1 de marzo de 2011

Unos premios de manual




Pocas sorpresas en los históricamente injustos e irritantes Oscar. Que algunas de las mejores figuras y los directores más legendarios apenas hayan tenido el reconocimiento de tan correcta Academia es la mejor prueba de que premios y calidad no siempre van de la mano, que hay tendencia a valorar lo comercial, lo que está en auge o las trabas físicas o mentales de esforzados personajes. Ninguna de las tres producciones que copan el olimpo de la historia dorada del tío Oscar (Ben-Hur, Titanic, El señor de los Anillos: El retorno del Rey) figuran entre mis predilectas, en esa lista de películas que tienen un lugar privilegiado en mi alma y mi memoria.
John Wayne, ese actor de derechas al que siempre es un lujo ver y oír en una pantalla, que te gustaría tener de amigo y que transmite calidez y confianza, cuyo inmortal recuerdo va ligado a los maravillosos westerns descubiertos en la infancia y que perviven en el universo colectivo de los aficionados al buen cine, dijo que tuvo que hacer de tuerto para que finalmente le dieran un Oscar, ironizado así sobre la tendencia de la Academia a premiar a aquellos actores cuyos personajes sufren algún tipo de invalidez. El caso más rotundo fue el premio que recibió John Mills por su papel secundario en La hija de Ryan, obra maestra de David Lean en la que no decía una sola palabra.
Este año le tocó el turno a Colin Firth por su papel de rey tartamundo, en una película tan correcta y sujeta a los cánones como mediocre y liviana, cinta cuyo único aliciente se esfuma en la salas de cine si se proyecta doblada. Para ella fue también la estatuilla a un director primerizo, cuando lo más esperable era que recayera en David Fincher.
 De vacío se fueron los hermanos Coen por su clasicismo revisionista de Valor de Ley, sombrío remake rodado lejos de las excentricidades habituales de la brillante pareja de directores, así como esa pequeña gran joya titulada Winter´s Bones, tal vez demasiado independiente y muy negra para el gusto de la plebe.
Irrepochable es el Oscar a Natalie Portman, esa actriz que es fabulosa desde niña y cuyo papel de bailarina esquizofrénica es lo único salvable de un Cisne Negro que está a la altura de la lamentable carrera de un director apegado a la modernez (que no modernismo).
Christian Bale y Melissa Leo son los que hacen de The Fighter algo más que una película previsible y convencional y se llevan unos premios casi cantados.
La gala fue presentada por unos actores tan jóvenes como sosos, y el mejor momento de una aburrida noche tuvo el protagonismo de un actor nonagenario que representa una de las últimas leyendas vivas: Kirk Douglas hace sentir que el Hollywood dorado aún está presente, auque sea un fósil de una época desaparecida.
Afortunadamente, esa película decepcionante y muy muy sobrevalorada de Origen sólo ha recogido los premios en el apartado técnico. Tampoco hubiera sido entendible premios "grandes" para la regulera y definida como "de generación MTV" 127 horas. En cambio, Toy Story 3, maravilla que demuestra que la calidad y la emoción no tienen porqué ir reñidas con lo digital y el ordenador, se lleva dos Oscar que podrían haber sido más y no hubiera pasado nada. Esta película animada, junto con el extraordinario western de los Coen y 'Winter´s Bones', serán reconocidas y admiradas cuando El discurso del Rey sólo sea una anécdota.