26 de febrero de 2011

Patito feo


Para la persona anónima que pidió esta crítica. Otra vez envía un jamón.

A Aronosfy ya lo tenía calado como un grandísimo impostor, un modernillo amante del delirio que cree tener la certeza de innovar o sorprender con cada producto que firma, pero abonado al esperpento y gurú de sus muchos seguidores, que podrán alabar las infumables La fuente de la vida, Réquiem por un sueño o Pi, pero no deja de ser un tramposo, que además, como se puede comprobar en alguna de sus entrevistas, es un poquito gilipollas; lo que no quita que lograra algo muy digno con The Wrestler, tal vez porque rompió con algunos de los patrones de sus anteriores trabajos.
Si les dicen que en Cisne Negro hay una frágil bailarina de inestable personalidad, con oscuros fantasmas interiores, bajo la presión de su madre y de su profesor, y con una confusa y problemática sexualidad, que lucha ente el miedo, los celos y las envidias por alcanzar la pureza, la perfección y ser la reina de los aplausos, creerán que podría tratarse de una película dura e intrigrante, oscura, merodeadora del alma y los infiernos humanos que hable del precio de la gloria; algo a lo que se puede sacar mucho partido.
Pero la historia en manos de Aronosfy es su habitual mareante montaje (bienvenidos a una montaña rusa), un tipo que con la cámara no puede estar quietín ni un instante, su empeño en perseguir con ella a los actores, algunas escenas muy muy cascadas ya (susto en la bañera...) personajes comunes (director caliente busca alumna de la que aprovecharse), y aunque al principio es inquietante y puede llegar a causar intriga, y aunque regala algunas imágenes de gran belleza, no consigue si quiera ser erótico cuando se lo propone y las escenas más subidas de tono están rodadas con torpeza, cercano al peor Paul Verhoeven, para luego bucear en la psicodélia para justificar sus pajas mentales, ir de misterioso con trucos de la mente, transformaciones animales y alucinaciones cuyo envase total no produce ni frío ni calor; en un final como un torbellino agotador, cercanamente patético del que el realizador se sentirá muy orgulloso y satisfecho por su capacidad para la sorpresa, pero para quienes conocen la trayectoria y la personalidad del tipo sólo regala más de lo mismo.
La película permanece a flote gracias a una brillante Natalie Portman que ya visiona la estatuilla, obligada a adelgazar unos cuantos kilos para el papel, y que lo borda, llevando por completo el peso de la cinta, haciendo que en la memoria deje más poso su rostro, en ocasiones dulce y en ocasiones terrorífico, que los aislados momentos notables en el cómputo final de algo ligeramente irritante.

1 comentario:

  1. Gracias. Al final si se hizo con la estatuilla, algo que no sorprende.

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