20 de enero de 2023

Cobardía e impunidad

 



Artículo publicado originalmente en La Nueva España

En las pasadas fiestas navideñas, los tan antisistemas como oportunistas miembros de Podemos Asturias, con Sofía Castañón haciendo las veces de portavoz en el campo semántico del ridículo, enviaron por redes sociales un mensaje por tan entrañables fechas, en una llingua que le reclamaba forzar el aparato fónico, brindando todos ellos por el albor de una tierra edénica llamada república asturiana.

Los derrapes sentimentales sobre el terruño pueden ser inocuos o peligrosos, según el nivel de avería mental y los abismos de la emocionalidad más primaria. Imaginar feudos norteños que combaten al Borbón como combatieron al emperador Augusto, con el bable oficial obligatorio (disculpen la redundancia) y encabezado por el tropel podemita parece una simpática majadería, una deformación infantil de la mirada, que nadie con la testa amueblada puede tomar en serio, salvo por el nada despreciable detalle de que parasitan los presupuestos y están en la vida política y en los cenáculos del poder porque son esas ocurrencias las que les garantizan el parné.
Todo deja de ser broma cuando las algaradas ideológicas más rocambolescas se financian con el dinero de los demás, una vez que entran en el sistema, la trituradora que todo lo mezcla y confunde.

Las utopías identitarias de república e independencia siempre delimitan con otros separatismos xenófobos. Por eso Pablo Iglesias se sentía en el Congreso tan cómodo con Rufián, y el simpático charnego Gabriel no tiene reparos en mostrarse en carantoñas con Otegi, ese hombre de paz.
El hecho diferencial de cada trozo de greda no encuentra impedimento cuando lo que les une a todos es la hispanofobia y un etnonacionalismo tan particular como común en su inquina biliosa.

El separatismo golpista catalán es compañero de viaje en la coalición que formó Sánchez con retales de las peores especies parlamentarias de lo que ellos llaman estado español. Están los históricamente sediciosos de ERC, los proetarras de Bildu y su versión light: un Podemos populista de un semoviente encabezado por esas dos monstruosas cumbres de la indigencia intelectual que son Belarra y Montero (una izquierda que se dice de progreso y luego es secesionista y astróloga, amén de tan deplorablemente limitada) permitirá que Puigdemont, que huyó en un maletero y volverá como Wellington de Waterloo, consiga la reparación y la inmunidad, ya como ciudadano exento del rigor de la ley penal, pero no libre de lo que es: altivo, cobarde, mezquino.

Aunque en las filas moradas, abolir el delito de sedición no altera en Irene y sus amigas la cósmica armonía, y a Sánchez le vale en tanto siga aferrado al poder que ostenta regocijado en su atrevimiento y su desvergüenza, la impunidad de los golpistas catalanes es algo que produce rechazo en cualquier sensibilidad ciudadana aún no podrida.

Porque absuelve también a los perseguidores, a los que vigilan la osadía lingüística de los patios escolares, dispuestos a señalar, amargar el presente de los que se niegan a ser excluidos, los que buscan una heterodoxia que desafíe el rodillo: el turbio dominio del supremacismo que impone y avasalla con toda la fuerza que tienen las causas irracionales. Ofrece indulto velado a la violencia promovida por las instituciones catalanas, las turbas asaltando edificios, al acoso a los policías y guardias civiles.

Traiciona también a los catalanes que asumen el coste de enfrentarse a esa debacle moral, a la chifladura de los exaltados de los que hablaba Unamuno, los que enarbolan agravios inventados y perturban la convivencia, haciéndosela imposible a quienes se niegan simplemente a callar y agachar la cabeza, y a todos los españoles que ven de forma constante su integridad territorial atacada, la herida ancestral. Que observan a parte de la supuesta sociedad más avanzada de Europa convertida en una horda.

Pero, por encima de cualquier cosa, no podemos claudicar ante el relato gubernamental y sus indeseables socios; dejar que siempre ganen los malos, que todo se difumine en un relativismo como hacen en el País Vasco, donde ya parece que el asesinato de tantos inocentes fuera una cosa de culpas repartidas.
Puede que nos quede la pataleta, alzar la voz. No renunciar a escribir. No dejarles a estos payasos la exclusiva de la narración del tiempo que hemos vivido.