24 de febrero de 2012

Morir en Colombia

El incidente podría considerarse uno más de la locura de muerte y asesinatos selectivos que invade Colombia, el mayor productor de cocaína del mundo y que refleja unos índices de mortalidad propios de una guerra. Pero resultaba menos común dado las características de las víctimas. Dos curas habían aparecido baleados en su coche, sin duda obra de pistoleros a sueldo. Las primeras hipótesis apuntaban a un atraco.
No fue así, ni mucho menos. La historia que hay detrás es un camino de amor y muerte, de secretos, enfermedad, miedo e hipocresía.
Ambos estaban enamorados. En los tiempos que corren y en el país al que nos referimos, significaba cualquier cosa menos una idílica relación.
Pero una historia de amor no tiene que ser modélica, ni honrosa, ni siquiera amable. A menudo esa cotradicción de sentimientos saca lo peor de las personas, y, en la mayoría de los casos, quedan reducidas a unas cuantas inocencias perdidas, corazones que hace tiempo dejaron de latir a kilómetros luz del punto actual de nuestras vidas, evocando en una madrugada agarrado a un vaso, mientras un amigo te habla de cualquier cosa y tú asientes absorto, como diciéndole que sí a un recuerdo. Normalmente las secuelas de una historia de amor  sólo forman, en los momentos de memoria, una pasta de fracaso que duele muy pocas veces.

Ellos vivían su romance entre la pasión y un horror difícil de controlar al pensar en la idea de ser descubiertos. Algo desbordante e inmenso, clandestino y puro en su esencia. Pero el destino a veces juega muy duras pasadas, y a uno de ellos se le fue detectado VIH. El cerco se cerraba sobre ellos. Imposible disimular la enfermedad y el tratamiento que precisaba, con el filo de la guadaña rondando sobre sus cabezas, no tenía mucho sentido continuar, y además, tampoco les apetecía seguir en un mundo en el que tenían que estar escondidos por lo que eran. Decidieron quitarse juntos la vida. Saltar por un barranco, en un último recorrido por el vacío hacia el final. Pero no tuvieron valor, o sus aún profundas convicciones cristianas les impedían hacer un acto pecaminoso en última instancia que los privara del cielo, si es que acaso la Iglesia reserva algún cielo para los maricones.
Pero si algo sobra en Colombia, es personal dispuesto a dejarte listo de papeles por ti. Así que lo amañaron todo y pagaron a unos sicarios para que les ahorraran el trámite e hicieran el trabajo que ellos no podían ejectura por su mano.
Habiendo dinero, balas sobran, por lo tanto los asesinos, muy profesionales y cumplidores, les esperaron una noche como que no quiere la cosa y los acribillaron a balazos. Todo parecía un crimen brutal más. Salvo que no lo era. Ellos mismos habían encargado su asesinato. Algo esperado y deseado. Tal vez la institución a la que pertenecían, la sociedad mismas, les impedían vivir juntos su romance, pero nadie les iba a negar la forma de abandonar juntos el valle de lágrimas de la tierra.

Como decía, una historia de amor no tiene que ser modélica. Sólo es pura, llena de sentimientos humanos. Tan real como la vida. Como la muerte.

1 comentario:

  1. Triste historia, pero muy bien tratada y mejor escrita.
    El amor de amantes que prejuzgan por prohibido.
    Amor que desafía a la vida por no tener su destino.
    Enhorabuena y ánimo para seguir escribiendo, pero este escrito, encajaría máss en estrella errante.

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