4 de julio de 2020

La piedra y el primate



    Artículo publicado originalmente en 'La Paseata'

En el comienzo de todo fue la piedra. O el palo. El hostión.
Para los teólogos, la quijada con la que Caín inauguró el fratricidio; para los científicos y cinéfilos, el hueso con el que un mono, como el de Kubrick, descubre que si le atiza a otro congénere lo puede descoyuntar. El inicio de la violencia marca la casilla de salida de nuestra hostil humanidad.

En las localidades donde son aplastante mayoría los alumnos aplicados de Sabino Arana, esos vestigios de civilización por eclosionar se hacen trágicamente presentes cada vez que la población se enfrenta al traumático hecho de tener en su pueblo eventos democráticos de los invasores maquetos. Viles españoles, rompiendo la paz de esos bucólicos parajes donde todo lo inunda el hecho diferencial, épico y folclórico.

Manifiestan su desacuerdo arrojando objetos a la cabeza de los asistentes a un acto de campaña, aunque a nadie sorprendería si hubieran lanzado sus propias heces.
La receptora de la discrepancia en forma de chinarro fue una joven diputada, pero tampoco es que los abertzales se hayan distinguido siempre por su exquisito trato a mujeres y niños, a los que su brazo armado mataba sin distinción. Como el nacionalismo es excluyente y xenófobo, cuando deshumanizas al otro, lo mismo te da tirarle un cascote que tirar abajo una casa cuartel.

Aunque la morralla mediática espute que un mitin electoral es una provocación inadmisible, los que estaban al otro lado del cordón policial, los de los cráneos privilegiados, apenabas podían disimular, en sus rostros desencajados por el odio, ese fanatismo racista antiespañol.
Claro, la culpa es de los que intentan acudir a pueblos que han sido abandonados por el Estado y entregados a los recogedores de nueces del adoctrinamiento genético, donde la cultura democrática es una entelequia peligrosa y la pluralidad de ideas una blasfemia. 
Territorios ignotos de educación civil, su concepto de tolerancia es señalar el local del que no se pliega al rodillo del integrismo de la identidad o no acepta la sumisión de la ley del silencio.

Tampoco debe extrañar la propaganda de los blanqueadores para poner el foco en la agredida y no en los agresores. Han pasado de condenar con adversativas (sí, pero...) a enturbiar con conspiraciones del montaje. La izquierda mesetaria complaciente como nunca con el violento totalitarismo nacionalista. Una palada más en el hoyo donde se está enterrando su integridad moral.
Los ceporros de las piedras de hoy son los que aplaudían a los palurdos homicidas del ayer. El hecho de cambiar pistolas por guijarros sólo es un proceso lógico de quienes han abandonado las armas pero no se han desprendido de la violencia arraigada en la sociedad.

Cuando Rocío de Meer limpiaba la sangre que derramó la burricie y el integrismo, las asociaciones feministas ofrecían su habitual callar para otorgar. Ese mutismo cómplice de las vividoras de género, de las del pesebre ideológico, mientras esperan la suntuosa subvención y se abanican con el putrefacto aroma de la hipocresía.

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