30 de octubre de 2019

Franco no formaba parte de nuestras vidas, pero ha vuelto para la campaña electoral

Resumen de las dos últimas intervenciones en 'La Redacción Abierta' de Intereconomía, sobre la situación de Cataluña, el show de la exhumación de Franco y más asuntos



23 de octubre de 2019

El chiringuito bablista

Artículo publicado originalmente en La Paseata







Entre bucólicos paisajes y elegíacas historias ancladas en montañas cubiertas por la bruma, el sol o la lluvia incesante, se forma la imagen del viajero que llega a Asturias y descubre un envidiable remanso de naturaleza desbocada y floreciente, ciudades con un encanto añejo y retrospectiva medieval, y la gastronomía variada y rotunda que conquista los paladares de los más exigentes y los estómagos de los más aguerridos.
Y esa otra leyenda, que llamaban urbana con impúdica desfachatez, del exilio juvenil, permanece también como una sombra, aunque oculta a los ojos inexpertos del turista, que sabe que algo falta pero no sabe identificar el qué. 
Faltan los jóvenes asturianos, obligados por las circunstancias a una desbandada de su patria querida para buscar estudios o vida laboral más allá de la frontera física de la cordillera Cantábrica, y así quedando Asturias como un buen lugar al que volver. Un destino al que siempre echar de menos. El hogar al que se regresa, invariablemente, en las fechas más señaladas o para una visita necesaria. La tierra verde y azul que envejece ante la mirada melancólica del exilio.

Y ahora, a la sangría demográfica se une el delirio lingüístico en una región que nunca adoleció de ese mal endémico llamado nacionalismo. 
Una serie de buscavidas de lo público están tratando de crispar y dividir a la sociedad asturiana con el catalizador de la lengua, y todas las trampas que esta iniciativa esconde. Porque no se trata tanto de la lengua (un bable de laboratorio, manufacturado por “académicos” que trataron de unir todas las hablas locales en una sola mezcolanza inentendible) sino de impulsar nuevas exaltaciones con el trasfondo identitario y sentimental.
Una apelación a “lo nuestro” siempre es perversa por lo difícil de eludir. Como asturiano, si no estás con aquello que es nuestro, sin duda es porque estás en contra, y por lo tanto debes situarte de forma automática y sin capacidad de defensa en el bando adversario. Y nadie quier ser enemigo en casa propia.
Es esa idea, la dicotomía ente buenos y malos, con la que los bablistas juegan, y sus filas se nutren tanto de sinvergüenzas vividores como de fanáticos de intelecto no especialmente recio. 

Para ello, no dudan en apoyarse en ejemplos de otras Comunidades donde se ha impuesto un nacionalismo que usó la inmersión lingüística como trampolín, y son habituales los aquelarres del nacionalismo astur con representantes del etnicismo abertzale vasco o el supremacismo catalán, trabajando todos juntos por esa extraña endofobia.

Ni mis abuelos hablaron nunca el bable que tratan de imponer (imposición, ésa es la clave, ninguna lengua inexistente se desarrolla por un proceso normal que vaya calando en la sociedad y que los hablantes voluntariamente utilicen) ni nadie en Asturias lo habló jamás; pero el paquete económico, la bolsa de subvención que hay detrás y los puestos de trabajo donde enchufar a familiares y acólitos es demasiado jugosa como para no realizar una intentona en serio. 
A los bablistas les da exactamente igual la cultura asturiana, el coste económico y el brutal recorte a las libertades individuales y los derechos lingüísticos que esto supondría, ya que para ellos se trata de una inmejorable forma de vida y medre, mientras se pone en la calle un debate que nunca existió, pero al que no vamos a renunciar, una vez saltada la liebre.
Como todo acto de adoctrinamiento debe iniciarse forzosamente en la infancia, es en los colegios donde más quieren incidir los totalitarios del pesebre bablista, y empezar a modular las mentes más jóvenes que son también las más tiernas y vulnerables. 
No renuncian estos cafres a dejar en paz a los niños, ni quieren permitir que sus padres elijan su educación en libertad, mirando más por su bienestar y por el futuro práctico en un mundo global donde la vuelta a la tribu y el atavismo, con la cortedad de miras de tratar de impulsar todo lo inservible sólo porque lleva la carga de lo sentimental, es una clara involución.
Enarbolan la bandera de lo emocional, apelando a esencias astures y antepasados heroicos y entrañables, y así exacerban a los más energúmenos y a los más idiotas, que tienen la desfachatez de tildar de “extrema derecha” a todo el que se oponga a su necio negocio.

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