8 de diciembre de 2016

Leonard Cohen como catarsis



Los que no logramos sentir más identificación personal que con un puñado de películas, libros y discos que nos sobrevivirán, tenemos la certeza de que la muerte de alguno de nuestros artistas predilectos sólo es un pequeño paso, una nota al margen de la historia, que les abre las puertas de la eternidad, para algo que ya de por sí es legendario. Casablanca, El gran Gatsby, Kind of Blue, por poner unos ejemplos rápidos e inapelables, estaban ahí antes que la mayoría naciéramos y seguirán siendo vistos, leídos y escuchados cuando nosotros sólo seamos sombras en la memoria del tiempo.
Leonard Cohen es, desde hace varias semanas (aunque ya lo era en vida), otro morador más de esa maestría que es imperecedera.

Hay temas musicales que parecen el resumen certero de toda una vida, o de toda una existencia atravesada, como espejos donde uno puede mirarse. Espejos a menudo quebrados.
Pocos artistas como Cohen reflejan tan bien la desesperación, la supervivencia, las ganas de vivir o de hundirse, de bailar hasta el final del amor, la melancolía, la seducción; hablando, susurrando, contándonos sobre los hoteles que esconden historias de solitarios en busca de sexo y compresión, de las trampas que te tiende el olvido, de los días a finales de diciembre y tu famoso impermeable azul, del alcohol volcánico y su inevitable bajada, del futuro como quimera o de serlo todo para ser tu hombre.
Cohen acompañó la juventud y también la provecta edad de muchas personas de diversas generaciones en sus momentos de recogimiento, de reflexiva introspección o amenizando veladas agradables a la luz de unas velas. Su música sabe expresar las cosas más íntimas y araña en la oscuridad más profunda con un universo musical y lírico que puede abrir las puertas a un habitáculo desolado, pero donde también se halla luz, plenitud sentimental o vital, energía para salir adelante.
Se mantuvo siempre al margen de la tiranía de las modas o de los productos de ocasión, lealmente genuino y elegante hasta despojándose de su sombrero; destilando arte en cada gesto, cariñoso y honesto para con su público, trató de manejarse entre excesos, fracasos y traiciones; es desde hace décadas la banda sonora de los noctámbulos, los soñadores, los insomnes, los heridos por el zarpazo de la vida o del amor, los coleccionistas de tantos sueños rotos. Es una poesía que entiende de los murmullos en las horas pálidas de la madrugada y sabe que al final todos estamos solos en nuestra vida secreta.