29 de mayo de 2018

Sobre la idea de España

Artículo publicado originalmente en La Nueva España.



Resultan a menudo estériles y agotadores los debates sobre el país cuando el interlocutor no consigue aclararse ni él mismo en algunos conceptos básicos sobre la identidad cultural, histórica o institucional de lo que conocemos como España. Pero se torna grave y amenazante cuando es el principal partido de la oposición y aspirante a gobernar el que no tiene clara su noción de Estado.
No sabemos si Pedro Sánchez y otros necios del PSOE, cuyo ideario político se puede resumir en un tuit o en una charla de plató, están realmente tan confusos sobre la idea de España como aparentan, o sólo es una pose estratégica porque saben que tarde o temprano van a tener que entenderse con los nacionalismos provincianos (y servirles de trampolín), pero si realmente desean ser una alternativa de poder, el votante agradecería que se alejaran de los cantos de sirena plurinacionales; pues, si de Podemos y otros mamertos chavistas nada se puede esperar a ese respecto, más allá de su afán por la ruptura y el enfrentamiento cívico del que sacar tajada, hubo una vez en que los ciudadanos españoles creyeron identificar a unos socialistas que conocían la decencia.

De todas formas, el mal del que adolece Pedro Sánchez es bastante común entre los compatriotas de todo pelaje. Algunos pecan por desdén e idiocia; otros, por exaltación.
Defender España no es subirse a un ser mitológico ni apelar a ninguna elegía intangible de primaveras sonrientes ni destinos universales joseantonianos, es estar a favor de las instituciones que garantizan los derechos como ciudadanos. España tampoco es una entelequia, una cárcel de pueblos ni el represor aparato gubernamental identificable con partido concreto alguno, es la ciudadanía como implantación política que va más allá de cosas como la nostalgia, la tierra, la familia o los apellidos. Los orgullos locales, el nasciturus de cada cual, nos tienen que traer sin cuidado.

Un país occidental es una sociedad que aboga por las luces y contra el cerrilismo supersticioso e ignorante, y España tiene que demostrar que ha sabido madurar más allá de sus lastres, sin regodearse en el pasado nacionalcatólico, y también sin la trágica ridiculez del nacionalbolchevismo euskaldún, heredero de los nacionalistas sabinianos.
Tampoco se puede reivindicar una nación desde un pasado históricamente falso o sesgado, políticamente delirante y socialmente regresivo. O querer convertir una sociedad como la nuestra, plural y moderna, en una tribu unánime y atávica, que es el primer paso para justificar las violaciones de los derechos individuales en nombre de los intereses colectivos.
Un estado que acoja la diversidad de las culturas pero defienda los derechos de los individuos (sin diversidad de derechos): “Aquí se baila así”, y “aquí se habla de esta manera”, o “nuestro plato típico gastronómico es mejor que el tuyo”…aspectos folclóricos que no tienen ninguna trascendencia política, puesto que no queremos volver a las tribus, a la visión preciudadana, al cacique de aldea, a diecisiete reinos taifas.

Hay sujetos que afirman no sentirse españoles, como si hubiera que “sentir” cual dolor de cabeza. Basta con “saber”. Saber que tiene unos privilegios y unos deberes, y que no están por encima de los de los demás
Más allá de eso, cada uno que se sienta de lo que le dé la gana, con tal de que pague impuestos, acate la democracia y cumpla con sus obligaciones…
Crecer como sociedad es darse cuenta que ser ciudadano de un país es tener unos derechos democráticos, educativos, lingüísticos, laborales o sanitarios. Y aquí es (o debería ser) igual haya nacido uno en Soria o en Tarragona.
Si España ha sabido labrarse un presente con unas mínimas garantías civiles, salta a la vista que la anti-España, como han demostrado el terrorismo de corte nacionalista y últimamente los populismos rupturistas, es por definición violenta y totalitaria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario