27 de diciembre de 2011

Tinker, Tailor, El frío más perfecto




Poniéndola en paralelo con las novelas de John le Carré, con el público familiarizado con Smiley, Karla y el Circus, El topo es un fiel reflejo visual del alma impresa del universo del escritor, su ambiente y atmósferas tan características como inimitables, el complejo juego de espías que sigue fascinando a generaciones de lectores por su buen hacer a la hora de intercalar ese mundo secreto con las emociones sostenidas, alegorías al amor personal en mundos beligerantes. En cambio, confrontándola con el espectador medio de las salas de cine, incluso con la tristemente abrumadora mayoría de nombres que copan la cartelera, la cinta del sueco Tomas Alfredson es como un caimán en medio de un estanque de cisnes. O como una flor en el estiércol. El que entre en la sala esperando ver algún producto similar a la factoría Bond o algo más cercano a Misión Imposible huirá de allí a los pocos minutos. Y ésa es también la gran ventaja de una película tan memorable e inteligente.
Poder disfrutar otra vez del veterano, complejo, docto, cornudo y desencantado George Smiley es gracias a Gary Oldman, que encabeza un reparto británico de lujo con un regio papelón lleno de templanza y matices en las miradas pero de expresividad necesariamente contenida, donde todo a su alrededor es desconfianza, secretos, patriotismo mal entendido y ambigüedad.
Apoyado por una dirección elegante (que se basa en su textura de grises para el entorno) y un guión envolvente que parece rescatado de tiempos mejores (no desmerece a los clásicos más genuinos del genero de espías de los 70), 'El topo' únicamente requiere no despegarse de la trama, para tener todo el arco de un ejercicio casi perfecto de reposado cine con mayúsculas (comparte linaje con El buen pastor), pues se trata de una película en la que habita información en cada escena, complejidad en cada detalle y diálogo; atravesando la arteria del argumento, como lágrimas de sangre, dos de las historias de amor más frías y descarnadas en años, sobre una obra profunda y soberbia en forma y contenido que tiene todos los elementos para convertirse en atemporal.