabellada y perniciosa idea que daría el golpe de gracia a un oficio tan digno y tan necesario. Periodismo a pesar de todo.

En la Junta de Andalucía han logrado elaborar, a golpe de decreto, lo más parecido a una neolengua digna de ‘1984’, un nuevo vocabulario oficial a la altura del nivel cultural y la talla intelectual de sus promotores. A Pablo Iglesias, por su parte, le gustaría implantar el ministerio de la Verdad, una vez cerrados todos los demás medios, y tener esa herramienta donde lo que se vierta en forma de tinta sobre su partido tuviera que pasar el filtro de la certeza oficial, acorde a lo impuesto por el Amado Líder.
Todo muy merecedor de la profética novela. George Orwell hubiera estado relativamente orgulloso de  haberse acercado en determinadas predicciones de un libro tan tenebroso.