30 de abril de 2011

Un cristal en mil pedazos


Una cámara que está siempre a la altura del personaje en su transcurso de edades, cortando el rostro del monstruo, evitando la directa contemplación de la cara del miedo. Y el horror que se esconde en la casa menos pensanda.
Montxo Armendáriz fue casi poético y casi conmovedor en Secretos del corazón o Tasio, y casi trascendente para su época y la generación de Historias del Kronen. Siempre tan ajeno a modas que lo convertía en un atractivo seguro, es personal y reconocible en su manera de entender sus realidades, de tratar la imágen, la manera menos artificiosa de sobrecoger.
No tengas miedo entra en un tema tan delicado, tenebroso y repugnante como la pederastia, los abusos sexuales, de la forma más infame que se suceden, cuando el agresor está en tu familia, vive bajo tu mismo techo, es sangre de tu sangre. Y consigue una cinta en absoluto pretenciosa cuya angustia va in crescendo con el tiempo, sin llegar a culminar los muchos frentes que deja abiertos, con personajes tal vez poco pulidos pero que cumplen su función.
Fría y seca como un golpe de navaja, es dura sin ser explícita, lo terrible se encuentra en los silencios, en las miradas ausentes, en una puerta que se cierra. Consigue provocar el asco suficiente para identificar la abyección de lo que en un principio era un padre cariñoso y amable (genial conversión en personaje terrorífico y odioso el papel de Lluís Homar) , que profana lo más sagrado de una niña, asesina su inocencia. Y hay una cobardía innata incapaz de aceptar el infierno en el complejo secundario de Belén Rueda, sobrepasada por el horror de una realidad que le supera, incapaz de afrontar y que prefiere esquivar.

Y la terapia de los que hablan con coraje del infierno le da un aire documentalista de recogida de testimonios que trata de abarcar todas las facetas de un problema similar. Más veraces los compañeros de sesión que algunos actores con más peso y que sin embargo flojean.
Carente de banda sonora, más que un violonchelo en el que plasmar angustiosas o vibrantes melodías internas.
Armendáriz no busca pretenciosamente el triunfo de los débiles ni el castigo del culpable, muestra una actualidad al desnudo donde las vidas se pueden destrozar sin cambiar nada en el entorno, con impunidad, sin veredictos ni venganzas, cuando la flaqueza y la indecisión hacen de una chica la víctima perfecta, marcada para siempre para relacionarse con el mundo, con el amor, recluida en recóndita ludopatía, el ruido de sirenas que llama y atrae para la amnesia del sufrimiento.
La trama no da el golpe definitivo, no ofrece la posibilidad de salir con un buen sabor de boca, sólo la firmeza del personaje, la comprobación de que la realidad existe, poder mirar cara a cara sin miedo ni sentimientos, y una sonrisa  de futuro que se abre a algo mejor.

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