28 de mayo de 2010

¿Qué pensaban?

Poco se puede hacer, pero si lo escribo al menos me quedo a gusto, me siento menos embarrado y menos cómplice silencioso; ciertamente liberado de vomitar un poco encima de todo esto y no estar con las anteojeras puestas.

Cuidado que vienen los sustos. El sistema es el sistema, ¿qué se esperaba? ¿Quién imaginaban ustedes que iban a pagar los platos rotos de la codicia, el descontrol y el ansia de dinero, del neoliberalismo económico salvaje? Cuando comenzaba la crisis, cuando el ruin espejismo de la bonanza empezó a flaquear y agrietarse, los jefazos y líderes del mundo salieron hablando de medidas hasta entonces nunca planteadas: tasa para las transacciones especulativas, meter mano a los paraísos fiscales, regularización del devorador sistema financiero, poner límites a las primas y los sueldos de los altos ejecutivos bancarios o empresariales... Y al final todo se quedó en nada, para aquellos ingenuos que se lo creyeron. Lo que llegó ya lo sabemos y lo padecemos, los ajustes estructurales se hicieron sobre aquellos que menos tenían que ver con el origen de la crisis y que sólo vivían asustados ante lo que se les venía encima: mordiscos a los sueldos de los funcionarios, reformas laborales, tijeretazos en las políticas de protección social, en pensiones... es la misma vieja historia. Pero no se ataja con contundencia a los que tienen el poder y la capacidad de influencia: a las intocables y omnipresentes agencias de 'rating' y su siniestro 'club de la triple A', a la Iglesia (pobrecitos, qué mal están de dinero, sólo reciben una dotación anual de 253 millones de euros del Estado, habrá que ayudarles en la declaración de la renta, igual no tienen para pagar su soberanía en CajaSur o los sueldos de los periodistas de la COPE), los desmanes de los bancos a los que siempre hay que acudir a su rescate (aunque a los países pobres no se les perdone un duro de deuda externa) o el altísimo presupuesto de una monarquía anacrónica.
Pero los que pagan el pato son los de siempre, el ciudadanito de a pie. Personas a la calle, tijera va y tijera viene hacia todo lo necesario y que tiene verdadero valor, incrédulos víctimas de una casta política inoperante e incapaz, de esa que convierte el Senado en un gallinero, reflejo de la España más cañí.

Y si usted es una persona medianamente informada, sabrá ampliamente que esa Iglesia avariciosa que intenta manipular sus sentimientos con palabras bonitas traralí traralá y suéltame la guita, es en sus tentáculos universales dueña o accionista de al menos ocho bancos en Italia, con amplias inversiones en la General Motors, en el casino de Montecarlo, en IBM, en Shell, en Fiat, en Gulf Oil y un sinfín de empresas, entidades y, resumiendo: de poder y dinero a mansalva pero que sigue necesitando el de los tontos de turno para perpetuar su imperio. Criaturas mías. Inocentes, hipócritas, malvados o simplemete idiotas.

Y es que, sinceramente, en parte nos lo merecemos. La que está cayendo, digo. Más que nada por vivir en el cuento de Bambi, y caperucita roja y su abuela y la madre que los trajo. Un país (de mierda para ser exactos) donde un alarmante número de personas está prioritariamente pendiente del fútbol, de si viene tal y cual entrenador y manejando en sus conversaciones cifras exorbitantes de millones por no sé qué fichaje (40 millones de euros, 100 millones de euros…) aunque luego su sueldo sea nimio; un agradable lugar donde el periódico más vendido es el Marca y el interés del personal por los temas relevantes es prácticamente nulo; más pendientes de si hay o no tetas en el paraíso o del modelito de Letizia, ¡guapa!, y de quién ronda por la noche la cama del vecino.
Se ha vivido de espaldas a la realidad toda la puñetera vida, preocupados de las cosas más banales y manejando una cultura de biberón; sin saber qué coño se cocía en el mundo, en la sociedad, cómo funcionaba esta casa de putas. Y entonces cuando vienen las hostias se echan las manos a la cabeza.