6 de junio de 2018

El triunfo de la posverdad




En unos tiempos hiperconectados, donde premia la inmediatez y las noticias de por la mañana ya son antiguas y descatalogadas a la noche, el que un bulo se cuele como hecho oficial y vuele por las redes, calando así entre la población con una asombrosa velocidad, resulta tan sencillo como peligroso. Parece más necesario llegar el primero que llegar contrastados, y una noticia falsa se propaga con la toxicidad de un virus, siendo usada como arma entre todo tipo de colectivos y con fines siempre discutibles.
Lo asombroso y dañino acontece cuando son las propias instituciones y sus representantes los que dan bola a los rumores de red, con intencionada malevolencia y con un fin concreto, recubierto todo ello con una irresponsable y espantosa frivolidad.
Un ejemplo diáfano, de posible estudio futuro, fue lo ocurrido en Lavapiés no hace mucho tiempo. Conociendo de antemano la fortuita causa de la muerte del mantero de ese barrio madrileño, escribió Manuela Carmena un tuit plañidero y a la vez vertiendo sospechas sobre la policía. Pocas veces la alcaldesa se mostró tan inoportuna, tan puerilmente grandilocuente, tan necia, tan ingenuamente vulgar.
Se vuelve actual aquello que dijo W.R Hearst, mangante de la prensa inmortalizado por Orson Welles en Ciudadano Kane: “Usted facilite las ilustraciones que yo pondré la guerra”, como paradigma de creación de un conflicto a través de los medios de comunicación. Y la guerra llegó a Lavapiés. Azuzando a los descontrolados contra la policía para que se liaran a palos, demostrando un carácter decididamente sádico. Claro que esas peligrosas tácticas no siempre salen gratis, pues la concejal Romy Arce (Ganemos) ha sido imputada por un delito de incitación al odio, tras atacar en Twitter a la Policía y pedir “el fin de las políticas migratorias racistas y xenófobas que priva de derechos a los migrantes”.
Las propias redes sociales son la corriente de transmisión de los embustes, con el acicate de una ciudadanía cada vez más infantil que se mueve por eslóganes y sólo responde a estímulos inmediatos, con tal vorágine de ideas que caen con facilidad en contradicciones que dejan entrever la fragante hipocresía; como se pudo comprobar a raíz del trágico accidente en el parque del Retiro donde murió un niño de cuatro años tras la caída de un árbol. Sólo había que rescatar tuits antiguos y declaraciones de un hecho parecido, pero cuando la alcaldía no estaba en manos de alguien de su cuerda. Ejemplos así hay a patadas. Y se mueven alegremente por ese estercolero moral, donde todo es bueno o malo según de qué lado del poder suceda, alentando ese maniqueísmo bajuno que apunta directamente a las vísceras.

Da igual que defiendan la cadena perpetua en Argentina y aquí rehúyan de ella y den la espalda a los familiares de las víctimas, lo importante es el relato imperante, el inmediato, aunque luego salgan las malditas hemerotecas y pantallazos a recordarles su posición no hace demasiado tiempo. Ellos ya sólo hablan para sus incondicionales, que son cada vez menos pero muy fieles y combativos.
La posverdad torna las medias verdades en dogma, la rumorología en sucesos indiscutibles y los sectarismos particulares en autos de fe, con la desinformación acompañada del cinismo.
La posverdad convierte a los abertzales de Navarra en “Los chavales de Alsasua” y a una agresión por odio en “pelea de bar”.
La posverdad hace llamar a la censura pura y dura “visibilización de la mujer” y hablan del empoderamiento femenino y el que actuen como quieran con su cuerpo mientras se les prohíbe trabajar de azafatas en la F1.
Y la posverdad fue la que condenó socialmente (“veredicto popular”, decían los linchadores del PSOE) a los miembros de La manada incluso antes de celebrarse el juicio, respondiendo a un natural instinto y actuando la turba por impulsos y rabia, espoleando la parte más irracional del ser humano, y que no se aceptara la condena una vez dictada, pues ya habían iniciado su propio juicio paralelo y su sentencia ya desde el momento mismo de la detención, y de ahí esa reacción, que evidencia que hay una parte muy importante de la sociedad que no está preparada para el estado democrático moderno, pidiendo la cabeza de los jueces mediante unas firmas en un conocido portal de internet, donde se recabó un millón de ellas en apenas unas horas. Es decir, un millón de personas que, pese a no haber visto el vídeo que los jueces sí, ni haber tomado las declaraciones a los testigos y acusados como ellos hicieron, saben más que los magistrados sobre lo que la condena debería ser.
Y hay una posverdad dolorosamente abyecta, y es aquella que apuntala el relato en el que en el “conflicto” vasco, víctimas y verdugos se encuentran en el mismo plano moral, “sin vencedores ni vencidos”.

Una comunicación sin rigor periodístico y una población desinformada o sin los mimbres culturales adecuados es la bomba de relojería para todo tipo de artimañas en agitación y propaganda, cuando cae en manos de profesionales de la tergiversación y aprendices aventajados de populismo.
Dicen, creo que con razón, que la información es poder, pero un mal uso de la misma por parte de unos ineptos o unos cafres con poder es una malversación de ese caudal de noticias y un desaire al noble oficio del periodista.

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