Artículo publicado originalmente en La Nueva España.
Han transcurrido dos meses, pero en temas de rauda actualidad es muchísimo, sobre todo cuando durante este tiempo ha estallado una guerra en el corazón de Europa, pero no me gustaría dejar pasar el asunto sin comentarlo. Por mí, que no sea.
Cuando subió a recoger su Goya, Blanca Portillo, muy pizpireta con un voluptuoso vestido negro, dedicó su premio a Juan María Jaúregui “y a todos los que se fueron de forma injusta”. Son curiosas las palabras medidas y las palabras utilizadas, irse de forma injusta, como el que encaja un despido improcedente y rumia su mala suerte y la felonía sufrida. Más que eufemismo, se trata de una considerable aberración semántica. Ignora de forma deliberada la responsabilidad del nacionalismo vasco, cuya ideología amparaba la violencia terrorista de ETA, y que esas personas “que se fueron”, fueron asesinadas para imponer un proyecto político, el mismo proyecto que ahora encabezan y defienden los socios de Sánchez, que estaba presente en la gala. Claro, ojo con criticar al jefe del tinglado, que puede cortar el grifo.
Dentro del “mundo de la
cultura”, donde abunda tanto trepa sin talento, sectario vividor,
moderno fugaz, plúmbeo endófobo y figurín de lentejuelas, el
etnicismo vasco sigue teniendo buena prensa, o al menos se ve como
una historia sin buenos ni malos a la que sacar partido fílmico con
simpática (y cobarde) equidistancia.
Hace dos años, en el
Palacio de Deportes Martín Carpena, nombrado así por el político
asesinado en el año 2000, no hubo una sola mención durante la gala
al particular nombre del recinto, o aprovechar el lugar donde estaban
reunidos y celebrando para un breve recordatorio; ni una sola persona
que se acordara de por qué ese pabellón se llama como se llama,
pero tuvieron el cuajo de, en el polideportivo con nombre a un
asesinado de ETA, otorgar el goya honorífico a una actriz que en los
años de plomo hizo campaña activa por Herri Batasuna, lo que, a mi
modo de ver, supuso un insulto y también una perversión.
Si las
pistolas han callado su fúnebre cadencia, no así se ha evaporado la
corrupción moral y política de una sociedad donde la insania
ideológica del nacionalismo ha impuesto su hegemonía.
Vamos con unas
historias que podrían dar para película (trágica).
Dolores
González Catarin pasea por la plaza de su pueblo, Ordizia, con su
hijo de tres años. Un hombre se le acerca y le dice: “Soy de ETA y
vengo a ejecutarte”. Después le dispara dos veces y la remata en
el suelo.
Ese mismo hombre, tiempo después, lleva a una cantera a
Juan Sánchez, un electricista que estaba paseando a su perro, para
descerrajarle tres tiros. Deja bajo su cuerpo una bomba para que se
accione cuando la Guardia Civil se acerque a levantar el cadáver.
Cabo Primero de la Guardia Civil es Antonio Mateo, vejeriego con una
hija de 7 años, cuando le disparan por la espalda y es rematado en
la cabeza, ya abatido.
Mohamed Ahmed Abderramán fue camarero y
regente de una churrería antes que policía, y pidió el traslado al
País Vasco para poder pagar las facturas médicas de su hija con
parálisis cerebral. Pero una granada le sesga la vida, dejando tres
niños huérfanos y uno que estaba de camino.
Así hasta sumar 13
asesinatos. ¿Qué une estas historias? Todos los asesinatos fueron
cometidos por la perseverancia criminal de José Antonio López,
alias 'Kubati'.
Ahora sabemos que desde hace al menos tres años,
el Gobierno mantiene una vía directa de comunicación con los
colectivos de presos, donde negocian y planifican beneficios
penitenciarios para los no arrepentidos. El hombre del Gobierno, de
confianza de Marlaska, acuerda personalmente esos beneficios con
miembros de Sortu y de Bildu. Uno de esos miembros responde al alias
de Kubati, un terrorista de ya 65 años y en libertad, pero
igualmente brutalizado, fanático y cruel.
Gracias a la
intervención de Kubati y a la inmensa inmoralidad de Marlaska y de
Sánchez, empeñados en denigrar a las víctimas, muchos presos no
arrepentidos han sido acercados a cárceles del País Vasco y otros
han logrado anticipar su salida de prisión.
A lo mejor al combativo
cine español le interesa hacer una película de eso. Pero ojo,
porque, cada uno a su manera, los de Kubati y lo de Sánchez son
crímenes que no habrían de prescribir jamás.