26 de enero de 2019

Entrevista en Intereconomía

Analizando temas de actualidad del mes de enero.

25 de enero de 2019

En defensa de la libertad de prensa



Artículo publicado originalmente en La Nueva España

Aunque la siguiente afirmación debería presuponerse como algo asumido en un Estado de derecho, lo cierto es que parece no estar de más incidir: La única manera de poder ejercer un periodismo honesto y eficaz, es si éste tiene garantizada su libertad a la hora de desarrollar su labor.
El periodista Cake Minuesa, profesional tan admirable como temerario, se metió de lleno en una manifestación de ese movimiento de exaltados, jóvenes en su mayoría, amantes del salvajismo en grupo, con el cerebro a medio cocer y adoctrinados al calor del nacionalismo aldeano, que son los CDR. Siendo agredido por ello, y en el ejercicio de su trabajo. Como ocurre con tantos más, zarandeados, insultados y agredidos mientras tratan de desempeñar su función.
Hubo quien trató de justificar o celebró el acoso y posterior puñetazo y otros, los cínicos falsamente equidistantes, también se expresaron en esos abyectos términos que nos suenan, algo así como el “algo habrá hecho” pero con circunloquios.
Una sociedad que no valora ni respeta la libertad de prensa es una sociedad indecente. Y despótica. Una sociedad que está ya en el punto adecuado, óptimo de anestesia y fanatismo, para acoger en su seno una idea totalitaria.
Nos parecen muy alejados, en la geografía y en sus políticas, países como China, Venezuela o Rusia, de corte autoritario y con una más que sospechosa ausencia de los derechos civiles, con especial ahínco en la persecución de los periodistas incómodos para sus gobernantes; periodistas que suelen sufrir toda suerte de oportunos percances, con adversos resultados para su estado de salud.
Estas barbaridades tampoco nos deberían ser tan ajenas; no hace tantos años, Arnaldo Otegi, hoy feliz protagonista de gastronómicas postales de Nochebuena y figura principal en los ‘selfies’ de la díscola juventud catalana que lo aborda por la calle, justificaba el asesinato del periodista José Luis López de Lacalle, histórico fundador de CCOO y encarcelado durante el franquismo. Ese hecho puntual dentro de las felonías etarras, y concretando en un personaje tan vil como Otegi, son hechos cruciales para entender la situación de la prensa en este país, y cómo siempre ha tenido que remar a contracorriente, contra los enemigos de la libertad y del progreso.

Cada profesional debe tener como propósito el poder mantener una parcela de libertad individual, más allá de las evidentes líneas editoriales de los medios para los que trabaje: una trinchera propia, ajena al servilismo, donde marcar las líneas rojas que no debe traspasar, en nombre de sus propios valores y honor. En nombre de la dignidad personal.
Sólo un periodismo que no pierda de vista el código deontológico del oficio es merecedor de calificarse como tal. Algo muy distinto, es la  demagogia pagada por el mejor postor, la pretenciosa vulgaridad y la ignorancia tratando de pasar por observación rigurosa, los propagandistas de campaña cebados por políticos y con la red social como campo de batalla, o la bajeza hecha tertuliano, bramando en las teles. A eso es mejor llamarlo de otra manera (por una cuestión de decoro y de formas), pero no periodismo.
Un análisis de la actualidad de forma reflexiva, precisa y lúcida nunca se puede pergeñar en caliente y a golpe de ‘tuit’ tendencioso o buscando generar estímulos inmediatos que son beneficios para hoy y desinformación para los restos. En una sociedad donde, cada vez más, las personas se comunican e informan únicamente por lo que ven y oyen a través de sus pantallas, que pueden llevar en el bolsillo, el periodismo de investigación, de divulgación y de reportajes a la añeja usanza es tan necesario como enarbolar en pie las últimas banderas, mientras las trompetas tocan a retirada.
Ese paciente y necesario oficio a la sombra, tendrá siempre que luchar contra todos aquellos que esperan que la verdad se quede afónica. Pero mientras exista un reportero, un columnista o un redactor que se meta en las calles o en las líneas donde alguien no quiere que esté, seguirá erguido el Álamo de la prensa.
Los periodistas deben ser peones en el tablero donde se juega el rol de los poderes, pero con el único fin de consagrarse a la única victoria asumible: la promesa de un mundo más libre.