Hay una raza hispánica de tonto especial con unas características muy loables. Un tonto hermoso y de buena crianza, tonto con balcones a la calle; ese tonto que lo ves y dan ganas de comerlo a besos. Es una clase de autodenominado progresista, especie ibérica que apenas tiene presencia en otros países, porque se llena de gozo con todo lo que sea reaccionario e involutivo, sin percatarse, el tonto feliz, de esas contradicciones ni de sus incongruencias, porque para eso debería tener en la sesera algo más que cuatro conceptos difusos y cogidos por los pelos, demagogia, prejuicios y una impactante y ostentosa incultura.
Estos
entrañables progres de cencerro, con la cabecita llena de ideas
desmadejadas, se consideran (a ellos mismos, los demás los
observamos con estupor) muy de izquierdas y muy comprometidos, y
avisan de la deriva ultraderechista de España (Abascal sería Hitler
revivido) mientras se licuan, ellas, y tienen espantosas erecciones,
ellos, con discursos del recogenueces Aitor Esteban (PNV,
partido progresista por antonomasia) o aplauden como focas trisómicas
las patochadas del guiñolesco Rufián.
En
la disonancia cognitiva progre, los nacionalismos identitarios periféricos son
aceptables porque estos y estas mendas se ven a sí mismos (y a sí
mismas) en la misma trinchera que los “antifas” de esos lugares
donde combaten a la malvada España carca, las bestias aún
nostálgicas del falangismo que todavía llevan el yugo y las flechas
en su ingrato corazón.
Contemplan el sainete del Congreso con fervor de groupie, y sus políticos predilectos siempre hacen discursos emocionantes (y así los comparten) mientras los demás están en una continua equivocación y en su afán nazi, y eso que al menos les dejan estar, porque ya sabemos que el fascismo no debería tener lugar en democracia.
Largo Caballero y el Che les pillan lejos en el tiempo y como desconocen la historia tampoco se atreven, la mayoría, a meterse en jardines, por eso van a lo sencillito en cuanto a devociones y sienten admiración por Errejones y Garzones, los consideran el no va más de la inteligencia y la lucha del hombre nuevo, aunque sean la referencia clara de generadores de miseria y represión en los países que admiran con poco disimulado fervor. El progre siempre cree que los fracasos abominables de Cuba o Venezuela son culpa de otros. El comunismo también es bueno, o tal vez lo menos malo, porque al menos no es de derechas.
Estos
indigentes intelectuales, que no saben reconocer el fascismo ni
cuando hace arder una ciudad como Barcelona o expulsa de los mítines
de pueblos a personas que vivieron siempre con escolta, ven más
digno de elogio a un Oskar Matute con los crímenes sin condenar (y sin resolver) debajo de la alfombra que a una Macarena Olona que sabe golpear y
fajarse sin perder la sonrisa.
No hay progre que no tenga una
bovina sumisión ante la xenofobia de los supremacistas de aldea.
Todo hecho diferencial, insolidario, rupturista, anticonstitucional, a
ellos les parece la hostia de la modernidad. Fíjate qué buena
gente los de Bildu. Todo lo que han hecho por la paz.
Llegará el
día en que venderán a Otegi al mundo como un benefactor de la
humanidad.
Y se creerán progresistas. Bendita sea su ignorancia.