9 de julio de 2023

Es mejor justificar



Artículo publicado originalmente en La Nueva España.

El espectáculo fascinante de Pedro Sánchez en su esprint televisivo de cara a lavar su vapuleada imagen es tan atrayente para los periodistas como para los sociólogos y los estudiosos de las ciencias de la conducta. A la certeza de que estamos ante un actor formidable, un fajador que sabe apoyarse en las cuerdas y salir contragolpeando, se le suma también el habilidoso táctico, un maestro de ese cinismo que es capaz de engatusar a señoras propicias y a palmeros habituales, pero también a ciudadanos crédulos.

Es Sánchez alguien que se crece bajo los focos, con la firme determinación de colar los más impresionantes embustes sin que se le note en el rictus, aunque a veces, levemente, los ojos le delaten. Porque su esencia vive detrás de sus ojos y le sale por los poros, es algo que se percibe apenas un instante: mucha gente no lo ve porque confunde la imagen pública con la real, y esa inmanencia con el mal tiene que ser captada en sus breves destellos, pero está ahí.

Sánchez se mueve en uno de esos periodos donde sustituyes la verdad sobre ti por la historia que explicas de ti. La verdad que sabemos sobre él y la narrativa que se está construyendo sobre él mismo y lo que ha pasado. Que es algo bien diferenciado. Porque en la narrativa, las mentiras son cambios de opinión, y la crónica de los infames cinco últimos años puede ser borrada si se niegan todas las evidencias con la seguridad y el aplomo de un timador de la estampita.

Yo puedo criticar los pactos con Bildu opinando que la izquierda abertzale es una colección de idiotas fruto del incesto, que justifican los crímenes perpetrados por gente de escaso cerebro e inmensa crueldad, y no pasa nada, más allá de algún nacionalista asturiano que se cabree, por eso de la hermandad con los patriotas de la ikurriña.
Pero que el todavía presidente del Gobierno embauque a tantos espectadores queriendo vender lo blanco negro debería tener alguna consecuencia, aunque sea en forma de bofetón electoral. Pero deslumbra su capacidad interpretativa y su entereza, la forma en que justifica de los pactos con los herederos de ETA, los indultos a los golpistas y la eliminación de los delitos de sedición y el perdón al latrocinio andaluz, tabula rasa tras su perfecto bronceado, y nos pone bastante más fácil justificar a Pedro.

Pablo Iglesias, por ejemplo, es mucho más diáfano, y pocas veces trata de ocultar su naturaleza retorcida. Como sus ambiciones de propagandista y de gurú de los medios las canaliza a través de PRISA y de Roures, vemos que en sus pulsiones violentas ha hecho un viaje desde emocionarse mientras pateaban en el suelo a un policía en España a hacerlo con los saqueos, el salvajismo y las propiedades incendiadas en Francia, otro de los fetiches de la izquierda hibristofílica, que busca siempre los factores socioeconómicos que empujan a la alegre muchachada al pillaje y la devastación de las ciudades, víctimas como son de un sistema que les oprime y les fuerza a rapiñar televisores y vehículos.
Recuerdo a un simpático y orondo europarlamentario de Podemos declarando consternado que si los yihadistas asesinaban por decenas en Europa eran porque no tenían otra salida.

En los suburbios capitulados de Francia vemos a hordas actuando en grupos, organizados y con determinadas conductas que apelan a algún vestigio tribal. Ante el sombrío panorama de Occidente, la izquierda de la pasión por el delincuente siempre encuentra la manera de ser permisiva con los chavales de la gasolina o con los chavales de Alsasua, lo mismo da, porque la cabra tira al monte y el comunismo nació del crimen.

Si bien podemos hablar de causas multifactoriales donde entran en juego la marginalidad, las dramáticas carencias educativas, la religión o las crisis de identidad, resulta arduo complicado establecer un debate razonado y razonable cuando cualquier mínima crítica al modelo de inmigración masiva y transnacional acarrea el consiguiente epíteto de racista, ultradrechista y te asignan todas las insidiosas maldades del mundo. 

Es un debate trampeado, claro, porque juegan la carta del racismo para inutilizar al oponente. Nadie quiere verse como un xenófobo o como un fascista, y entonces cuando contemplan edificios ardiendo, la tendencia es callarse, por el qué dirán, y porque señalar el elefante en la habitación te hace sospechosos de las ideologías más devastadoras. 

Así que lo mejor es cerrar el hocico y que cada uno se saque las castañas del fuego, nunca mejor dicho. Cuando ardan barrios de España, pues que ardan. Justificamos a Pedro como justificamos a la turbamulta. Porque convencer a los demás de lo contrario es un fatigoso esfuerzo y al final, oye, pues que recojan lo sembrado y que se jodan.