10 de junio de 2016

De dónde vienen y adónde van



El 15M fue, en sus primeros momentos, un brote de esperanza que evidenciaba el hartazgo de una sociedad hacia sus dirigentes, la corrupción de los partidos y el declive de la misma democracia, herida de muerte en su propia podredumbre. Algunos, que ni siquiera estábamos aún en Madrid cuando las huestes ocuparon Sol, vimos el movimiento con optimismo y ese puntito de ilusión inocente que alberga en el corazón de todo joven. Pero la historia de nuestros fracasos era demasiado evidente. Aquella juventud sin dios y sin partido suponía un pastel demasiado suculento para que alguien no tratara de echar el anzuelo en mitad de la plaza y recoger el rédito. Sólo había que erguirse en portavoz de la masa desencantada, del término “pueblo” usado hasta la saciedad. El “¡No nos representan”! pedía a gritos alguien con el suficiente don de la oportunidad que sí les representara, aunque fuera vendiendo la mayor de las motos.
Uno podría pensar que los que llegaron eran nuevos, renovadores, aire fresco. Otros, los que conocíamos ya a los sujetos, sabíamos de dónde venían, y claro, era más difícil tragar.

Los miembros de Podemos tienen su origen ideológico y militante en varias vertientes. Son profesores de la Universidad provenientes de la Fundación CEPS, de Contrapoder y de Izquierda Anticapitalista.
CEPS se autodenominan fundación de estudios pero su labor era dar cobertura y asistencia en varios países de Ámerica Latina, no sólo Venezuela, también Ecuador, Bolivia o Colombia, con el fin de expandir el populismo. Por Caracas pasaron casi todos, recibidos como gurús españoles, y sus informes explicaban cómo tratar a la oposición, la manera de reprimir a la disidencia o cómo “ocuparse” de los medios de comunicación. Los resultados saltan a la vista, por mucho que ahora les joda a algunos que se eche en cara su colaboración en el desastre bolivariano.
Contrapoder era un movimiento dentro de la propia Universidad de corte totalitario que se dedicaba a boicotear conferencias y llenar los pasillos de carteles de ideología proetarra, como aquellos famosos de apoyo de De Juana Chaos, al que calificaban, tal vez les suena, de preso político. Los estudiantes que no compartían esa ideología se cuidaban bastante de expresarlo, pues desde el propio profesorado se señalaba y se presionaba. Hay testimonios de antiguos alumnos que explican el asfixiante ambiente que allí se vivía, y que resultaba muy difícil separarse del rebaño oficial, dentro de la idea del grupo y el sometimiento a los líderes. La película alemana La Ola, basada en un experimento real, muestra bastante bien cómo se desarrollan ese tipo de situaciones.
La mayoría de los componentes han estudiado Políticas, donde enseñan, no a gobernar, sino a cómo llegar al poder. La estrategia es buena, a tenor de la respuesta electoral, y nadie duda que han sabido aplicar a la perfección los puntos de agitación y propaganda, así como un brillante uso de los medios de comunicación y una facilidad para mudar el discurso, adaptándose a las necesidades de cada momento. El desencanto de la población con los partidos tradicionales, la facilidad de la gente para comprar novedades que hayan crecido mediáticamente en sus canales favoritos y la falta de cultura crítica y de personalidad han hecho el resto.

El PP se ha dedicado a desbaratar el estado de bienestar y a servir únicamente a sus intereses económicos, ya que se trata de una auténtica mafia, defraudadores profesionales y unos sinvergüenzas con nombre y apellidos. Sus votantes no votan, fichan, y su lealtad legislatura tras legislatura a los dueños de la ciénaga sólo se puede entender desde el interés en pillar también cacho, la complicidad con el latrocinio o la simple imbecilidad.
En Podemos, sus votantes se dividen entre los cenutrios sectarios de militancia férrea y los ingenuos desinformados y felices que creen que todo lo que llegue nuevo es aceptable y que todo cambio sólo puede ser para mejor. Es curioso que un 32%  de esos votantes se considera centrista. Y apoyan, nada menos, que a los que van de la mano con Bildu. Sólo lo puedo entender si son personas que viven en el limbo, o que están tan cegadas por el supuesto encanto del televisivo líder que apenas les ha quedado capacidad de raciocinio. Aquellos que se denominaron indignados no parecen estarlo tanto por las aspiraciones caudillistas del joven profesor, por los chanchullos de algunos de sus miembros, por la asociación con terroristas no arrepentidos o por los delirios totalitarios de quien quiere controlar los medios y los ministerios más importantes.
Los dos partidos que más grima (¿o es asco?) me dan son los dos que encabezan en las encuestas la intención de voto. La gente parece tenerlo más claro que yo. Seguramente el problema sea mío.