17 de junio de 2022

Andalucía y Asturias, similitudes



Artículo publicado originalmente en La Nueva España.

No fue un trago fácil de digerir para los que habían mandado en Andalucía durante casi cuatro décadas. Diciembre de 2018, el régimen tan longevo como corrupto, edificado con entramado mafioso, especulación y barbarie urbanística, veía acercarse su final y Pablo Iglesias, entonces todavía chico de moda en los estercoleros políticos del nacionalpopulismo de extrema izquierda (donde tantos se postraron), lanzaba con su habitual pose teatral su “alerta antifascista”. El resto es conocido: autobuses fletados rumbo a Sevilla, manifestantes rodeando el Palacio de San Telmo en la toma de posesión del nuevo Gobierno, grupos del ultrafeminismo más demencial y sectario desgañitándose por el advenimiento del nazismo y porque les iban a cancelar los talleres de género, los cursos de nuevas masculinidades y las charlas escolares de “Mi amiga la vagina”. O porque veían peligrar un negocio tan lucrativo como infame, que todo puede ser.

Entre los que compartieron eso de la “alerta antifascista” nunca tuve claro si eran desnortados de fanática determinación adocenados por la izquierda ovejuna o eran bobos sin mayor misterio. Protestar porque se descabalga del poder a los perpetradores del mayor latrocinio político de la historia de la democracia tiene que implicar algún lugar de honor en el salón de la fama de las mezquindades. Es tener la brújula moral tan estropeada que no te sabes situar bajo ningún contexto, y ante los de los berridos callejeros por unos resultados electorales, el espectador perplejo nunca sabe si son gente de mala baba o tontos de babero.
Lo cierto es que la vida siguió y la economía regional floreció a duras penas bajo el mandato de Moreno Bonilla, el hombre tranquilo, y los doce escaños de Vox no supusieron un brote de misoginia desbocada, de homofobia por las calles (para eso ya está Madrid, bien lo saben en La Sexta) ni las mujeres tuvieron que volver a recluirse en la cocina y en sus labores de costura. Lo que demuestra que si el tremendismo es marca habitual de la nueva política, también lo es la estupidez.

En Asturias sabemos de socialismo empobrecedor primo hermano del sindicalismo trincón (¡ay, Villa!) y si el andalucismo en su vertiente regionalista no deja de ser un penoso intento de reivindicar algo tan inverosímil como un al-Ándalus de convivencia exquisita entre tres religiones (cosa ya negada por cualquier historiador serio), el asturianismo y sus folclóricos representantes se dejan querer por Adrián Barbón (y el sentimiento es mutuo) y por ese PSOE que si te despistas te hace cooficial el bable. Lo del bable como forma de subirse a un carro pecuniario lo apoyan mercachifles de cierto submundo cultural, admiradores de Bildu, algún cateto despistado, grupos de música que venden independencia astur ya peinando canas, algún cómico sin gracia y poco más. Pero a Barbón le gusta eso de las identidades como a los andaluces les gusta mentar a Blas Infante, otra figura a desmitificar.

Esa criatura difícil de catalogar (más allá de bajuna y fajadora) que es Teresa Rodríguez le dijo a Macarena Olona (nacida en Alicante, de abuela andaluza) que no tenía todo en orden para presentarse por esa Comunidad porque “no había respirado el mismo aire”. Al Rh negativo abertzale se le une el N2 y O2 del aire más allá de Despeñaperros.
Con la resignación adecuada, uno puede conseguir no tomarse demasiado en serio los rebuznos de estos cerriles que no saben qué viento les ha dado. Cada nacionalista, sea euskaldún o andalusí, quiere reivindicar sus particularidades identitarias, cuando la única característica que les une a todos es la idiotez supina.

Regresan las urnas a Andalucía y parece que ha pasado una eternidad. En la última ocasión aún no se había producido el abrazo entre Sánchez e Iglesias, la catastrófica y negligente gestión de la pandemia, el indulto a los golpistas catalanes y el obsceno blanqueo de los legatarios de ETA. Y no había avanzado con tanta virulencia censora la marea 'woke', con los impulsos inquisitoriales, el feminismo puritano y la ideología de género movilizándose sólo por los crímenes de los que pueda sacar rédito político.

Adriana Lastra, ese otro prodigio de la política socialista y asturiana, ya ha amenazado con salir el lunes a la calle (otra vez) si las urnas no les bendicen con el milagro de los votos, para que así puedan multiplicar los panes y los peces entre los suyos quitándole el sustento a los parados, lo que, bueno es admitirlo, fue llevar la corrupción institucional a otro nivel.
Esta vez la alerta antifascista nos pillará a (casi) todos con algunas inocencias perdidas.


3 de junio de 2022

Abriendo regalos


 

Artículo publicado originalmente en El Semanal Digital

Se han echado las manos a la cabeza, indignados. Cómo nos pueden estar haciendo esto a nosotros, por dios, que somos de izquierdas. Los descerebrados, en una librería. Me cachis en la mar, no lo pudimos ver venir.
Otra de esas cosas que no se podían saber. Lo de la alegre algarabía de muchachada obligando con actos vandálicos, entre dicterios y berridos, a cerrar una librería en la Rambla de Catalunya, donde se presentaba un libro que, por lo visto, les fundía los plomos del sectarismo absurdo.
Un libro (
Nadie nace en un cuerpo equivocado) por cierto, que es didáctico, profesional, riguroso y de muy recomendable lectura, que intenta arrojar algo de luz en el oscuro lodazal de las ramificaciones de la ideología de género y la ideología queer, esas moderneces para gilipollas donde tantos han encontrado su filón con ánimo de lucro, a base de llenar la cabeza y desguazar el cerebro con propaganda a los más vulnerables.

Lo de los lamentos de los que sacan pedigrí de izquierdas (“algunos lo somos desde hace 40 años”, clamaba una desconsolada) sería gracioso si no fuera tan trágico. Piensan que es un fenómeno espontáneo, que esos jóvenes desquiciados con grandes dosis de insana ideología han brotado de la nada, y se dedican a reventar presentaciones de libros porque lo decidieron de manera casual cinco minutos antes.

Pero ahí estuvo siempre esa izquierda, al menos la catalana, de compadreo con los de la identidad nacional y las banderas esteladas, o callando como meretrices cuando arremetían con aquel “que vienen los fachas”, y resultaba que los fachas eran Albert Boadella, Juan Marsé o Fernando Savater. Nunca una palabra más alta que otra, no fueran a molestar a los jefes del tinglado; o sus amistades, esos progres biempensantes, los fueran a confundir con la carcunda rojigualda.
Así ocurrió por esas tierras, con tanto fantasma que llega de otras partes de España y a los dos meses ya se sube al carro de la lucha por el poble català, sin percatarse que está haciendo el juego sucio a las élites locales de extrema derecha, pero todo les importa un comino, claro, pues no ven incongruencia alguna en que compartan trinchera Puigdemont y Valtonyc, Artur Mas y Alejandro Fernández, el de la chancleta.

Han colaborado, por complicidad u omisión, en generar una comunidad irrespirable, mientras el nacionalismo tenía las simpatías de la progresía autonómica, tan sofisticada como lerda. Una región tensada innecesariamente por la cobardía y los complejos, donde algunos bobos insignes se preocupaban más de boxear contra espectros de la malvada España centralista que de darse cuenta lo que estaba creciendo bajo el cogote y amparo del clan criminal Pujol.




Y ahora, esos mismos pijoprogres de la Cataluña bien se extrañan de que los nuevos “antifascistas” sean jóvenes educados en el odio y la violencia, extremadamente fanatizados, con poco bagaje cultural y menos intelecto, analfabetos y dogmáticos. Una horda que desprecia todo lo que ignora, y como es enorme su ignorancia, pues el desprecio se transmite en contenedores ardiendo, sillas volando, pedrada a mala idea y a enganchar al que pillen, transeúnte o librero, siempre sintiéndose impunes para abrirle la crisma a algún infeliz, ya que, amparados en la masa, casi nunca rinden cuentas antes las autoridades competentes (je,je).
Por eso los izquierdistas de la librería se han preocupado siempre de no meterse en jardines, y llegar en razonable estado de salud (una pedrada en la frente estropea mucho el físico) a las reuniones del PSC.

Pero crearon el ambiente político adecuado para que esos cabestros de la puerta no comprendan lo que significa el pluralismo de ideas o la libertad de expresión, y que todo lo que se salga de su estrecho marco de creencias y férreos postulados debe ser erradicado, de forma salvaje si es preciso.
Han dejado medrar a una izquierda secuaz del nacionalismo porque les interesaba la suavidad y las buenas maneras con quienes compartían enemigo común: eso que llaman derecha neoliberal y, claro, el fascismo, omnipresente y amenazador.
Mientras perseguían espantajos que sólo estaban en las consignas del agitprop, iba evolucionando ese otro totalitarismo, real, palmario, que les iba a estallar en la cara, o en la entrada de una librería.

Y ahora, claro, resulta que la semilla del odio ha brotado, y en Cataluña, paraíso terrenal y arcadia feliz de la futura república, empieza a surgir una juventud que cree que el libro que más ilumina es el que arde. Y se quedan estupefactos. Pero eso es lo que han estado pidiendo, señores y señoras, ese ojo que tiene el pájaro en el pico es suyo, pero el cuervo también. Lo han alimentado con su estupidez y su demagogia. Han comprado “alertas antifascistas” y despreciado a aquellos que intentaron poner pie en pared frente a las ideas supremacistas. Rivera era esto, Arrimadas era lo de más allá. Risas con infame choteo, revistas satíricas, conciencia social, tertulias en cafés, centro centrado: ni Stalin ni Casado.

Y entonces les viene esto. Cómo nos ha podido pasar, se preguntan, pasmados. Los buenos muchachos de la Cataluña próspera convertidos en animales de bellota que nos quieren moler a palos por estar en la presentación de una publicación. Y yo digo que llevan pidiéndolo toda la vida. Y cuando se piden cositas y al final llegan, los regalos hay que abrirlos. Y a disfrutar.