1 de diciembre de 2015

Una batalla políticamente correcta






Supongo que para la mayoría es conocido el nombre de Covadonga. O al menos les suena de algo. Allí, en el 722, había un grupo de cristianos asturianos rebeldes que no acataban las órdenes ni los impuestos de Munzua. Éste, desoyendo los consejos de la Audiencia Nacional, mandó llamar como refuerzos a los sarracenos de Córdoba, para poner a los astures mirando pa' Cuenca.
Y entonces llegaron las tropas dispuestos a liarla gorda, y los visigodos, o lo que ellos fueran, que apenas eran unos centenares pero en materia de derechos humanos no andaban muy duchos, se liaron a hostias sin reparar en el agravante de xenofobia, y aquello fue precioso de ver. Cristianos y moros arremetiéndose con saña y sin respetar el horario infantil. Un desparrame curioso.
Y mientras, los del ‘No a la guerra’ callados como putas. Algunos moros quisieron saber cuál era el código penal vigente, y como única repuesta le metieron un palmo de acero por la gola. Cosas de la época.

Hoy en día hay en el lugar hay una basílica y una estatua de Pelayo, la leyenda se ha mezclado con la realidad y ha pasado a formar parte del imaginario popular, y Santiago Abascal hace allí sus actos de arranque de campaña. Pero aquella batalla y su consiguiente victoria se considera el inicio de la Reconquista, es decir, la semilla de lo que constituiría, siglos después, la configuración de los reinos de la península y de España como tal. Poniéndose estupendos, cabría decir que Covadonga es lo que hace que usted y yo no estemos ahora mismo escribiendo en árabe, poniéndole el velo o el burka a nuestras mujeres.
Pero claro, estamos en la España del siglo XXI, y contada así la gresca, con sus espadazos y sus muertos, queda como muy bestia. Explicarle a un niño que en el pasado se apedrearon entre religiones por un control territorial no cuela ni de coña. No hay libro de texto que se atreva a  incluir  eso, ahora que Machado murió en Francia (estaba de vacaciones, imagino) y Lorca falleció también un poco antes, de un susto.
Así que, los que estamos socialmente comprometidos con los políticamente correcto vamos a echar una mano a los docentes y vamos a adecuarlo a los tiempos.
Deduzco, por tanto, y para que nadie se sienta ofendido, que lo que pasó en Covadonga fue manos o menos así:

Estaba Pelayo pastando el ganado y sacando alimentos para celíacos por las tierras del reino Astur, andando sin camiseta por los bucólicos valles, pues se había dado rayos UVA y tenía el pecho depilado (las fotos salieron en primera página de la revista "Préstame"), mientras un grupo de visigodas feministas pisaba sidra y organizaba el Comité por la Independencia de Cangas de Onís y el derecho a decidir; cuando llegaron una partida de moros y moras por el valle, en plan qué bonito el paisaje, qué frondosas montañas y deja que me haga unas fotos en los lagos. Venían con la parrilla, la nevera, los chorizos, la mujer, los niños y la suegra. Decían que en Córdoba hacía calor y que aquello era mucho más adecuado para las vacaciones.
Y Pelayo, que era miembro de Los verdes, su mujer, miembra, era la portavoz, se reunió con el jefe moro en territorio neutral y se tomaron unas cervezas sin alcohol envasadas en material biodegradable.
El jefe moro, que había sido elegido ya seis veces mediante las urnas y  por mayoría absoluta, le dijo si podían hacer todos una espicha, rollo alianza de civilizaciones, mientras celebraban un encuentro por la paz, con batucada incluida.
Junto con Pelayo estaban algunos representantes vascos y catalanes, pues ya en el 722 éramos un país plurinacional. Claro que aquello se tuvo que hacer con traductores, pues vascos y catalanes, pese a manejar la lengua común, se empeñaban en usar la suya, que acababan de inventar la semana pasada.
Pelayo de primeras tenía la mosca detrás de la oreja. "Éstos lo que quieren es acoplarse aquí, tirarse a nuestras visigodas y venir todos los años de veraneo, a bañarse en San Lorenzo". Los asistentes de Pelayo (tenía un montón, cobrando de sueldo público) echaban leña al fuego diciéndole por lo bajini que con su comida y sus kebabs iban a joder los chiringuitos de San Mateo.
Así que hubo algunos que se dieron bofetones, pero sin mala fe, a mano abierta y con violencia proporcional, todo medido por un tribunal y con la firme oposición de los pacifistas de entonces, que no caían muy bien a casi nadie pero se les toleraba con comprensión pues todos sospechaban que les faltaba un verano. La cosa consiguió calmarse y votaron los visigodos y las visigodas a mano alzada. Moros sí o moros no. Salió el No, y al final cada uno se fue por su lado, dispuestos a quedar el año que viene, si el tiempo y la cosecha venían buenas, para tomar, siempre que tuvieran licencia de terraza, unos gin tonics en vaso de balón (esto me temo que es una licencia histórica, pues por todos es sabido que los moros no beben alcohol).