Artículo publicado originalmente en Vozpópuli
Es una reacción natural
verse invadido por el desasosiego y la mala uva cuando se constata la
indigencia intelectual de la nueva hornada de políticos y ministros
(y ministras) que apenas pueden enlazar dos frases inteligibles o
escribir un tuit con una coherencia léxica medio normal, de
Bachillerato raspadito.
Si uno oye, por ejemplo, uno de esos
discursos vacíos, dogmáticos, de ínfima capacidad expresiva,
llenos de sectarismo, demagogia y bajeza moral de Irene Montero o de
su gregaria Ione Belarra, y después de echar un vistazo a sus
sueldos en el Portal de la Transparencia, tendrá automáticamente
tendencias de exilio, o de incendiar cualquier cosa que tenga por
delante, escaparates incluidos, como esos vándalos entregados al
saqueo y al pillaje que defendía el indescriptible Echenique.
El
sosiego reparador de los días de asueto incita a construir una
burbuja donde el tiempo va al ralentí y puedes desterrar esas ideas,
donde te sorprendes repudiando a tu propio país por el hatajo de
personajes perfectamente incompetentes que lo dirigen. Donde el asco
vence a la determinación.
La época estival, con su largos
periodos de tiempo libre, es propicia para soltar lastre y volver
sobre esos proyectos literarios que tenías pendientes (“este
verano me pongo con Guerra y Paz”; “este agosto termino El
conde de Montecristo”...), aparcar las pantallas y los
pantallazos y renovar el caudal de ideas que debería formar un
intelecto sano.
Solamente siendo precavido
y aislándose del fango político uno puede encontrar la paz en el
estío.
Las herramientas contra la estupidez imperante son la
literatura, la filosofía y el tiempo para la introspección. Las
vacaciones nos pueden dar todo eso, es barato, es saludable y no deja
resaca, pero sí un poso impagable en la memoria. Poco se necesita
para ver el lado impreso de la vida.
Un refugio personal hecho de
lecturas, de buen cine, de paseos al atardecer que serenen el alma y
revitalicen el cuerpo. Olvidando el miedo al populismo, sin pensar en
la última fechoría de Pedro Sánchez, sin darle vueltas a las
causas abiertas que Podemos tiene con la justicia o en los sujetos
nacionalistas enfermos de odio.
Así, con un libro entre las manos
y el sol de frente o de través, en ese sencillo y formidable acto,
uno estará combatiendo a esa nueva casta despreciable, ágrafa,
cerril en sus certezas y culturalmente subnormal.
La lectura es
también un magnífico antídoto contra el lenguaje inclusivo, esa
astracanada vergonzante, esa barbarie propia de necios y cretinos,
torciéndole el brazo al idioma, como si la lengua española tuviera
que adaptarse a las modas ideológicas del político analfabeto de
turno.
Verano, momento perfecto para olvidarse de los correos electrónicos, de las llamadas urgentes, de los mensajes que hay que contestar por imperativo legal. Momento para poder dejar de ver el mundo a través de una pantalla, como en la peor de las distopías. De paso, no pensar en otros amores de antaño, de las promesas que fueron olvidadas en el último septiembre, como arena lamida por el mar.
Serenidad y literatura. Es la mejor terapia sin manual de autoayuda. Pensamiento ilustrado frente al juicio bloqueado de las ideologías del rodillo, donde ninguna idea libre puede prosperar. Humanismo bien entendido, sin falsos alardes, frente al totalitarismo que avanza imparable de la mano de la izquierda reaccionaria.
Devorar libros como dieta,
como fórmula para sentirse menos idiota aunque estemos gobernados
por ellos. Idiotas vocacionales sin un gramo de empatía y sin ser
conscientes de su propia estulticia y falta de escrúpulos,
parasitando el dinero público, el dinero que sale de una ciudadanía
que apenas puede contener ya la arcada y cuyos sacrificios en tiempos
de pandemia mezclan la heroicidad con el martirio.
Si la actividad
parlamentaria se detiene y los inquilinos del Congreso no regresan
hasta dentro de unas semanas, nosotros también tenemos derecho a
descansar de ellos. Y la ficción nos ayuda en inmumerables ocasiones
a olvidar el lado más amargo de la realidad. A crear y creer en
otros mundos y otras vidas, aunque sean sueños de tapa blanda.
Este
agosto, busca tu rincón luminoso entre rocas o entre árboles, y
construye allí tu trinchera entre alambradas de papel.
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