Artículo publicado originalmente en La Nueva España
Son imágenes históricas las de la plaza llena de gente, Sol como baluarte, la variedad de pancartas en aquella primavera que parecía narrada por Jean-Paul Sartre. Y de pronto nos sentimos más viejos y más cansados, como si hubiera pasado un siglo de aquel movimiento de indignación colectiva, con las nieves del tiempo cubriendo los restos de tantos ilusiones y tantas derrotas.
Alguno vimos los albores de lo iniciado por 'Democracia Real Ya' con expectación y esperanza juvenil, otros, con más legañas de perro viejo en la mirada, como una explosión de irracionalidad masiva. Y la rapidez con que lo espontáneo y novedoso se transformó en esperpéntico dio la razón a los segundos.
Ha pasado una década
de ese 15-M gatopardesco que cambió todo para que todo siguiera
igual; diez años de utopía frustrada, aunque los impulsores reales
de aquello hablen desencantados y los que pescaron en el propicio
caladero de futuros votos hayan entrado felizmente en el club de los
más ricos.
Como el ex vicepresidente
Iglesias, que pocos años después del 15-M y a rebufo de él,
animado por la reciente fama que la había dado el estrellato
catódico gracias a bobalicones líderes de opinión que alimentaron
su cenit, se lanzó a la conquista de los cielos fundando un partido
hecho a su medida y rodeado de algunos de sus más fieles
colaboradores, camaradas en las algaradas universitarias y en las
exóticas aventuras latinoamericanas.
La inercia del 15-M fue
aprovechada por esos avispados y grotescos vendedores de humo y
elevadas ambiciones, que supieron colar su garrafón ideológico a
esa parte de la sociedad falta de lecturas y más proclive a dejarse
embaucar por los cantos de sirena populistas.
Aunque el 15-M
era un babel multicultural con centro neurálgico en Sol, los líderes
que se subieron en marcha retozaban en las letrinas étnicas de las
herriko tabernas y pronto se unieron al golpismo del supremacismo
catalán. Saltando de la batucadas inclusivas a las pocilgas del
racismo. Del perroflautismo a Torra.
Y liderando Iglesias el
partido con puño de hierro y nostalgia de piolet, se fraguó el
viraje de la revolución de las sonrisas a ese moralismo coercitivo
con el que amedrentan a todo el que no piense como ellos.
Así se
cuenta la malversación de una esperanza renovadora que fue
canalizándose en la afición por pisar moqueta y la obsesión
pecuniaria. Aquellos sueños callejeros devenidos en quimeras
antidemocráticas sirvieron para saciar las ansias de poder de quien
fue purgando de forma metódica a todos sus antiguos compañeros de
fechorías.
Con melancolía soviética y copiando el hacer de las peores maneras bolivarianas, arreció el hostigamiento a la prensa y la intención de anudar la mordaza a la libertad de expresión. En una podredumbre insoportable de las instituciones y la convivencia, todo aquello que algún día pudo tener valor o sentido se ha ido marchitando en la perversa trampa donde encallan todas las revoluciones.
Implantando, para desesperación de la mujer medianamente educada, la causa del feminismo explotada sin pudor por folclóricas analfabetas, ágrafas virulentas y cafres trepas ciscándose en el Estado de derecho mientras tratan de implantar en el sistema penal la presunción de culpabilidad.
Abrió Podemos
sucursales en todas las provincias, manifestándose enseguida como un
reservorio social de las peores pulsiones totalitarias.
Por
supuesto, como en toda cosa política, también quisieron formar
parte de la naciente criatura no pocos arrogantes descerebrados,
trepas vocacionales, cantamañanas, sacamantecas y delincuentes
comunes.
Una izquierda caraqueña formada por garrulos violentos
que ven fascismo en todas partes menos en el totalitarismo catalán
con el que compadrean serviles.
Los legatarios del 15-M han
dejado una pareja obscenamente enriquecida, la degradación
institucional y la crispación y el envilecimiento de España como
marca de la casa. Y de la impostada estética de la revolución sólo
queda la orfebrería capilar. Además de haber participado en un
gobierno con una gestión criminal de la pandemia y una fiscalidad
para las clases medias que apenas puede esconder su voracidad
confiscatoria.
Hablaban de diferentes mareas, y lo que queda de aquella resaca acuática, una vez apaciguadas las olas, son tipos aferrados a lo crematístico de la política o de lo audiovisual para salvar sus piscinas.
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