8 de septiembre de 2023

El verano del amor reaccionario

 



Artículo publicado originalmente en La Nueva España.

Fue el pasado mes un agosto tórrido que incendió las antorchas de un populacho enardecido por conflictos mundanos, sin que la inclemente meteorología apaciguara las ganas de linchamientos africanos, turbamulta exaltada con rasgada de vestiduras exigiendo autos de fe y otras tradiciones solariegas, y que los tibios dejaran de serlo para pronunciarse de forma inequívoca a favor de la causa, o ser acusados y juzgados de forma sumarísima.

Como espectador, uno lo observa con deleite y fascinación, siempre que mantenga las distancias oportunas para que no te duela España. Ya no estamos para tener achaques de Unamuno.

Primero, la izquierda española, en un sorprendente giro histórico, comenzó en 2023 a reivindicar la época del destape, pretendiendo que vuelva a escandalizar mostrar los pechos; el desabrigo como acto eminentemente revolucionario, como si el antifascismo emanara directamente de los pezones de Eva Amaral, que tiene por algo nombre de fuente de vida. Sin sujetador para frenar a la ultraderecha. Épica juventud. Como mayo del 68 pero con Twitter.

Curioso cuanto menos, que seis décadas después de que los tecnócratas del régimen se opusieran a Manuel Fraga por llenar Benidorm de suecas en bikini, la progez desempolve de los cajones aquella portada de Interviú de Marisol. Benditos sean.

Con el caso Rubiales pusieron en marcha la más formidable maquinaria política y mediática que conoce España: aquella que usa la fuerza del socialcomunismo en sus terminales de comunicación y con sus esbirros de vanguardia haciendo de ariete. Fueron llamados también a filas periodistas gozando en la elaboración de esas listas negras que señalan y coaccionan. Hubo algún ilustre exaltado haciendo inventario de celebridades bajo sospecha por su silencio, señalando a los no afectos a la causa, por el delito de mutismo. Culpables no por lo que dijeron, sino por lo que no dijeron.

La misma semana en que se conocieron nuevos beneficiados por la Ley Montero volviendo a sus fechorías, se reunía la plana mayor del ministerio en funciones (sus funciones son poner el cazo) para protestar por esa anécdota ascendida a causa nacional, en el mundo del neofeminismo beligerante donde los besos celebrados con euforia son agresiones sexuales y las verdaderas violaciones se silencian para no enturbiar el relato. Siniestro pensamiento estatal ése donde una manada de violadores damnifica tu maldita ideología.

A pesar de que salieron vídeos bastante esclarecedores, eso sólo hizo darle más potencia al artefacto. El sectarismo es un mal endémico en la sociedad española porque, en sus visiones pseudoreligiosas, se inventan una realidad paralela del todo inverosímil, retorciendo lo que sus ojos ven para que no echar abajo aquello que han preconcebido. Si la realidad no se ajusta a su pintoresca imagen de lo que creen que debería haber pasado, se impugna la realidad.

Y ahí se presentaron haciendo lo suyo, en la calle con la horterada vocinglera y faltona, pidiendo que rodaran cabezas, en esa interpretación asilvestrada de la Justicia y del Estado de derecho.

Lo que no quieren meterse en jardines por miedo a verse perjudicados en esta deriva demencial hacen lo que pueden para mitigar las coacciones del poder, del nuevo sacerdotado y la credulidad popular. Una misión compleja, salir indemne de la irracionalidad intransigente, que reina allí donde la coherencia acaba. 

Sobrecoge el show de tantos supuestos contestatarios siendo únicamente sumisos a la ideología vigente. Uniéndose a la jauría o agachando dócilmente la cabecita y diciendo, por favor, a mí no, que soy aliado.

Y por eso comparecieron muchos pobres diablos musitando comunicados a destiempo y por indicaciones, salvando los muebles. Para no verse desguazados por el tren del totalitarismo de la lapidación se pliegan sin rodeos al miedo como técnica política. Porque hay poco que se pueda hacer contra este engranaje con tantos factores empujando. 

En vez de inducir al debate, intentan arrollar. Sin conciencia reflexiva ni argumentos precisos, manejan la marrullería y el arrebato intimidatorio, dispuestos a no permitir una escisión en todo lo que los dogmas de la colectividad consideren impío poner en cuestión.

Es un aviso para navegantes, y el que no ha querido perder el puesto ha corrido rápido a congraciarse con la coerción del poder. Viendo que el rechazo rebelde ha encontrado tan escasos valedores, y la embestida para no dejar cabos sueltos y ningún resquicio para crear la duda y la subversión, los hechos preludian también sinrazones venideras. 

No culpemos a los que se han plegado. Aguantar la presión exige mucha más entereza, y es exhausto nadar contra la corriente cuando ésta tiene la fuerza apabullante de toda la industria de género. El único consuelo es que una minoría nos tenemos por diferentes y mejores que los bárbaros.