15 de febrero de 2014

Un viaje al corazón



Un hombre que parece perdido y confuso camina de forma torpe por el borde de la carretera nevada, mientras los coches pasan a su vera. Con la diferencia del paisaje urbano, el inicio (además de muchos aspectos de la película) nos recuerda a París, Texas, pero en Nebraska no se trata de la huida y a la vez búsqueda del amor perdido, sino de recolectar un inexistente premio de lotería que simboliza todo lo que puede darle un último sentido a la existencia.
Bruce Dern protagoniza un viaje al pasado y al corazón de la América profunda que sirve de punto de encuentro para volver a conectar con su hijo, distanciados hace tiempo por una relación fría. Porque su padre es un alcohólico, un hombre vencido por la vida que mantiene hacia todas las cosas, especialmente su mujer, una actitud de indiferencia casi nihilista.
Carreteras infinitas, pueblos perdidos, bares de poca monta y hombres añejos y rugosos como el paisaje que transitan, Alexander Payne dirige una road movie llena de melancolía y también de humor muy ácido que es su mejor película, notablemente superior a su anterior e inflada Los descendientes.

En el pueblo en el que creció, el protagonista se encuentra con viejos fantasmas, ruinas que simbolizan una infancia humilde, una familia de miembros arquetípicos y variopintos, mezquinos sin pretenderlo y entrañables en su corriente vulgaridad; y el tal vez lacerante recuerdo de un viejo amor.
Olvidadizo pero no desmemoriado, Dern ofrece una actuación de exquisitos matices, rodeado de un aura que puede llegar a ser divertida, aunque por momentos notamos cómo se nos congela la sonrisa.
La obra viene con el baluarte de la nominación a Mejor película, pero no está destinada a un público mayoritario, ni siquiera comercial. 'Nebraska' tiene el tono pausado de los buenos dramas donde la vida tiene otro ritmo, embelesado por una cuidada fotografía en blanco y negro que rememora otra tipo de cine extinto, en la época del grotesco triunfo de lo digital.
Se lleva en su temática y en su tono las cualidades del mejor David Lynch y el mejor Peter Bodganovich; personajes crepusculares a tono con su entorno, buscando la manera de escapar de las rutinas del mundo rural en el que se mueven, visitando tumbas donde el pasado aún pervive en la afilada lengua de su tan grosera como ocurrente y amena esposa.
Y el epílogo es grandioso en su sencillez, ese hijo que percibe hay esconderse para ofrecer su propio paseo del orgullo al hombre que por unos momentos vuelve a estar a los mandos, el afectuoso anciano con su premio de consolación, personaje símbolo de la incomprensión con la que nos acercamos a veces a los seres queridos que el tiempo y los actos les han hecho respetables, que saben conservar algo de dignidad hasta en la derrota.