27 de diciembre de 2010

Malos humos

Parece que el nuevo año va a ser en verdad el que elimine el tabaco de los locales público en España. El debate, aunque algunos oportunistas e interesados quieran enfocarlo como una batalla entre fumadores y no fumadores, entra también en ámbitos de la libertad, el respeto y la salud. Que el tabaco mata es algo de sobra comprobado. Que la exposición directa a su humo es perjudicial lo sabe hasta un individuo que tenga la inteligencia de un espectador de Gran Hermano. Es entonces cuando me pregunto por qué algunas personas parecen querer decir con su actitud y sus opiniones que el mal que puedan causar a terceros le importa un carajo, y enarbolan la bandera de su libertad individual a fumar donde le salga de la entrepierna, pasando por encima de las libertades colectiva. Incluso algún idiota sin remedio califica la ley de "fascista", palabra mancillada que sirve igual para un roto que un descosido.
Considero oportuno que cada uno en su casa es muy libre de hacer lo que se le antoje, fumar hasta tener los pulmones del mismo color que el túnel de El Negrón, montar varias cachimbas una encima de otra, ponerse de perico hasta el ojarasco o pimplarse una botella de Rioja crianza y acabar ciego de morapio. También en la calle y al aire libre no hay que poner restrincciones al pitillo, pues la calle no es de nadie y es de todos, pese a lo que decía el amigo Fraga, dicho lo de amigo sin ninguna simpatía profesa hacia este señor.
Pero un bar, un restaurante, un autobús urbano o un hospital son cosa pública, y además, fíjate tú, cerrada. Y de la misma manera que nadie se plante fumar o no en un TUA, lo mismo es aplicable a lugares de ocio, donde uno vuelve con las ropas impreganadas del olor al tabaco, sea o no sea partícipe de ese vicio tan nocivo.
Si alguien ha salido fuera de esta casa de putas que algunos llamamos España y se ha dado una vuelta por el mundo, habrá podido disfrutar de bares, pubs y discotecas con un ambiente limpio, y vería a los fumadores yendo y viniendo a las terrazas habilitadas para tal fin, y todo en gran paz y armonía y con una abosluta normalidad.
Esta nueva medida nos situará a un nivel europeo de civismo, a un país de naturaleza incívica y eogísta. Porque verdaderamente hay que ser egoísta para venirse arriba y querer imponer la dictadura del humo sobre los demás cuando está estudiado la relación directa entre respirar ese humo y la muerte de no fumadores. Vuelvo a reiterar que uno en su casa puede hacer lo que más le mole, pero de la misma manera que no ponemos la música alta de madrugada, para no causar molestias al vecino, imagínenense qué hacer si esas molestias implican la muerte. Hasta ahí todo entendible, salvo para los groseros y los imbéciles.

Pero el Gobierno y sus ministerios competentes, que parece son incapaces de hacer una medida buena sin dejar su nota de estupidez, han lanzado la siguiente iniciativa (en realidad ha sido la ministra Pajín, pero no quería mencionarla directamente porque ya tiene bastante con toda la que le está cayendo y la cae habitualmente) : invita a los hosteleros a abrirse a nuevos clientes potenciales como los niños y los ancianos. No cree que se pueda llevar a ese clientela hacia el cine, un museo, un centro social o una librería, no. Todos sabemos que el mejor sitio para un niño o un anciano es un bar.
Yo estoy cansado de ver por los chigres de mi barrio a padres que acuden a diario a tomar el vermouth o el vino de la tarde y llevan con ellos a sus hijos, y estos andan por ahí correteando, habituándose al ambiente de un bar, estando en contacto desde bien pequeños con ese entorno y ese estilo de vida, y no encuentro barbaridad más grande, pues no es territorio para un niño un lugar donde se bebe, se discute de fútbol y mujeres y se caga en Dios. Pero eso sí, ahora sin humo.

18 de diciembre de 2010

La otra cara de la vida


Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga eran una pareja con alma y personalidad propia en el mundo del cine. Juntos, uno tras la cámara y el otro escribiendo guiones, hicieron algunos de los mejores análisis del ser humano de los últimos años, de sus miedos y temores, de la pérdida y el deseo, el sufrimiento y el coraje que necesita de las adversidades para crecer. Eran historias entremezcladas que se encontraban en un punto en común, de narración compleja, atravesadas por esas casualidades de la vida donde todos podemos llegar a converger en un mismo lugar, en esta maraña de personas y sombras. Así eran las geniales, genuinas y sobrecogedoras Amores Perros, 21 Gramos y Babel. Pero el divorcio profesional del exitoso dúo les hizo seguir sus caminos por separado. Ya no pondrían más su talento en común al servicio del séptimo arte.
Arriaga se pusó por primera vez como director al frente de un guión propio en Lejos de la tierra quemada, una nueva historia de sentimientos frustrados en la que es reconocible la seña de identidad de sus anteriores guiones pero que flaquea sin el sello de Iñarritu, aunque es visualmente poderosa y da algunas pistas de lo que este guionista puede llegar a ser también como director.
El talento con la pluma necesita de una mano maestra en el rodaje para pasar al celuloide lo que se gestó sobre papel. Sólo un genio puede poseer el talento para brillar en ambas actividades. En la historia del cine, el maestro Billy Wilder fue quien más destacó en la perfecta combinación de estas dos facetas.

Biutiful es la primera aventura de Iñárritu en "solitario", aunque se mantiene fiel a su universo, pese a no hablar en esta ocasión de tramas paralelas que eran la marca de identidad de Arriaga, y entrega sola una historia al servicio de Javier Bardem (que probablemente nutrirá con un puñado de premios su ya espléndida carrera), que crea una personaje tan veraz como duro dentro de una sociedad en ruinas. El español interpreta a un ex yonqui hastiado y desencantado de la vida, con un don para hablar con los muertos y una mujer desequilibrada, que subsiste con negocios turbios, desahuciado por los médicos y habitante de una Barcelona tan sórdida y deshumanizada como los personajes que muestra la película, huéspedes de casas de degradación y podredumbre, donde habitan la enfermedad y la miseria, el desamparo y la lucha por la vida.
Si usted es de los que siente gozoso placer de acudir a cine con las últimas comodidades y modernos, a ver comedias románticas americanas donde los chicos visten camisas impecables, juegan al golf, toman cóckteles caros y hacen fiestas en su apartamento de la Quinta Avenida mientras cuentan lo mucho que sufren en sus peripecias en el amor y el trabajo, y luego disfruta saliendo a la noche con los amigos creyendo que está en un episodio de Sexo en Nueva York, Biutiful no es su película. Porque el director muestra otra realidad alejada de los grandes escaparates y centros comeciales; enseña los barrios que existen en el patio trasero de todas nuestras ciudades, donde coexiste la penuria y la inmigración ilegal, la droga y la prostitución, las familias desectructuradas sin muchas oportunidades de mejorar su realidad con la suciedad y el hedor de lo turbio.
Es una cinta de ambientes desoladores, de inframundos que están al lado del nuestro pero que pocas veces se repara en ellos; una película de narración simple que intenta mostrar la vida de un solo personaje y también la de aquellos que le rodean en el filo de la legalidad, donde la visión del mar se ve empañada por las antenas parabólicas y el cielo se ensucia con el humo de las chimeneas de las fábricas.
Hay quien ha calificado la obra de impostada y pretenciosa. No logro percibir tales cosas. Tampoco capto un buscado y autocomplaciente sentimentalismo. Si acaso una falta de nervio en algunos momentos, pero es imposible no sentir empatía ante el desgarro y el sufrimiento de lo que se ve y se oye en la pantalla; todo es creíble y real en la supervivencia angustiosa y amarga de los moradores del margen de la sociedad, de los explotados y esa mujer con la posibilidad de regresar a su país con un dinero que allí la convertiría en rica pero con un sentimiento de culpa y solidaridad tan humano como esperanzador.
Biutiful comienza con unas imágenes que adquieren significado en el epílogo, depués de acompañar a un inmenso Bardem por el camino del dolor y el infierno particular, intentando no ahogarse en el fango que le rodea, organizando a duras penas su mundo y construyendo la digna labor de hacer que sus hijos lo recuerden.